Los caídos
La corrida que se celebró apenas tenía que ver nada con lo anunciado, pues se cayeron dos diestros del cartel. Los caídos eran el fino torero alicantino José Mar¡ Manzanares y el pinturero torero placentino Juan Mora. No sólo se cayeron los dos toreros sino dos de los toros anunciados, todo eso por la parte de abajo, que es la escena; por la parte de arriba, que es el tendido, se cayeron también los aficionados, y a miles, pues hubo media entrada, si llegaba; de manera que la caída fue general y morrocotuda.Y ya, puestos a caerse con todas las de la ley, los caídos se llevaron consigo el abismo un girón de fiesta, que está pagando culpas ajenas sin ningún motivo y con evidente injusticia. La fiesta era el apasionante espectáculo del arte y del valor, donde había toros de arrobadora estampa y apabullante casta, toreros decididos que los dominaban y aún les quedaba un hueco en sus corazones románticos para interpretar las suertes de dominio con inspirada cadencia, y ahora todo eso ha desaparecido. Vacía de toreros auténticos y toros serios, la fiesta ya no es el espectáculo del arte y del valor, sino un soberano aburrimiento.
Guateles / Jesulín, Caballero
Cuatro toros de Los Guateles (dos fueron rechazados en el reconocimiento), terciados, 2º protestadísimo por desmochado; flojos; manejables excepto 611, descastado. 3º de Domingo Hernández, anovillado y flojo, con casta. 5º del mismo hierro, devuelto por desmochado. Sobrero de Condesa de Sobral, discreto de presencia, muy cornicorto, noble. Todos sospechosos de pitones.. Jesulín de Ubrique: dos pinchazos y estocada (silencio); media trasera descaradamente baja y dos descabellos (ovación y salida al tercio); estocada trasera y descabello (oreja); tras la lidia del 3º fue asistido en la enfermería de herida superficial y erosiones, y salió para lidiar al 6º. Manuel Caballero: pinchazo hondo descaradamente bajo, metisaca, pinchazo bajísimo y descabello; estocada trasera caída y descabello; dos pinchazos y estocada baja (silencio en los tres). Plaza de Colmenar Viejo, 3 de septiembre. Sexta corrida de feria. Media entrada.
No sólo un soberano aburrimiento. Han convertido la fiesta en una chapuza impresentable donde cabe que se caiga del cartel quien quiera, meter en su lugar dos plomizos pegapases y sacar para fingir lidia la tora mocha, aparte otros desmanes. Y no pasa nada. Aquí no hay responsables de esta burla al público; ninguna autoridad pide cuentas; ninguna exige reparar el daño cometido; ninguna impondrá sanciones ejemplares para que el atropello no se vuelva a producir.
No pasa nada de eso, en efecto. Sin embargo pasa algo peor y es que el público deja de ir a los toros. Cada día de atropellos, desvergüenzas y chapuzas, los taurinos matan la poca afición que queda y echan de la plaza a un montón de gente, que no volverá nunca más. En esta corrida de Colmenar en mayor cantidad, porque era televisada y los ciudadanos pudieron comprobar desde sus própias casas cómo no merece la pena gastarse el dinero ni perder el tiempo acudiendo a un coso donde casi nada de cuanto se anuncia es cierto.
La terna Manzanares-Mora-Caballero quedó convertida en un mano a mano de Caballero y Jesulín (sustituto de los caídos), cuya confrontación nadie había pedido ni tenía el menor interés, según se pudo comprobar en cuanto empezó la función, en la que -por si fuera poco-, hubo toros mochos, algunos de auténtico escándalo. Jesulín, que después de haber estado años imitando a Paco Ojeda, ha acabado imitando a Dámaso González, modelo en quién el propio Ojeda basa en realidad su toreo. Y, naturalmente, hizo Jesulín el toreo que fundó don Dámaso en su día -los péndulos, los circulares, las espaldinas-, con bastante incredulidad por parte del público pues, para esos efectos, hubiera preferido que contrataran a don Dámaso, el genuíno.
El tercer toro le pegó un tremendo volteretón, pasó a la enfermería después de matarlo, y volvió para la lidiar al sexto. No embestía el toro y Jesulín no le dió prácticamente ni un pase, aunque dejó patente su propósito de dárselos todos, y fue premiado su pundonor con una orejita. Tampoco dió ni un solo pase Manuel Caballero -quiere decirse, con fundamento- y ni siquiera fue capaz de construir las faenas. Daba la sensación de que se le había olvidado torear y ya no tenía ganas de ser torero.
Pensaba la afición que de caerse también Manuel Caballero del cartel, a lo mejor se suspendía la corrida y entonces no habría tenido que aguantar aquel latazo. Pero no lo quiso Dios. La afición, ya se sabe: a sufrir. Es su sino.
Babelia
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