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Brian de Palma pone en evidencia en Venecia la crisis de imaginación del cine actual

Los responsables de la Mostra no han resuelto la espantada de Bogdanovich al frente del jurado

La 49ª edición de la Mostra cinematográfica de Venecia se abrió ayer sin resolver la renuncia de Bogdanovich a la presidencia del jurado y con la proyección de dos versiones de un mismo modelo de enigma imaginario: el terrorífico mito de el doble, que Robert Louis Stevenson llevó a la cumbre de la celebridad en su Doctor JekiII y mister Hyde. La formidable versión cinematográfica que de este relato hizo en 1932 el gran Rouben Mamoulian dejó ayer en ridículos calzones la versión libre y supuestamente "moderna" que Brian de Palma intenta en Raising Cain.

La película de Brian de Palma es un confuso, aparatoso y tedioso acercamiento (en realidad, alejamiento) al misterio de ese "otro yo" criminal que se agazapa detrás de los ojos de los hombres apacibles. Su Raising Cain -cosa patética en una película de terror- provocó bostezos en vez de sustos.Que Brian de Palma es un director de películas con mucho oficio es cosa que nadie pone en duda. Recuérdese su brillantísima versión de Los intocables de Elliot Ness y baste con ello. Otra cosa es que tenga verdadero talento, sustancia de creador cinematográfico. Muchos. consideran que sí, que la tiene, hasta el punto de que es uno de los pocos cineastas de hoy que gozan -como David Cronenberg, David Lynch, Wim Wenders y algunos otros simuladores de relumbrón- de un crédito casi ilimitado dentro de una muy considerable parroquia de incondicionales.

Prueba de ello es que se le conceda el honor no sólo de abrir el concurso de esta Mostra veneciana, sino de cotejarse cara a cara y de tú a tú ni más ni menos que con Rouben Mamoulian. La petulancia terminó en desastre, como era de esperar. Las imágenes escuetas, precisas y torturadas como un teorema de geometría, y, sin embargo, transparentes como cristal de roca, que hace 60 años creó aquel extraordinario cineasta soviético exiliado en Estados Unidos, actuaron como un mazazo sobre el importante celuloide moderno de Brian de Palma, convirtiendo a esta su modernidad en una vergonzosa antigualla.

El cotejo entre ambas versiones del mito del Doctor Jekyll fue un regalo involuntario que Gillo Pontecorvo, flamante director de esta Mostra, hizo a la fama bien ganada que este festival tiene de contribuir al conocimiento y desarrollo del lenguaje cinematográfico. Hace 60 anos se hacía cine mucho más moderno que hoy. O de otro modo: la contemporaneidad no es, en absoluto, una cuestión de fechas y partidas de nacimiento, al menos en los territorios de este nuevo arte, atacado últimamente por una epidemia galopante de envejecimiento vestida de lo contrario. La crisis actual de la imaginación cinematográfica es grave y honda, y la contemplación en programa doble de Doctor Jekyll y mister Hyde y Raising Cain la pone en una situación de evidencia descarnada y casi cruel.

Dice Brian de Palma: "Siempre me fascinó el mito del doctor Jekyll. El desdoblamiento de la personalidad, el conflicto interior entre el bien y el mal que late dentro de cada uno de nosotros, es lo que me inspiró la idea de un personaje en cuya mente conviven los dos polos de esta contradicción de naturaleza tan aguda. Es un asunto muy interesante, rico de sorpresas y de golpes de efecto, y creo que me sedujo la idea de realizar con él un filme imprevisible, en el que el secreto para crear terror en el espectador radica en cogerle desprevenido. Cuando un espectador se ríe o se divierte es cuando resulta más vulnerable".

Y añade el autor de esta colección de originalidades archisabidas: "No me importa que digan que plagio a Alfred Hitchcock". Hay muchas formas de autobombo y de coquetería, En el pequeño mundo de los cineastas, la vanidad considerada en sentido patológico hace estragos. Y éste es uno de esos casos. Por ejemplo, que Palma prentede plagiar a Alfred Hitchcock es evidente, pero que realmente consiga plagiarle, como él da por supuesto, es harina de otro costal: ni se acerca a la sombra de aquel maestro. Plagia su mecánica de rodaje, pero la sangre imaginaria que circula a través de estos mecanismos ni la huele. No es un discípulo, un imitador o un plagiario en el buen sentido del término. Es un parásito, que es distinto. Al carecer de ideas, las roba. Pero estas ideas, una vez en sus manos, no se ennoblecen, sino que se degradan. Y lo más divertido es que a sus incondicionales les parece estupendo. Es respetable consumir basura. Lo ya que no es tan respetable es estar contento por consumir basura.

Sombras sombrías

El cine es un mundo de sombras, pero de sombras luminosas. Ningún arte tiene como éste tanta capacidad para revelar la luz a través de las tinieblas. Pero el revés de esta misteriosa luz oscura del cine está en su capacidad de engaño, en su incalculable arsenal de artimañas para embaucar a la gente y hacerla creer que come liebre cuando come gato.A esta Mostra de Gillo Pontecorvo le amenaza esa gran miseria del cine considerado como argucia y embaucamiento. El cineasta italiano y nuevo director de la Mostra se ha propuesto hacer patente en su trabajo que los conceptos de diversión y de compromiso, de gozo y de dureza, son no sólo compatibles en una pantalla, sino que es imprescindible que convivan amistosamente dentro de ella.

Como pretensión, como idea, lo que Pontecorvo busca es inatacable. Es incluso obvio: es el sello del cine imperecedero. Pero éste no abunda últimamente. Por el contrario, abunda de manera aplastante el cine perecedero, como el de Brian de Palma. Y que éste haya sido el plato inaugural de esta Mostra que dirige Pontecorvo es como un poco alarmante. Raising Cain busca lo que busca Pontecorvo, sólo que no lo encuentra, y esto puede ser premonitorio para lo que ocurra aquí en las dos próximas semanas.

Sombras sombrías, opacas: el signo del mal cine, del quiere y no puede. La televisión está convirtiéndose en un sumidero de películas. Todo parece igual en la pequeña pantalla. Seguro que, medidas por el rasero de la televisión, las astronómicas distancias que separan a Briam de Palma de Rouben Mamoulian se acortan e incluso desaparecen. Todo allí se empequeñece y es posible verlo de forma indiferenciada.

Así está el patio veneciano, y Pontecorvo en medio de él. Exceso de ambición o tal vez simple sentido de la propaganda: ese olfato para la publicidad que tan afilado tienen los italianos, sobre todo si son cineastas de los llamados de qualité, expertos en demostrar que la velocidad y el tocino son en el fondo lo mismo.

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