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Una oferta imaginativa garantiza el éxito del festival de Edimburgo

Récord de taquilla en la primera semana

ENVIADO ESPECIAL, El festival de Edimburgo ha superado este año su máxima recaudación para la primera semana, tanto en su vertiente oficial (180 millones de pesetas) como en The Fringe, el festival no oficial, que ha incrementado sus ventas en un 25%, hasta llegar a los 90 millones de pesetas. "Parece que el festival concentra la máxima atención del año", resumía, en la cola de un espectáculo marginal, un ama de llaves escocesa que en otro periodo del año a lo mejor no hubiese acudido. Claro que en otra época del año tampoco hubiesen programado el espectáculo de una australiana monologando durante hora y media sobre su vida de diva de la ópera e intercalando arias con formidable soltura.

Acudir estos días a cualquiera de los varios multiteatros de Edimburgo da mucho que pensar sobre la crisis del teatro, sobre la industria y la política cultural y sobre las múltiples formas de organizar un festival. Para empezar: ¿cuál crisis?La entrada de un multiteatro, como el de The Assembly Rooms, sugiere la veracidad de las cifras de recaudación en la primera semana de un festival en una ciudad de medio millón de -habitantes. Se trata de un complejo sistema de colas bien organizadas, arte en el que los -británicos destacan, para adquirir entradas que oscilan en torno a las 1.500 pesetas. Las colas son para un espectáculo inmediato, para otro del día, para recoger reservas -¡pues la reserva está premiada con descuento- o para los días siguientes. Las colas para entrar se organizan delante de jóvenes empleados que llevan el rebaño de una sola vez. Así se explica que un club social pueda programar, en cinco espacios, 56 espectáculos a lo largo de tres semanas. Eso sólo es posible mediante la colaboración de un publico en apareciencia tímido y dócil, que, sin embargo, bebe cerveza y guarda silencio en las colas, y se deja llevar por un espectáculo a menudo provocador. Por otra parte, sólo un público muy bien preparado exige tres bises en un recital de difíciles canciones de Berg y Barber a cargo de la soprano Bárbara Bonney.

Ni que decir tiene que los grandes montajes, como Fuenteovejuna, de Lope de Vega, por el Royal Theatre, están reservados para el festival oficial, que cuenta con cuatro millones de libras de presupuesto (unos 720 millones de pesetas). The Fringe, el festival no oficial, con la participación de más de 500 grupos, es el reino del Teatro Pobre o escena más o menos desnuda, el cabaré, el mimo, el cómico, el teatro de sombras, la expresión corporal y hasta el saltimbanqui, o de todo eso junto, pues, como se viene observando desde hace anos, para sobrevivir los actores nuevos acumulan habilidades como otros acumulan doctorados.

El espectador corre el riesgo de dejarse guiar por reseñas de prensa incomprensibles y asistir a montajes (tipo comedia de situación o drama que no lo es), sólo previsibles en las televisiones de más anchas tragaderas: Frankie and Tommy y The guild sisters insisten en la más rancia tradición de la escena inglesa, con grueso o distanciado humor a costa de las diferencias sociales, del recuerdo de la guerra y el imperio, o, en un país cuyos medios informativos más serios dedican vastos espacios a Sarah Ferguson y Woody Allen, a una reprimida y más bien casposa visión del sexo.

Pero las sorpresas son posibles, y aun los deslumbramiemtos, y por lo general gracias a espectáculos que nunca alcanzan los circuitos. Así, la australiana Helen Noop, en el papel de una pálida diva, logra hipnotizar con un solo monólogo de extraordinaria técnica, entrando y saliendo a placér de una cinta grabada con su propia voz. O la también australiana Jane Rutter, que juega con una flauta como si la música fuese un casino. O el norteamericano Avner, El Excéntrico, que con una nariz de botón, un bombín, un paquete de cigarrillos, ni una sola palabra y poco más consigue que el público interprete, literalmente, un concierto de aplausos que él, además, dirige. El sueño de cualquier artista.

El hilo conductor del espectáculo de Avner es toda una parábola: un barrndero, en un teatio, intenta humildemente distraer al público antes de que el verdadero espectáculo comieñce, dentro de cinco. minutos. Esos cinco minutos son la hora larga de progresivo entusiasmo. El éxito de Avner, barrendero de talento, indica que a lo mejor la crisis se debe a que estamos contemplando el espectáculo equivocado.

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