Recuerdos liberales
Los españoles no tenemos memoria histórica. Y así vivimos sólo del presente porque, además, carecemos de una prospectiva. Estamos anclados en la resignación del momento; una resignación algo malhumorada. De este modo es natural que haya quien diga que éste es el fin de la historia, porque no tenemos alternativa: hemos de conformarnos con lo que tenemos sin más.1 Esto me venía a la cabeza asistiendo al curso de la Universidad Complutense dedicado al recuerdo del doctor Marañón. Y durante él se poblaba mi imaginación de aquellos tiempos en que todo era distinto: había memoria de lo pasado, que servía de escarmiento si era negativo o de inspiración si era alentador y estimulante, adoptando un proyecto de. futuro que animaba nuestras esperanzas.
Pero no nos engañemos, hoy no pasa eso: lo pretérito pasado está, y no quiere recordarse para nuestra lección; y el porvenir no existe, ni se espera nada de él en la postura, entre pasota y resignada, que es nuestra presente actitud.
Dos grandes valores se han perdido: la utopía de un futuro mejor, y la confianza sin reticencias en la libertad auténtica y para todos como único camino de acceder a ella. Es ese liberalismo el que vivió y del que fue ejemplo el doctor Marañón. Un liberalismo que, como el del papa Juan XXIII, consiste en saber que la libertad sin discriminaciones no se aprende por otro camino que ejercitando la libertad. Pero una libertad como la que había aprendido Marañón en su gran inspirador Juan Luis Vives. Una libertad que no se olvidaba de los demás, sino que estructuraba la sociedad como había leído Marañón en su Tratado del socorro de los pobres. No era, un liberal como los del siglo XIX, que hoy algunos profesores quieren resurgir, lleno de injusticias sociales y explotaciones en el trabajo. Basta recordar lo que ocurría en las minas y fábricas de tejidos ingleses, donde morían niños vilmente explotados, abusando de su trabajo.
No habría más que leer el prólogo que puso al libro del republicano Marcelino Domingo ¿Adónde va España?, propio, como recuerda Laín, de un reformador social. Su liberalismo era el de la igualdad de oportunidades reales para todos, lo que supone un reformismo social en favor de los más desamparados; de aceptación del pluralismo de opiniones sobre la vida y la sociedad, en un diálogo sincero y abierto para buscar el difícil camino de la verdad; del respeto a todo ser humano, por considerarlo un fin y no un medio, como quería Kant, el propugnador de "la paz perpetua"; y nunca seguir la máxima atribuida a los jesuitas, en los peores momentos de su historia, de que el fin pueda justificar cualquier medio.
Su regla fue la de Leonardo: "Saber ver". Como decía también san Pablo: "Examinarlo, todo, y quedarse con lo bueno". Y lo que ha descubierto el filósofo de la ciencia Feyerabend: que el gran salto científico de la modernidad lo dieron los grandes observadores como Galileo, Newton y Darwin.
Por eso los dos mentores de Marañón fueron Vives, con su sentido crítico, y el padre Fe¡joo, con su paciencia observadora benedictina.
Me atrevería a decir que los dos libros más actuales e importantes de Marañón, para mi gusto, son Las ideas biológicas del padre Feijo y Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo. El primero sería un arte de pensar, que todos debían leer hoy para superar nuestros vicios españoles actuales: la superficialidad de eso que se ha llamado la cultura light, más interesada por el chisme escandaloso que por la verdad; y la superstición creciente de quienes dejan atrás unos modestos dioses depurados, que estén en su sitio y no quieran invadirlo todo, por unos sustitutivos de menor cuantía llenos de milagrería laica o esotérica que bordea el fanatismo. Y el otro porque dará una nueva moral comprensiva de la realidad humana, evitando el clasificar despectivamente a los de más al comprender su más arcana intimidad.
Y todo ello envuelto en el verdadero liberalismo, que no es el egoísmo individualista, sino ánimo generoso y desprendido, comprensivo y abierto al otro, sabiendo que la máxima primera de conducta es aquella de san Pedro: "Respetad a todo hombre". De lo cual nace la "civilidad" que quería Marañón como virtud más necesaria hoy para nosotros. La tan necesitada "ética cívica" que propugnaba por entonces el mejor educador español, el profesor Verdes Montenegro, del que tengo el vivo recuerdo de sus exámenes y su libro ejemplar sobre Deberes éticos y cívicos, que hoy debería servir para aprender una moral sin moralismos ni legalismos, en la nueva reforma de la enseñanza.
Todas las intervenciones que pude oír fueron dignas de atención: la mayor parte porque venían de quienes habían vivido su época como discípulos; y algunos, como el profesor del Colegio Estudio, Francisco Pérez,. por descubrirnos los aspectos religiosos, guardados siempre discretamente por él; pero de ninguna manera ocultos. Siguiendo su talante liberal, marcó Marañón su distancia respecto al proverbio "el infierno está empedrado de buenos propósitos" cambiando su sentido al decir que lo que está empedrado con las buenas intenciones es el cielo. Su moral no puede ser otra que la de estas buenas intenciones, entendidas inteligentemente en el sentido humano que propugnó Kant.
Su religión, como la del premio Nobel Carrel, estaba impregnada de sano, y yo diría hasta de espiritual biologismo, como cuando dice "la fe es una fuerza tan positiva como la pepsina". Y es que "el acto de creer (es) lo más solemne que puede ocurrir en el alma de un hombre". Pero no una creencia milagrera y sin crítica; porque, para él, eran mucho más importantes, como para el filósofo de Koenisberg: la maravilla del mundo biológico y astrofísico, "la razón", dice, "conduce inexorablemente a Dios, y el milagro ni quita ni pone", porque los dos grandes milagros son sólo el cosmos y la vida, como piensan el físico Schroedinger y el biólogo Haldane.
Y "probablemente alcanzaremos nosotros los días en que no se hable de milagros", como pasa en la teología actual, que como enseña monseñor Walter Kasper: "A Dios no se le puede colocar jamás en lugar de una causa intramundana; si se encontrara al mismo nivel..., ya no sería Dios, sino un ídolo ... ; sus milagros hay que considerarlos, como obra de causas segundas creadas"; Por eso "el milagro es, de por sí, ambiguo", sólo es significativo para el que tiene ya fe. Lo más importante es el mundo y la ley moral dentro de la conciencia.
Su investigación de lo sexual todavía está en vigor al hablar de los estados intersexuales, latentes en todo ser humano, siempre esperando un ambiente que los dirija bien en el sentido debido. Estos estudios del sexo, como informador de la vida toda y de, la evolución de la sexualidad, han sido corroborados más tarde, como asegura el doctor Botella Llusia, y antes lo hizo el sexólogo doctor Hesnard.
Un ejemplo liberal que es preciso recuperar.
Ennque Miret Magdalena es teólogo.
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