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'Don Juan' vuelve a casa

La Ópera de Viena triunfa en la Maestranza

Don Juan, el burlador de Sevilla, volvió a su tierra encamado por Ruggiero Raimondi y las formaciones de la ópera de Viena en el primer viaje a España de su historia.La expectación era grande, los resultados propios de la casa, sin que se haya tratado de una de sus grandes noches, el éxito evidente y las minuciosas pegas de los denominados entendidos, crecidas y hasta excesivas.

A sus 51 años da gusto seguir cuanto hace Raimondi en el mítico licencioso y condenado, dos valores fundamentales de don Juan agudamente estudiados por Jacobo Cortines -un pensamiento en orden- en el reciente volumen de la serie Cátedra-Expo 92, colección ejemplar que contrasta con la empecinada simplicidad de los programas de mano de la Maestranza.

Ruggiero Raimondi, protagonista de la grabación de 1979, con Moser, Te Kanawa y Berganza, dirigida por Maazel, tiene visión propia del personaje, como cantante y como actor: sobrio, altamente musical y fiel a los planteamientos mozartianos en su esencia y en su estilo. La obra entera gira en torno a don Juan lo que más que facilitar, dificulta el trabajo del resto del reparto que en esta ocasión contó con una admirable doña Ana, a cargo de Carolyn James y un atractivo Leporello que nos descubrió los méritos vocales del tenor italiano Lucio Gallo. Cumplió con la gravedad requerida el bajo ruso Anatolij Kotscherga, en el comendador y palidecieron un tanto, dentro de una tónica de buena profesionalidad, la danesa Tina Kiberg, en doña Elvira; el austriaco Herbert Lipper (don Octavio); y los húngaros Andrea Rost e István Gáti, en Zerlina y Masetto. La gran orquesta vienesa lució su espléndida cohesión y su preciosa sonoridad, pero desde la obertura percibimos que el maestro Bruno Weill no es precisamente un inspirado, condición que imperiosamente demandan los pentagramas de Mozart. Tampoco es el mejor Zeffirelli -director escénico, escenógrafo y figurinista- el de este Don Juan no sólo porque responda a supuestos escénicos un tanto pasados, pues La traviata que hizo para la Callas, que es de 1958, me pareció siempre superior dentro de un estilo que puede sorprender por su brillantez en un primer momento pero que llega a fatigamos por su convencionalismo de base.

Con todo, hay dos cosas seguras: que cualquiera firmaríamos este Don Juan como medida media de calidad y que tratándose de la ópera de viena en su presentación española y en ocasión excepcional, como es la de la Expo, avalada por la presencia del jefe del Estado austriaco, debió venir con lo mejor de lo mejor y, sin duda, con una batuta de excepcional importancia. El público, en parte, de solemnidad, no regateó los aplausos e incluso los administró con tino a la hora de los saludos individuales. Las mayores ovaciones fueron para Raimondi y para la orquesta cuando el maestro la ponía en pie.

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