Vacunas
Vi por la tele a un funcionario del Ministerio de Sanidad que dijo que iban a dejar de subvencionar los placebos porque en estos momentos de ajuste económico lo sensato era gastar el dinero en medicamentos farmacológicamente activos. El mismo día oí en la radio que había empezado la campaña de vacunación contra la gripe, en la que el Estado invierte cientos de millones, para prevenir una enfermedad que, como todos sabemos, es una enfermedad del alma, lo mismo que el catarro. O sea, que si estás triste, te ataca, con vacuna o sin ella.Yo, modestamente, creo que todo esto es un error. Por un lado, dejamos de gastar dos duros en pastillitas baratas e inocuas, que a los neuróticos y a los pensionistas nos quitan las migrañas o nos ayudan a conciliar el sueño, sólo porque nos las recetan con un poco de cariño, y por otro, invertimos cientos de millones en miles de vacunas que te las ponen con la frialdad con la que se sella un documento, y que no curan ni previenen, aunque tengan un principio farmacológicamente activo, porque se ve que al que te pincha le importa un rábano que te mueras o no. Yo me tomé el año pasado unos bichitos muertos, que decían que eran anticatarrales, y fue el peor invierno de mi vida, porque creció mi natural tendencia a obstruir con mocos las vías respiratorias. Y eso no es un virus; eso es un modo de decirle al mundo que te quieres morir, que te niegas a respirar toda la miseria puesta en circulación por los estrechos pasillos de este estrecho país. O sea, que uno se acatarra para decir que no está a gusto, y eso no se cura con vacunas, sino cesando a Eligio Hernández, pongo por caso. Pero estamos en manos de unos ejecutivos que dejaron de creer casi simultáneamente en Dios y en Marx y, como alguna fe necesitaban, se han dedicado a creer en los virus.
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