La astucia de la conservación
Loewe presenta su colección de primevera-verano en el Salón Cibeles
VICENTE VERDÚ, Perseverando en su línea de moderación y domesticación de formas nuevas, la firma Loewe desplegó ayer con un surtido de exquisita calidad material, con sedas, cueros, finos y napas perfectos, su heteróclita colección para la clase media alta y alta que desee vestirse en negro y blanco, en maíz o en ciruela, de cow-boy o de pirata sin provocar a nadie. Un juego acaso premeditado entre la aventura del lujo y la medrosa apuesta del diseño.
Loewe ha presentado su colección primavera-verano en el segundo piso de una casa de vecinos. Pero una casa de vecinos con casta, emplazada en la médula del madrileño barrio de Salamanca. Casi todo lo de Loewe, desde hace décadas, ha tenido que ver con la médula, los tuétanos, los cordobanes, la piel de buey esmeradamente curtida y los sabores de lujo espeso. No parece una casualidad que, al fin, además de sus dos principales comercios en Madrid, Serrano, esquina Goya y Serrano esquina Jorge Juan, haya elegido como sede de su desfile una calle paralela.Las modelos, bien seleccionadas, aunque unas con el cutis averiado por el maquillaje y otras inútilmente licuadas con lentillas de color azul, partían de lo que en el apartamento sería la cocina y paseaban por el recibidor y el salón comedor hasta los fondos de lo que probablemente correspondía a la alcoba. En el fondo de esa virtual habitación y pegados contra la pared, se hacinaban los fotógrafos de prensa, unos encima de otros, para captar el instante en que las chicas extremadamente delgadas y pulimentadas, sonreían en señal inequívoca de estar en posesión de la belleza y, por tanto, de una verdad fatal.
Todos los asistentes debíamos haber adelgazado varios kilos, haber comido menos -la sesión era a las cinco de la tarde-, haber escogido un atuendo más consonante con la situación. Lo único que salvaba al público de las comparaciones era el piso. Un piso a unas cuatrocientas mil pesetas el metro cuadrado -pero piso al fin-, en el barrio de Salamanca, eviterno feudo inspirador de Loewe a pesar de sus leves intentos por saltar a la Montenapoleone o algo así.
Pero, a fin de cuentas, ¿de qué trata la nueva creación de Loewe? Imposible encontrar una respuesta estética cabal. Loewe no atiende a un estilo sino a un estrato, no marca una línea sino un nivel. Lo barroco y lo neoclásico, Chanel o Versace, la hija heredera montando en el BMW descapotable o la rica tía Julia de visita recién apeada del Mercedes azul marino pueden vestirse allí. El juego con el pañuelo pirata, la fantasía con las cazadoras negras, neo-punkies o neo-farwest, el atavío para la boda se suman en la colección sin sobresaltos. La moda, lo insólito, cualquier clase de sorpresa se doblega bajo la mano domadora de Loewe.
Toda la materia en que se basan las prendas despide verdad y nobleza. El déficit radica en la verdad de segunda mano que guía la hechura. Todo parece tan manso que ni el sexo brillante y libre de las modelos jóvenes consigue desprenderle del peso provecto del dinero y de la edad.
Lujo comprensible
¿Es esto lo que pretende la firma? Puede ser. El caso es que luce menos una estética que un estatus Loewe. La marca, más que pugnar por ser un referente en el arte del diseño, parece haberse se inclinado por producir un lujo comprensible. No sorprende ni en el espacio ni en el tiempo. Copia con tanta riqueza que mejora al modelo hasta trasladarlo desde la marginalidad al entendimiento del burgués alto. Recrea con tanta prudencia que es capaz de hacer confundir la tradición con lo retro. Si sus prendas no fueran tan buenas, tan caras y estuvieran tan bien cosidas, no sería extraño que se vendieran con éxito en los mercadillos.
Babelia
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