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Crítica:POP
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Del sentimiento eltrico de la vida

Es ácido, pero sólo a primera vista. Ese sabor a pomelo no es más que un parapeto tras el que se cobija una inmensa ternura, un desamparo. De hecho, sale al escenario vestido de desemparado terminal: sayal pardo de sarga, botas de menesteroso, mirada de mendigo y postura fetal en un sillón astroso.No levanta la voz; canta susurrando. No pide nada, no se lamenta, no da mítines, no lanza mensajes. Solamente cuenta historias patéticas no exentas de redomado humor. A pesar de los cuchicheos que corren de boca en boca durante su actuación, este chaval de Sabadell sólo puede escandalizar a los cínicos y a los estúpidos.

Para abrir boca comienza su actuación con El sol de verano, un tema de contenido ejemplar: un niño empuja a su hermano gemelo al fondo del mar y le deja morir con pérfida inocencia. La perfidia, precisamente, es un de nominador común a las canciones y al propio artista. Pero es una perfidia borracha de belleza, una desmesura. de sensibilidad y de imaginación, cosa bastante inusual en el panorama de la música popular. Una cosa queda patente en estos conciertos, que son la presentación de No sólo de rumba vive el hombre, su primer disco en castellano que sucede los dos anteriores interpretados en catalán: Albert Pla es el cantautor más original y con más talento que ha surgido en España en los últimos años. El público quedó boquiabierto, sobrecogido y anonadado, dicho sea sin pizca de exageración. Quienes no se lo crean, todavía tienen hoy la oportunidad de comprobarlo a las doce de la noche, en su recital de despedida de los tres que ofrece en el teatro Alfil.

Albert Pla

Albert Pla (voz), Pep Bordas (teclados, sonido y dirección musical), Pep Pérez (bajo), Carlos Muñoz (teclados), Rafael Cañizares (guitarra flamenca), Dan¡ Rambla (percusión). Teatro Alfil. Lleno. Precio: 1.000 pesetas. Madrid, 9, 10 y 11 de noviembre.

El montaje del espectáculo es absolutamente insólito, a la par que modélico. Pla es un perfeccionista que no deja resquicio alguno al azar o la improvisación. Hasta tal punto que Pep Bordas (arreglista y director musical) maneja sus teclados desde la mesa de control para encargarse también de que el sonido sea perfecto. Y lo consigue; consigue arropar de tal modo al artista que éste puede dedicarse a interpretar sin miedo a sobresaltos técnicos. Bordas ejerce su delicado papel de forma magistral. Lo mismo se puede decir de cada uno de los músicos.

Cualidades histriónicas

En la actuación del pasado lunes hubo sorpresa: en la polémica canción Carta a los Reyes Magos (un paria republicano reniega de sus convicciones al. enamorarse de la hija de un rey a quien pide la mano de la infanta), salió a tocar la guitarra Quico Pi de la Serra, autor de la música. En este tema Pla hace una exhibición de sus magníficas cualidades histriónicas; se arrastra por los suelos, se hinca de rodillas, implora, se mesa la ostentosa melenaza (una simbiosis de los pelos de la Verónica y los de Marifé de Triana). A pesar de todo ese esperpento, Albert Pla es respetuoso. Lo suyo no consiste en reírse de nadie sino en crear imágenes y sensaciones que fascinen al público. Eso sí, se expresa en un lenguaje más cercano a la taberna que a los salones; es decir, el lenguaje asilvestrado de la calle y los billares.

Pla utiliza para sus fines la rumba, la chanson, el flamenco y todo lo que se le ponga por delante. Al fin y al cabo, eso es lo que siempre han hecho todos los artistas. También en ese aspecto es tiernamente pérfido este pasmo de Sabadell: es un rumbero cimarrón, pero por derecho. Tamañas cualidades y tan grande poderío están expuestos al autismo, al ensimismamiento y a una especie de onanismo metafisico que queda sugerido, solamente sugerido, a lo largo del espectáculo.

En cuanto al otro onanismo, no hay mucho peligro: el sexo compartido está presente de forma obsesiva en casi todas las canciones. En su delirio, un día se le presenta la muerte (La dama de la guadaña) y él, ni corto ni perezoso, baila con ella una rumbita catalana y después se acuestan juntos. Albert Pla consigue que la canción sea. una forma de escapar de la realidad, o mejor, de transformarla. A pesar de su pesimismo vital (quizá haya que decir escepticismo), Pla es una brisa renovadora en la música española. Hay que destacar, por otra parte, que este sastrecillo valiente (esa fue su primera profesión), provoca unas risas sosegadas y profundas a lo largo de toda su actuación.

No es dulce. Es ácido, como la vida misma.

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