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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La pintura académica finisecular, revisitada

Aunque no me parecen ajustadas a la realidad histórica de nuestro país las razones que aduce el comisario de la exposición para defender su pertinencia -en España ni se ha condenado al ostracismo por generaciones anteriores el arte académico del siglo pasado (¡qué más quisiéramos!), ni propiamente los artistas ahora exhibidos se pueden catalogar cronológicamente como decimonónicos (la práctica totalidad sigue viviendo y pintando durante tres, cuatro y hasta cinco décadas del siglo XX), ni, sobre todo, su revisión actual nos hace descubrir, desgraciadamente, obras maestras, piezas fundamentales o renombrados artistas de aquella condición y edad-, estoy completamente convencido de la utilidad de sacar a la luz pública el arte del pasado, sea cual sea su excelencia, y de la adecuación de figurar la Academia de San Fernando para responsabilizarse de esta aireación.Por otra parte, que en 1873 se publique el decreto fundacional de la Escuela Española de Bellas Artes de Roma, casi un siglo después de que la maravillosa ciudad italiana hubiera dejado de ser un centro imprescindible para la información, formación y desarrollo de los artistas más dotados e inquietos, que en cuanto podían se marchaban en manada a París, ya resulta un dato elocuente respecto al atraso de nuestras instituciones docentes y al circunstancial desconcierto de la academia, que nació en plena vigencia de los valores clasicistas y que, por tanto, ha debido sufrir, a lo largo de toda la época contemporánea, un doloroso y difícil proceso de acomodación.

Roma y el ideal académico

La pintura en la Academia Española de Roma, 1873-1903.Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Alcalá, 13. Madrid, del 19 de septiembre al 15 de octubre de 1992.

Con todo, el arte es siempre más poderoso que las circunstancias que lo acompañan y difícilmente deja de poseer una capacidad histórica aleccionadora. En este sentido, ni haber ido a París hace a nadie buen artista ni el haber estado en Roma es ningún baldón, con lo que esta muestra posee muchos alicientes para el mejor conocimiento de nuestra realidad pasada, así como para que cualquier visitante de la misma, ávido de estos saberes a la par que sensible, aprenda y disfrute con lo que en ella hay.

Por último, articulada a través de los diferentes géneros modélicos propuestos por los rectores académicos de entonces, y siguiendo la secuencia cronológica de las sucesivas promociones de becarios, esta exposición reúne nombres y obras representativos de nuestro fin de siglo.

En este sentido, la presencia de Pradilla, Plasencia, Morera, Moreno Carbonero, Muñoz Degrain, Sala, Checa, Garnelo, Simonet, Chicharro o Benedito nos garantiza el sostenido buen oficio predominante, a veces entreverado de destellos de talento. Así pues, la exposición se deja ver con gusto, incluso haciendo abstracción de lo intempestivo que comparativamente pudieron ya parecer en su momento los temas y estilos impuestos y practicados por casi todos ellos, jóvenes ilusionados en una Roma siempre incomparablemente más instructiva, desde el punto de vista artístico, que cualquier ciudad española de la época.

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