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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Moradora del vacío

Es esta muestra una sorpresa de lujo, una de esas raras gemas, de valor y virtudes excepcionales, que tan sólo muy de tarde en tarde se encuentra uno. Y, sin embargo, su presencia arrastra, al tiempo, una sensación ambivalente, pues certifica también la recurrencia de un naufragio, por más que el pecio arroje sobre la arena, como en las buenas historias de piratas, tesoros de ensueño.Debo explicar, de entrada, los términos de esa contradicción. Maruja Mallo (Vivero, 1902) es una de las figuras más intensas, entrañables e independientes de la vanguardia histórica española. Pero es, sobre todo, mucho más de lo que encierra la pintoresca visión a la que suele circunscribirse su leyenda -esa leyenda cuya fa chada escenográfica ha servido tan a menudo para eclipsar, por el mismo precio, el sentido íntimo de su actitud y el valor real de su obra-, pues a su invención debemos también, y muy especialmente, una de las aventuras más fascinantes de la pintura española de este siglo, una obra de excepcional magnetismo, de rigor e imaginación infrecuentes, que sigue asombrándonos en el modo como mantiene intacta su frescura, en el lenguaje y la idea, frente a la usura del tiempo.

Maruja Mallo

Galería Guillermo de Osma. Claudio Coello, 4, 1º izquierda. Madrid. Hasta el 20 de diciembre.

Maleficios

Paradójicamente, como presa de algún maleficio, buena parte de esa obra memorable sigue siendo -alejada por razones de distancia geográfica o temporal- inédita al público de nuestro tiempo, y en especial aquellas que pertenecen a las fecundas décadas de la etapa americana de nuestra pintora, en la soberbia e innovadora madurez central de su trayectoria creativa. Por la luz que arroja sobre esas lagunas imperdonables, por permitir el encuentro con algunas obras míticas de tales periodos, piezas de culto que nos eran conocidas tan sólo por sus reproducciones y aun otras que amplían nuestra visión de algunos de los ciclos más célebres, esta exposición adquiere su condición excepcional, incluso histórica, pues es tan sólo la segunda, en 25 años, que nos brinda la ocasión de un reencuentro suficiente con el fascinante mundo de Maruja Mallo, encuentro que se ha visto reforzado por la publicación de un espléndido catálogo, destinado a convertirse en uno de los hitos dentro de la limitada bibliografía de la artista.El lado oscuro de esta historia, en cambio, ese naufragio al que nos referíamos viene dado por el hecho de que esta muestra estuvo originalmente concebida como un proyecto paralelo a la celebración de una cita imprescindible y reiteradamente frustrada, una gran retrospectiva que debía permitimos, al fin, una revisión integral y rigurosa de su colosal identidad creadora, y que, una vez más, se ha visto postergada hacia no se sabe bien qué horizonte inalcanzable. El naufragio de esa retrospectiva ha obligado, parece, a la reconversión de esta otra muestra en una antológica limitada en extensión, que busca situar los nuevos reencuentros en su contexto. El resultado encierra muchos dones felices, pero no puede ni quiere alejar el estupor ante esa suerte de maleficio colectivo que parece vedarnos la capacidad para una cita integral que nos restituya la memoria de esta artista incomparable.

Pero tal vez la cosa no sea tan extraña; tal vez todo se deba a que el reino de Maruja Mallo no sea, en realidad, de este mundo, y su lugar natural se encuentre, a 7.000 metros por encima de nuestras mejores y más altas cabezas, justo allí donde ella situara aquellos deslumbrantes y entrañables "moradores del vacío". Mas en tal caso -sin duda probable- esa elevación virtual nada tendría que ver con los tópicos de lo sagrado, con esa "jodida mística", tal y como la definía Maruja con su anticlericalismo de estirpe. Como todas las perspectivas forzadas, la nuestra es también engañosa. Lejos de toda condición celestial, su nivel no es sino el de ese lugar panteísta que le resultó, desde siempre, tan propio, una naturaleza ubérrima y libre, radiante, fecundada por el deseo. No se trata de un lugar elevado, sino, en todo caso, de que el nuestro sea un espacio abisal, y lo que entre nosotros abunda, condición de los moradores de simas tales, ciegos a cualquier manifestación solar, seres sin color, lentos, aplastados por la misma presión que -merced a un principio de Arquímedes del espíritu- a Maruja eleva.

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