El Sol
El Sol ha caído en un descrédito absoluto. En los países donde domina, se extiende la pobreza. Y no sólo eso. Se sabe a ciencia cierta que este astro devora literalmente a sus adoradores. Existen unos crímenes llamados solares: son aquellos que se cometen en su nombre cuando los asesinos están deslumbrados. El Sol fue un dios. Los hombres le ofrecían corazones vivos para hacerlo propicio. Lo consideraban benefactor, pero los perros más listos siempre se han puesto a la sombra a partir de enero, lo cual es sospechoso. La sequía produce grandes caballeros, creyentes fanáticos, pícaros, místicos, melones dulces e higos chumbos. Con esos materiales se construye una cultura bajo el animal totémico que es el pollino, ejemplo de resignación cristiana. Y también rocinante, flaco y cabalgado por un hidalgo devorador de gachas. El Sol engendra tiranos, infinitos leguleyos y políticos barrocos. Después de muchos siglos de vernos atrapados por la maldición del Sol, en estos últimos años nuestro territorio parecía haber encontrado un maravilloso nublado. Había muerto en la cama el gran sátrapa, y con su óbito fuimos asimilados a la democracia y a la mantequilla. Llegaron los socialistas e incluso comenzó a llover, no sólo agua, sino una nube de especuladores, inversores, blanqueadores, los cuales con dólares negros lo compraron todo, fábricas, montañas, oficinas, negocios de chorizos, chaflanes, costas, almas. Estas gentes del maletín se han comportado como los tordos. Se han tirado en bandada sobre los olivos, se han comido las aceitunas y han huido. A la sombra de estas aves de rapiña, por un momento nos sentimos europeos sin dejar de ser faraones, espléndidos y despilfarradores igual que un pollero el día siguiente en que le toca la lotería. En medio de este boato de nuevos ricos, alguien de repente ha descubierto que estamos arruinados, que nunca habíamos dejado de ser pobres y barrocos. Creo que la culpa la tiene el Sol, el dios fiero que siempre nos devuelve a nuestro origen.
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