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Tres miércoles negros y un mes de infarto

La 'tormenta monetaria' de septiembre destapa los flancos débiles de la unión europea

Los ministros de Economía y Finanzas de los Doce reiteraron, subrayaron y ratificaron a finales de agosto en Bruselas la estabilidad del Sistema Monetario Europeo (SME). La abundancia de erres de la declaración dejó paso a un mes que ha expulsado a dos socios fundadores de la Comunidad Europea del Sistema Monetario Europeo (embrión de la moneda única). Pagar la factura de septiembre y sus tres miércoles negros llevará mucho tiempo y más dinero. De momento, el mes pasado ha destapado día a día todos los puntos débiles del SME y del proyecto de unión europea díseñado en Maastricht.

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La fiesta comenzó el miércoles 9 de septiembre. Cierto es que los días anteriores los invitados ocuparon sus habitaciones e hicieron el domingo una excursión al balneario de la ciudad británica de Bath. Se fotografiaron a la orilla del río Avon y aplaudieron una declaración de su anfitrión, Norman Lamont, ministro de Finanzas de Reino Unido. Éste subrayó que los bancos centrales estaban "preparados para intervenir sobre los mercados de cambio, utilizando todos los medios que sean necesarios y los instrumentos que permite el SME".Los mercados recogieron el guante lanzado por Lamont tres días después, el primer miércoles de tintes negros, con la colaboración inestimable de un comunicado interno del Bundesbank, posteriormente desmentido. El Buba (apelativo con el que en los mercados financieros se refieren al banco central alemán) defendía, presuntamente, un realineamiento dentro del SME en el que la libra esterlina, la lira italiana y la peseta española se devaluaran.

La apuesta masiva del mercado de divisas convirtió en realidad las hipótesis del comunicado apócrifo en sólo una semana. La distancia de siete días se cubrió con fortísimas intervenciones de los bancos centrales responsables de las divisas -sospechosas. Una de ellas -la lira- sólo aguantó tres días.

La presión monetaria se sumó en Italia al fracaso de su primer ministro, Guliano Amato, cuando pidió plenos poderes al Parlamento para afrontar la crisis económica. El Bundesbank se hartó de comprar liras, el Banco de Italia vació sus arcas de marcos y francos belgas, y el sábado ambos comunicaron al comité monetario que la lira se devaluaba un 3,5%, el marco se apreciaba un 3,5%, mientras pedían a las restantes divisas del SME que acomodaran su cotización al reajuste. Todas, incluídas la libra y la peseta, se colocaron junto al marco y dejaron todo el peso de la devaluación a la lira.

Como muestra de buena voluntad, el Bundesbank retocó sus tipos de interés el lunes 14. El mercado se tomó un día de respito y el martes volvió a la carga de los tres objetivos. La presa resultó tan propicia y el negocio tan fácil que el miércoles 16 (el más negro del mes) la presión fue explosiva. La libra -después de subir sus tipos de interés cinco puntos, en dos escalones y sin éxito- anunció su abandono temporal del SME.

Los miembros del comité monetario viajaron a Bruselas esa noche con el conocido resultado de dos abandonos del SME más o menos temporales y otra devaluación, en esta ocasión de la peseta. El Gobierno italiano cerró su mercado de divisas, aprobó un duro paquete de ajuste y rezó por un claro francés al tratado firmado en Maastricht (capital de Limburgo, en Holanda) nueve meses antes. El Gobierno británico dejó al continente aislado mientras limpiaba las heridas del orgullo herido.

La apuesta a tiro seguro continuó con la peseta primero y con las restantes divisas europeas -a excepción del marco, el franco belga y el florín holandés- después. El sábado, ya con los mercados cerrados, el ministro de finanzas alemán, Theo Waigel, reiteraba en Washington, antes de incorporarse a la reunión del Grupo de los Siete, que no bajarían más sus tipos de interés. Mientras, en Italia, comenzaron las manifestaciones. Pero la solución estaba cerca: los votantes franceses despejarían todas las dudas ese mismo domingo.

Domingo día 20

Las mesas de operaciones en divisas y deuda trabajaron ese domingo. Los primeros sondeos dieron la victoria al no, el resultado provisional al por poco más del 50% y los votos de ultramar consolidaron el 51%. Los Gobiernos dictaminaron que la democracia francesa estaba a favor de Maastricht. Los mercados que casi la mitad de los franceses estaban en contra.

La fiesta no había acabado. El franco se convirtió en el bufón de la fiesta y, la peseta en su dama de companía. Tanto, que Helmut Kohl tuvo que desplazarse al palacio del Eliseo para interesarse por la salud de su viejo amigo François Mitterrand y de su divisa herida. Eso fue el martes. El tercer miércoles del mes cumplió su compromiso de día especial gracias a la decisión del Banco de España de restringir los pases de baile de la peseta, con el objetivo de frenar "la presión de la especulación".

Estos límites a la movilidad de las divisas se implantaron poco después en Irlanda y Portugal. Pero el freno al mercado estuvo acompañado de un acelerón de declaraciones. Primero para recordar la Europa de dos velocidades. Después para rechazarla y reiterar la urgencia de ratificar Maastriclit. Septiembre ha quedado plagado de erres.

Políticos contra mercado

Los jefes de Estado y de Gobierno soñaron con una Europa razonablemente unida en el Limburgo holandés un lejano diciembre de 1991. Nueve meses más tarde la realidad ha demostrado que el sueño de la razón produce monstruos. Los coletazos de éste han humillado el honor inglés, han ridiculizado el europeísmo francés, han destapado la bancarrota italiana, han reavivado el miedo a una gran Alemania y han demostrado que los españoles seguimos siendo pobres.Doce Gobiernos apostaron por una moneda europea única y confiaron en una aproximación tranquila, segura y con etapas diferenciadas hacia ella. Mientras, mantenían 12 puntos de mira distintos y en algún caso contradictorios. La baraja tenía esas cartas marcadas y la partida se jugaba a fecha fija -un domingo 20- por una decisión de soberanía política.

El mercado decidió apostar. Los gobiernos habían instaurado la apuesta infinita, gracias a la libertad total de movimiento de capitales, en teoría incompatible con tipos de cambio fijos. El resultado ya se conoce. La banca de algunas salas de juego está en quiebra, los Doce son nueve y medio más Italia y algunas libertades han dejado hueco al control. Pero el sueño del Limburgo holandés, al menos sobre el papel, se mantiene.

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