Bush y Clinton se enfrentan la próxima madrugada sin que Quayle gane terreno
La opinión pública norteamericana espera ansiosa para la próxima madrugada el segundo debate entre los tres candidatos al sillón presidencial después de un agitado combate verbal entre los aspirantes a la vicepresidencia -Al Gore, Dan Quayle y James Stockdale-, que consagró a Quayle como auténtico perro de presa republicano, pero que no alteró para nada la tendencia negativa de las encuestas para el presidente George Bush. El segundo debate entre Bush, Clinton y Perot, que se celebrará la próxima madrugada (hora espafiola) ha quedado caldeado por sus segundos.Quayle aprovechó el único debate público entre los candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos, celebrado en la madrugada del miércoles (hora española) en Atlanta, capital del Estado de Georgia, para sacudirse la etiqueta de "ciervo deslumbrado por los faros de un coche" con la que se le conocía desde su desastrosa actuación en las presidenciales de 1988, con un ataque de artillería pesada contra la candidatura demócrata.
El vicepresidente, de 45 años, convertido por sus meteduras de pata en el pasado en el blanco de todos los humoristas del país, sorprendió por su agresividad e intentó tirar por elevación contra el gobernador Bill Clinton, ignorando a su contrincante directo, el senador por Tennessee y candidato demócrata a la vicepresidencia, Al Gore.
Pero el demócrata Al Gore, que no perdió la compostura un solo momento, utilizó la táctica taurina de citar y templar al toro Quayle y, en varias ocasiones, entró con éxito a matar.
En tres ocasiones, Gore derribó a Quayle con preguntas directas sobre el aborto, la situación económica y la excesiva preocupación de Bush por temas extranjeros, preguntas que el vicepresidente, sabedor del terreno resbaladizo que pisaba, prefirió ignorar. "Os habéis preocupado de casi todos los países del mundo. ¿Cuando váis a empezar a preocuparos por nuestro pueblo en Estados Unidos?", respondió Gore a Quayle después de una intervención del vicepresidente en la que elogiaba la actuación de Bush en política internacional.
"Dan, puedes aclarar tu posición sobre el aborto con esta simple afirmación: estoy a favor del derecho de la mujer a elegir (sobre la terminación voluntaria del embarazo). ¿Puedes hacer esa afirmación?" Quayle se limitó a reafirmar su conocida posición pro-vida y a hacer una disquisición sobre el excesivo número de abortos en Estados Unidos, 1.600.000 en el último ano, y que en el caso de la capital federal, dijo, superan el número de nacimientos.
La tercera pregunta sin contestación directa se refirió a la crisis económica, que Gore calificó de "la peor desde Herbert Hoover" (el presidente de la recesión de 1929). "¿Cuánto tiempo hará falta para que vuestra política económica empiece a dar resultados?", inquirió Gore después de recordar que, durante los últimos tres años y medio de la presidencia de Bush, aquella no había funcionado. Pero no todo fueron triunfos para Gore.
El vicepresidente Quayle logró uno de sus objetivos: machacar hasta la saciedad los dos temas sobre los que la candidatura republicana va a basar su estrategia. La credibilidad y preparación de Clinton para ocupar la primera magistratura de la nación y la amenaza de una subida indiscriminada de impuestos por parte de los demócratas.
Quayle afirmó, una y otra vez durante su intervención, que para recaudar unos ingresos suplementarios de 150.000 millones de dólares anuales, como pretende el programa demócrata, una futura Administración Clinton tendrían que gravar no sólo los sueldos superiores a los 200.000 dólares anuales, sino todo salario que sobrepasara los 36.000.
"¡Necesitamos un presidente en, el que se se pueda confiar! ¿Se puede, pueden ustedes confiar realmente en Bill Clinton?", fue la pregunta que Quayle dejó en el aire al final de su intervención.
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