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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tabori en Sevilla

Como hiciera anteriormente con Suárez, Narros y Gandolfo -aunque en el caso de Gandolfo aquello fue una encerrona-, el Centro Andaluz de Teatro recurre a un director ajeno al CAT para avalar una de sus producciones. En este caso el director es el húngaro (Budapest, 1914) George Tabori, un director polémico. El resultado es un taller de hora y media de duración sobre el capítulo del Gran Inquisidor de Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, escrito por el propio Tabori y traducido, del alemán, por su ayudante de dirección, Víctor Oller.Cabe preguntarse si ese taller debía programarse o no en el Central, junto a otros trabajos de Wilson, Fabre o Deschamps. Sobre el papel, la respuesta es sí: el planteamiento que hace Tabori del capítullo del célebre thriller del ruso es interesante, amén del prestigio del húngaro, que no se discute. Pero sobre el escenario las cosas se ven de una manera muy distinta.

El gran inquisidor

de George Tabori. Intérpretes:Pedro Casablane, Manuel Morón, Gloria López, Marga Morales, José Luis Fernández Escudero, Juan Motilla. Escenografía, iluminación y vestuario: Marietta Eggmann. Música: Stanley Walden. Dirección: George Tabori. Coproducción del Centro Andaluz de Teatro y Expo 92. Teatro Central Hispano. Sevilla, 8 de octubre.

En primer lugar, está el texto -un texto que es un mano a mano entre Iván y Alioscha Karamazov sobre el bien y el mal, sobre lo divino y humano-, un texto que chirría constantemente, que no pasa: está escrito en un castellano plano de traductor, de dudosa calidad y sin garra teatral. Luego tenemos los intérpretes del CAT, que son muy flojos ydicen el texto como algo aprendido, sin demasiada convicción. En cuanto al trabajo corporal, la lucha final en la que pelean Iván y Alioscha, desnudos, resulta de una pobreza escandalosa y la muerte de Iván a manos de Alioscha poco menos que ridícula. ¿Dónde estaba el profesor de lucha grecoromana? La violencia en el teatro es peligrosa, sobre todo cuando no está en manos de auténticos profesionales.

Lo más gratificante es la escenografía: un café de estación, un lugar fantástico, con las mesas y las sillas patas arriba, poblado por media docena de peponas, de muñecas de trapo, y una pareja de clowns: un ángel y un demonio. Y un reloj que marcaba el tiempo real y que acabó haciéndose interminable. En mi opinión, el taller de Tabori no debía haber salido de la calle de San Luis. En el Central, en el quinto infierno, es demasiado.

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