Surrealismo arcádico
Nacido en la localidad manchega de Valdepeñas en 1897, con el fallecimiento de Gregorio Prieto desaparece uno de los últimos y más genuinos representantes de la generación del 27, en la que poesia y pintura estaban espontáneamente hermanadas. En este sentido, la amistad de Gregorio Prieto con los poetas Lorca, Cernuda y Aleixandre fue tan poderosa y cordial que pudo superar los trágicos acontecimientos que sobrevinieron con la guerra civil, aunque ésta supusiera la muerte del primero, el exilio exterior del segundo -al que Gregorio Prieto acompañó durante su amarga estancia en el Reino Unido- y el exilio interior del tercero.Gregorio Prieto fue, en efecto, un espíritu inquieto, versátil y jovial, amante apasionado de la vida, al que muy pocas cosas eran capaces de desanimar. Vino a Madrid a comienzos del siglo que ahora termina para estudiar ingeniería, pero pronto comprendió cuál era su verdadera vocación e ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde realizó brillantes estudios que posteriormente continuó como becario en la Academia de Roma.
En los años veinte ya había consolidado Prieto su particular universo artístico, donde se mezclaban armoniosamente conjugados el clasicismo y la vanguardia, un poco a la manera del novecentismo italiano, que deslumbró a su personalidad culta y refinada. Estas maneras sabias y dúctiles, de la mejor escuela, junto con sus portentosas facultades como dibujante, acabaron, no obstante, floreciendo al ponerse al servicio de una poética surreal, que él siempre interpretó de forma lírica, como ensofiaciones arcádicas pobladas de bellos marineros.
Elegante sincretismo
Heraldo precoz de la nueva visión de la vanguardia histórica, Gregorio Prieto tuvo una gran influencia durante los años veinte en la incipiente renovación, plástica de nuestro país, y marcó la senda de elegante sincretismo que luego siguieron muchos pintores españoles de la llamada Escuela de París. Cuando se produjo la guerra civil, participó en el Pabellón Español de la República en la Exposición Internacional de París de 1937, donde se exhibieron también las míticas obras de Picasso, Miró, González...
Tras la guerra, no perdió el ímpetu renovador ni su juvenil afán de aventura. Así, Gregorio Prieto continuó viajando por todo el mundo y participó en la creación del postismo con Eduardo Chicharro, un movimiento en el que de nuevo poesía y pintura se daban la mano. A partir de entonces se produjo un redescubrimiento del paisaje natal de La Mancha, que trató con especial amor y del que quedaron como más conocido testimonio una emblemática serie de los característicos molinos de viento. En estos paisajes se puede apreciar que no sólo estaba tocado por la gracia del arabesco que adorna a los buenos dibujantes, sino que también era un magnífico colorista, de tonos cálidos y empastados. Con todo, siguió desplegando sus múltiples facultades hasta prácticamente el fin, pues, además de pinturas, dibujos, esculturas y collages, ilustró muchísimos libros, especialidad en la que era un verdadero maestro.
Presente en cuantos cursos de arte, revistas de vanguardia o acontecimientos varios. que se organizaron en nuestro país durante las últimas décadas, no por razones espúreas, sino por el puro placer y contentamiento que le producían el trato con lo juvenil y la ilusión, cuando la ya avanzadísima edad le obligó a una vida retirada se recluyó sin amargura y con la actitud más generosa, ya . que donó toda su obra al pueblo español, como se puede ahora contemplar en la hermosa fundación de su localidad natal de Valdepeñas. Académico honorario de San Fernando en 1990, Gregorio Prieto recibió muchos otros galardones a lo largo de su dilatada y fecunda existencia, pero lo más importante es la huella que ha dejado en el arte español contemporáneo, que le cuenta entre sus mejores creadores de vanguardia.
Babelia
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