¿"Cristóbal Colón" a la hoguera?
No puede decirse que sea especialmente grata la relación de los guionistas de cine con los llamados "asesores históricos". El recelo es mutuo. Unos temen por la película y otros por la historia, todos muy justificadamente. Al final se suele llegar a una transacción: se admite más historia de la que querrían los guionistas y menos de la deseada por los asesores. Eso sí, hay escenas que se dan por descontadas, para sazonar con algún picante o mayor ternura el pasado, que anda un poco amojamado para salir en pantalla sin ese maquillaje: los lances de amor o las monerías de algún niño más o menos zangolotino. Lo decimos por experiencia. El éxito siempre dudoso del cine histórico depende, en definitiva, del difícil equilibrio que se guarde entre ambas partes.El objetivo de este nuevo Cristóbal Colón. El Descubrimiento, dirigida por J. Glenn, estaba claro. Se trataba de hacer una película de aventuras -¿qué otra cosa, sino una enorme aventura, había sido el viaje de 1492?- en la que, sin herir a nadie, se diese una cierta visión histórica de "la empresa de las Indias", lejos de las interpretaciones sesgadas al uso fuera y dentro de España. Por esta razón, el nombre del almirante suena por primera vez en inglés Cristóbal Colón -como, por lo demás, quiso llamarse el genovés-, y no Christopher Colombus o Cristóforo Colombo. Además, había que rozar, de manera inevitable, los dos grandes acontecimientos de la España de 1492: la guerra de Granada y la expulsión de los judíos, siempre con el máximo respeto para unos y para otros. No nos gustó el protagonismo que asumía Torquemada, pero su figura podía aceptarse como arquetípica. Después venían otros problemas más nimios, pero de solución nada fácil. Por poner tres ejemplos: Colón dijo a sus hombres que se dejaría cortar la cabeza si no descubrían tierra en el plazo previsto,- los Reyes Católicos se enteraron del éxito del viaje por Martín Alonso, y no por Colón, y en 1493, cuando llegó el almirante, los inquisidores estaban limpiando de herejes la villa de Palos. ¿Cómo reflejar de alguna manera en el guión hechos tan significativos? Después de agrias discusiones, muchos quebraderos de cabeza y algunas prisas se alcanzó un consenso sobre el guión que, en conjunto, con todos sus defectos, es más que satisfactorio, a nuestro juicio.
Hace algunas semanas se estrenó en EE UU. Como siempre, hubo de todo en las críticas que se le hicieron. Unas no fueron malas ni mucho menos (la de Variety, por poner un ejemplo). Pero en España han tenido mucho más eco, como suele suceder, las voces desfavorables, a veces estridentes, que han sonado en la otra orilla del Atlántico. Sobre todas ellas campea la aparecida en The New York Times (Canby dixit), que se dedica casi en exclusiva a burlarse de Marlon Brando. Sobre esta base tan frágil hay quien ha llegado, entre nosotros, a tachar la película de "estrepitoso fracaso de crítica y público".
Peor es, que el crítico cinematográfico se exceda en sus funciones y se empeñe en dar de paso su lección particular de historia universal. Un intelectual nostálgico echa de menos que en el guión no se vean las consecuencias que tuvo el descubrimiento -propuesta interesantísima, que nos llevaría entonces a tratar de las dictaduras americanas y de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki- Otro feliz inventor de sentencias lapidarias se extraña de que los marineros canten el Gloria in excelsis Deo. ¿Qué extraño, no? Pues verdad de la buena: los marineros españoles eran así de extravagantes. Otra sesuda crítica se admira de que los indios obsequiaran a Colón con piedras y caracolas, "al contrario de lo que los libros de texto han mantenido durante años". Ahora bien, en el Diario del almirante se lee, el 12 de octubre, que los indios "venían a las barcas (...) y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas". Y así, en todos los lugares donde desembarcaron. ¿Qué libros de texto son entonces los citados? Por fuerza han de ser anteriores a 1825, fecha de la primera edición del Diario; ¿tal vez el artículo 'Espagne' de la Encyclopédie francesa?
Lo más asombroso de todo es el río de tinta que se ha escrito ya sobre esta película, sin verla. Es como para quedarse turulato. Hay quien hincha el pecho, quejándose, cual nuevo Jeremías, de la "falsificación histórica" llevada a cabo en esta "monumental chapuza". Porque el articulista, hombre normalmente ponderado, sin haber consultado siquiera con su almohada, sabe de muy buena tinta que "la triste fábula" -que no es "ni siquiera una caricatura de lo que aquello fue"- se ha estrenado: "en medio de la befa y el regocijo hiriente". ¿No nos parece estar oyendo la citrólica censura de Canby, esto es, lo único que ha trascendido y lo único que se conoce -ay- por vagas referencias en estos pagos?
El huevo de Colón. El original título demuestra lo precipitado y desmedido de la crítica. Pero se lleva la palma Un huevo de millones: ingenioso de veras. Son los que el autor dice que se ha gastado la Sociedad Estatal Quinto Centenario para dejarse en ridículo a sí misma, al parecer por puritito masoquismo. Y por si alguien duda, se aduce a continuación la prueba definitiva, pues se transcribe al pie de la letra una serie de escenas, tomadas de un viejo guión -que no es el definitivo-, y que incluía algún que otro disparate. Como colofón: ¿qué pintan en todo este desaguisado los asesores históricos de la película, "los prestigiosos investigadores Consuelo Varela y Juan Gil"? Pues quizá no mucho -nuestra capacidad no es tanta-, pero al menos sí lo suficiente como para haber logrado suprimir esos "horrores" que sin duda habrán sobresaltado a los lectores del artículo de marras. Por ejemplo: ha desaparecido el auto de fe (procesión de penitentes, llamas, negruras, cadáveres putrefactos); Martín Alonso Pinzón no es ya el hombre "antipático, obtuso, envidioso y desabrido" que se dice; el papagayo de las Indias no asusta a Torquemada, a quien no se puede tildar precisamente de imbécil; Colón, ante la reina, no señala con la mano en el mapa la zona donde se encuentra América, del Norte; y así sucesivamente.
Babelia
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