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Entre el ingenio creador y la decoración

Cuando David Hockney ingresó, el año 1959, en el Royal College of Art de Londres, allí mismo se produjo simultáneamente una formidable convergencia de jóvenes talentos destinados a protagonizar la gesta del pop británico, más pictórico y cálido, pero, sobre todo, más intelectualmente complejo que el norteamericano, lo que, se gún y cómo, podría ser interpretado, asimismo, como el motivo de resultar aquél más débil que éste, pero, en cual quier caso, síntoma inequívoco de una de las últimas reacciones de personalidad sin complejos de la vanguardia europea.Es verdad que, antes de la arribada y el florecimiento de esta generación de Hockney, hubo los notables precedentes locales de Paolozzi y Hamilton, pero fue el desenfadado pictoricismo de aquéllos, así como su entonces muy libre eclecticismo e ironía, los que más contribuyeron a vertebrar lo que fue la identidad de la figuración europea de los sesenta.

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Aspecto adolescente

Hockney, en concreto, fue además algo así como el Billy Budd del grupo: de aspecto adolescente, tierno, intimista, ingenioso, pero sin que estas afecciones enturbiaran nunca su veraz objetivación de la realidad cotidiana impersonal; más aún, demostró una notabilísima capacidad inventiva para resolver, de la manera más eficaz y sintética, problemas de representación plástica, situándose en un punto de equilibrio singular entre la explotación de los recursos ofrecidos por el lenguaje visual de los medios de comunicación de masas y un sabido conocimiento de la tradición pictórica heredada del pasado.

Esta complejidad de recursos expresivos, unida a su natural refinamiento sensible, así como el fondo hedonista y cordial de su talante, hicieron de él, cuando se atrevió a encarar el difícil mundo americano, más un californiano que un neoyorquino, un amante de la vida más que de la muerte.

Por último, David Hockney supo obtener óptimos recursos de su versatilidad creadora, lo que le franqueó las puertas de los medios de expresión y de los géneros más diversos, haciendo bellas escenografías y no pocos experimentos brillantes con el grabado, la fotografía, etcétera, y, sobre todo, descomponiendo con una gran inteligencia la trama de la visión moderna.

También es verdad que, a veces, este despliegue de facultades desdramatiza la obra y la escora peligrosamente hacia lo decorativo, que es lo que, a mi juicio, ha ocurrido con su obra reciente, pero ningún desmayo más o menos circunstancial deja de ser un episodio en un artista vivo y, como él aún, en plena actividad.

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