Los labios de Aznar
ES TANTA la necesidad de una alternativa solvente que incluso gentes situadas en las antípodas de lo que representa José María Aznar han saludado con simpatía su llegada a la jefatura del Partido Popular para sustituir a Manuel Fraga: con éste, las posibilidades de articulación de una alternativa de centro-derecha eran inexistentes. El sucesor proclamó su voluntad de impulsar un partido "independiente, centrado y moderado". Dos años después, el intento del PP de sustituir a la actual mayoría pasa por la conquista del apoyo de esos sectores de las clases medias que han retira do su confianza a los socialistas, pero dudan si dársela a Aznar. A ellos se dirige preferentemente, como reconoció el propio presidente del PP, la propuesta de reforma fiscal que presentó el miércoles. Se trata de una reforma de corte liberal que plan tea la congelación inmediata de los impuestos y su reducción posterior. La propuesta tiene a su favor que, tras el rápido crecimiento de la presión fiscal producido en los últimos 15 años, la mayoría de los españoles (el 56%, según una encuesta del CIS divulgada estos días) piensa que recibe del Estado, en servicios, me nos de lo que paga en impuestos. También trabaja en su favor la impresión (que comparte el 40% de los ciudadanos) de que el Gobierno "malgasta gran parte del dinero que pagamos en impuestos".
En su contra juega su muy escasa credibilidad. Primero, porque si el problema fundamental es el déficit público, hasta el punto de considerarse que su efectivo control es la condición previa para abordar los demás problemas pendientes -diferencial de inflación y de competitividad, debilidad del ahorro y de las inversiones, desempleo creciente-, resulta aventurado (y en todo caso inoportuno) comprometerse a algo que puede resultar paralizante, y si algo temen esos sectores moderados es el aventurerismo en materia económica.
Es verdad que la oposición me- rece el beneficio de la duda (dado que su programa no ha sido aplicado). Pero la experiencia de la gestión del PP en las comunidades y ayuntamientos que gobierna ofrece numero sos indicios de un escaso cumplimiento de sus promesas de austeridad presupuestaria: casi el mismo día en que los estrategas del PP presentaban su enmienda a los presupuestos solicitando la supresión de 5.000 al tos cargos se conocía el dato de que los gastos relativos a ese capítulo se habían incrementado en la Xunta en un 67% en los dos últimos años. Y la propuesta de reforma fiscal ha coincidido en el tiempo con la eleva ción de los tributos municipales, contra la promesa expresa del alcalde, en el Ayuntamiento de Madrid, considerado en su día principal paradigma del modelo de gestión de los populares.
La experiencia internacional es ahora, por lo demás, menos concluyente de lo que parecía. Es cierto que Reagan consiguió contener el crecimiento del déficit público (especialmente en su segundo mandato), pero también que su, sucesor no pudo evitar, pese a presentarse con el mismo programa de congelación de impuestos y recorte de gastos sociales, que ese déficit alcanzase dimensiones (en términos de porcentaje del PIB) desconocidas desde finales de los años cuarenta. Con todo, que el PP presente sus propias propuestas, y que éstas se sitúen en línea con las defendidas por otras fuerzas conservadoras, supone un avance respecto a la indefinición e incoherencia anteriores: para ganarse la confianza de la mayoría no basta criticar, hay que proponer alternativas.
Pero convendría que éstas fueran realistas y estuvieran respaldadas por una argumentación seria: el pronunciamiento de Aznar en favor de la salida de la peseta del Sistema Monetario Europeo no está avalado por criterios empíricos constatables: ni a la libra ni a. la lira, que optaron por esa solución, les ha ido mejor que a la peseta, sino lo contrario. Por otra parte, si bien es posible que el Reino Unido pueda permitirse esquivar sus compromisos y romper la disciplina monetaria, España (y seguramente Italia) no puede hacerlo sin profundas repercusiones sobre su credibilidad. En fin, es posible que la radicalidad del pronunciamiento de Aznar haya caído bien en sectores anheIantes de emociones fuertes. Pero también cabe suponer que muchos otros verán con desconfianza que un aspirante a la presidencia del Gobierno desautorice de esa manera, en momentos como los actuales y sin ofrecer razones de peso, la política del Banco de España en defensa de nuestra moneda.
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