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Las manzanas de Mingo

En 1888, los obreros asturianos que trabajaban en la construcción de la estación del Norte montaron un chigre en un almacén de las instalaciones para no olvidarse del sabor de su tierra, del sabor de la sidra que elaboraban en un lagar propio a la orilla del Manzanares. Aquel chigre (tienda dedicada a la venta de sidra) fundado en 1888 ha llegado hasta nuestros días sin demasiados cambios, fiel a su origen, aunque el lagar haya desaparecido y la parroquia ya no esté compuesta en exclusiva por ferroviarios asturianos y nostálgicos. La sidra sigue siendo la reina en Casa Mingo, que en los años sesenta, aprovechándose de mayores facilidades para el transporte, aumentó su oferta con otros productos de estirpe asturiana como el queso de Cabrales. Los pollos asados, el Cabrales y los chorizos a la sidra componen la base de un menú sencillo, económico y sabroso que convoca a una clientela de estudiantes alborotadores y grupos familiares que escapan de los calores de la urbe para gozar de las brisas del río, a escasos metros de ' las ermitas gemelas de San Antonio, una de las cuales, la legítima, guarda en su interior las célebres pinturas de Goya, que de nuevo pueden contemplarse tras años de olvido. El pintor sentado y hiératico contempla desde su pedestal los animados veladores del concurrido establecimiento, deseoso de refrescar su garganta de bronce con el agridulce y espumoso jugo de las manzanas de Avilés, de donde proviene la sidra de Mingo, natural o achampanada.

Este enclave asturiano se asienta en una de las zonas más castizas de Madrid, en las riberas del Manzanares, que cada año se animan con la primera verbena que Dios envía", la de San Antonio de la Florida. Estamos en la Bombilla, en La Bombi; las terrazas de las cervecerías y mesones, son un desmayado vestigio de los merenderos de antaño, de sus famosos bailes y colmados, escuela de castizos, paisaje costumbrista y abigarrado que pasearon para su esparcimiento e ilustración escritores y artistas de principio de siglo, en busca de nuevas emociones, estéticas y amorosas, en desigual competencia con los gallitos locales por los favores de chulapas y modistillas de rompe y rasga.

Incluso el Príncipe

Con verbena o sin ella, las mesas de Casa Mingo son testigos de un trasiego incesante del que forman 'parte desde hace tiempo los turistas, japoneses o sudamericanos, éstos muchas veces de origen asturiano que vienen guiados por el recuerdo de sus padres y abuelos, en peregrinación obligada a este santuario de la asturianidad militante.

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Asturianos de nacimiento o de adopción, como el Príncipe de Asturias -que, según Ángel, el encargado, acudió hace unos días, con discreta escolta, al reclamo de la sidra-, siguen visitando este local con solera, en cuyo interior guarda vestigios de su vinculación con el ferrocarril y exhibe las veteranas cubas que vertieron la primera sidra que allí se escanció. Desde las 10 de la mañana a las 12 de la noche, el personal de la casa, fundada por Domingo García González, atiende en las mesas mientras se doran centenares de pollos, que son troceados por manos expertas, salvo los domingos y festivos, que se sirven enteros por falta de tiempo y exceso de aglomeración. Sobre la mesa el pollo, entero o troceado, se sirve a 750 pesetas, 650 si es para llevar,y la botella de sidra se ex pende a 330, precios sin competencia para productos de calidad refrendada por una larga experiencia y por el favor de una fidelísima clientela que cada año se ve incrementada por legiones de estudiantes de la cercana universidad, que, generación tras generación, van conociendo un establecimiento que no tiene más publicidad que el boca a boca de sus satisfechos clientes, entre los que se cuentan docenas de se dientos deportistas, practican tes del footing en los dominios de la Casa de Campo, que cruzan el río en un último esfuerzo para buscar, el frescor del saludable zumo que es la honra y la ensefia de la casa.

El Pasillo Verde, que cambiará la fisonomía de los aledaños de la vieja estación del Norte, no tocará con la piqueta este reducto centenario, incólume frente al desgaste de los años y de los hombres.

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