La sombra de Bergman oscurece a Bille August en 'Las mejores intenciones'
La carrera española de la película triunfadora en Cannes 1992, Las mejores intenciones, comenzó ayer en la 37ª Semana Internacional de Cine de Valladolid. Es una coproducción paneuropea de profunda identidad sueca, pues está escrita -y en estado de gracia- ni más ni menos que por Ingmar Bergman. Su director es un joven cineasta danés de gran talento, que ya obtuvo otra Palma de Oro por la magnífica Pelle el conquistador.
El resultado es una obra colosal y estremecedora, que antes de haberse estrenado es ya considerada un monumento de la historia del cine europeo.Se cuenta, y aunque carezca de fundamento parece verosímil, que Bille August, director de Las mejores intenciones, está últimamente irritado por la forma en que ahora mismo se presenta en Estados Unidos el quién es quién en la autoría de esta obra.
Parece que su queja consiste en que se alude a "la nueva película de Bergman". Si esto es real, la rabieta de August es comprensible, pero un poco ingenua.
August es un cineasta de mucho talento, pero Bergman es, además de un cineasta portentoso y ya un clásico indiscutible, una de las personalidades más diferenciadas de la cultura europea de este siglo. August es un cineasta de muy alta estatura, pero es inevitable que sus huellas parezcan las de un niño, mientras camina junto a las huellas de un gigante.
La grandeza -con frecuentes caídas en la medianía-, del cineasta Bergman, se apoya siempre sobre la solidez de su escritura, pues Bergman es indiscutiblemente uno de los mejores escritores de película de cualquier edad del cine. Pues bien, Las mejores intenciones lleva dentro el, mejor guión del mejor guionista que existe.
Gallardía moral
August lo sabe -lo dijo así en Cannes-, y firmó este genial libro con total transparencia: no reverencialmente, sino todo lo contrario, humildemente. De ahí la gallardía moral de su trabajo y la armonía final de la obra, que ha sido realizada por August, pero que fatalmente es de Bergman, pues la contribución del primero a la autoría de la película es calderilla comparada con el incalculable tesoro que aporta la contribución de Bergman.Bergman reconstruye en el filme la vida de sus padres durante los 10 años que precedieron a su propio nacimiento. La última imagen del filme gravita sobre la curva del vientre de su madre pocos días antes de parirle. En muchas ocasiones, Bergman hurgó con dolor, maldad y angustia en el avispero íntimo del pacto a que llegaron sus padres para seguir viviendo juntos para criar a su hijo, pese a odiarse mutuamente. Bergman sé sintió desde antes de nacer -y eso vértebra poéticamente la película- hijo de un odio. Y es probable que la razón de su negativa a filmar la película tenga que ver con el miedo derivado de su falta de neutralidad emocional ante lo que se cuenta en ella. Y escribió la película para que la filmara otro.
Puso Bergman en las manos de August un millar de folios irrefutable. De la misma manera que Ford rodaba sus películas de forma que los montadores del estudio no pudieran modificar nada y ordenaran la secuencia como la había previsto, Bergman escribió Las mejores intenciones, de manera que resultase imposible modificar sustancialmente las imágenes y su secuencia, y hubiera que acatarlas tal y como él las rodó y montó en el espacio interior de su memoria. Es Las mejores intenciones, como las de Ford, una película concebida y formalizada con los ojos cerrados. De ahí probablemente proviene su misterio.
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