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La tarea puede continuar

Nuestra campaña electoral ha sobresaltado a toda la Comunidad. La victoria del evita que nuestro país, que vio nacer la gran idea de la construcción europea, emerja casi medio siglo después como su enterrador. La credibilidad de Francia se ha salvado por poco. La tarea puede continuar.Pero, ¿cómo negar que el muelle se ha aflojado? Los padres fundadores, Jean Monnet y Robert Schuman en Francia, deseaban construir paso a paso, gracias a unas instituciones originales, una Europa integrada política y económicamente, una zona de paz y prosperidad. Pero la campaña ha puesto en evidencia la falta de legitimidad de las instituciones comunitarias.

La Comisión de Bruselas ha sido designada como chivo expiatorio responsable del debilitamiento de los lazos entre el Estado y los ciudadanos. Las críticas han ido bastante más allá del Tratado de Maastricht y han permitido a los partidarios del no condenar el Acta única (libre circulación de bienes y servicios) y los acuerdos de Schengen (libertad de movimiento de las personas). La mitad de los electores tuvo miedo de lo desconocido.

En el ánimo de Helmut Kohl y Frangois Mitterrand, el Tratado de la Unión Europea respondía al deseo de reforzar el núcleo duro de Europa, en un momento en que el orden surgido de la II Guerra Mundial se desmoronaba. El proyecto, demasiado ambicioso en la forma, estuvo a punto de volverse contra sus autores. Las divergencias en cuanto a Yugoslavia han subrayado la importancia de la separación entre la idea abstracta de la PESC (política exterior y de seguridad común) y la realidad actual. Igualmente, el huracán de la semana pasada ha demostrado que el Sistema Monetario Europeo seguía siendo una construcción débil, muy alejada aún de la moneda única. Por añadidura, Maastricht ha pulsado la fibra nacionalista de muchos de nuestros conciudadanos. Las negociaciones ignoraron la potencia simbólica de la moneda, donde reside en parte la esencia de la soberanía nacional. La cuestión de la ciudadanía europea ha inquietado a muchos espíritus.

El Reino Unido ha encontrado en las dudas francesas una justificación a su distanciamiento, y no se puede excluir la posibilidad de que rechace el tratado. En Alemania, las fuerzas hostiles a Maastricht se han desarrollado bajo la influencia de nuestro propio debate. El nacionalismo monetario ha tomado auge. Helmult Kohl, al que se presenta frecuentemente como el último canciller europeo, está actualmente muy debilitado.

El ha vencido, pero no es seguro que Europa vaya a reactivarse por ello. Esto dependerá antes que nada, por supuesto, de la ratificación de Maastricht por el conjunto de nuestros socios, incluida Dinamarca, que tendrá que encontrar el medio de revisar su voto negativo. Después, y sobre todo, será necesario dar al tratado una sustancia que no tiene por sí mismo. Ante el torbellino de acontecimientos que nos rodea, la credibilidad de Europa se decidirá de acuerdo con su capacidad para tratar en tiempo real los grandes problemas que nos afectan, como el conflicto yugoslavo o la crisis monetaria. En este sentido, el año 1993, en el que Maastricht deberá entrar en vigor, será crucial.

Por otra parte, puede esperarse que los candidatos, a la adhesión se aprovechan de todas estas dudas para obtener condiciones menos exigentes para su entrada. Lo que nos amenaza es esa Europa amorfa que los ingleses siempre han tomado como modelo, porque continúan pensando en el marco de una comunidad occidental dirigida por EE UU.

Desde 1959, era evidente que la cohesión europea sufriría con el desmoronamiento del imperio frente al que estaba situada. El sí pero de Francia al Tratado de Maastricht no permite eliminar el riesgo de ver apagarse la pequeña luz del continente euroasiático que, por su cohesión política y económica, lo iluminaba por completo.

El trabajo que hay que realizar para reforzar las estructuras de Europa occidental sigue siendo inmenso. Afortunadamente, no estamos en 1933. Aquí y allá puede uno inquietarse por el resurgimiento de las reacciones nacionalistas, pero ningún dictador se perfila en el horizonte. Hemos acumulado una preciosa experiencia de trabajo en común. El éxito es posible, pero el tiempo apremia. En la historia nada es irreversible.

Thierry de Montbrial es director del Instituto Francés de Relaciones Internacionales.

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