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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sólo para mitómanos

Hubo casi tanto teatro fuera como dentro del escenario. La entrada al Grec estaba prácticamente tomada por la policía de uniforme. Más policía de paisano en las escaleras. Una vez pasado el control de taquilla, apareció de nuevo la policía escudriñando los bolsos de las señoras (¿en busca de tomates u otro fruto arrojadizo?) y el interior de las chaquetas de los caballeros. La razón de tanto celo no tardó en desvelarse: la reina Sofía, acompañada de su hermano Constantino, y de la mujer y los hijos de éste, asistía al estreno. El ministro Solé Tura se sentó a la izquierda de la Reina. Al entrar la Reina, el público aplaudió cariñosamente; al salir, terminada la función, se repitieron los aplausos, y algunos silbidos, no menos cariñosos.Algún ingenuo podría llegar a pensar que la Papas iba, por fin, a descubrirnos la tragedia griega, la autóctona, tal y como se cocina en la vieja Grecia. Afortunadamente no fue así. En Grecia, la tragedia, llegado el estío, viene a ser lo que eran los tablaos flamencos en la Costa Brava de los años cincuenta -chambres à louer- y principio de los sesenta. Teatro para turistas, confeccionado aprisa y corriendo, con cuatro perras; teatro con cuatro cómicos (grandes letras), arrastrando todos los tics de una Malquerida micénica, dándole al páthos como locas, hasta convertir el oro, la plata y el cobre de los trágicos olímpicos en jeremíaca calderilla. Teatro infame, con coros no menos infames: carne de peplum.

Medea

De Eurípides. Traducción y adaptación: Ramón Irigoyen. Principales intérpretes: Irene Papas, Manuel de Blas, Carlos Lucena, Dorotea Barcena, Francesc Lucchetti, Jordi Dauder y Miquel Cors. Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino. Música: Vangelis. Ayudante de dirección y director de movimiento: Stuart Hopps. Iluminación: Bruno Boyer. Sonido: Denis Vanzetto. Dirección: Núria Espert. Producción del Festival de las Artes, con la colaboración del Ministerio de Cultura de Grecia. Teatre Grec, Barcelona, 28 de julio.

Afortunadamente, la Papas no viene de ese mundo, de ese tablao helénico. La Papas viene del mundo culto, de la tragedia culta. Viene del Conservatorio, de Winckelmann, de Nietzsche, de Reinhardt -la escuela griega de la tragedia, tan germánica ella, como tantas otras cosas en la vieja Grecia-, pero corregida por el realismo, por el neorealismo griego de después de la guerra -Cacoyannis-

"Irene Papas es Medea", reza el programa. Medea en castellano. Eurípides en llano, que no Séneca. Es menos retórica. Excelente texto de Irigoyen: limpio, claro, seco, duro, frío y cálido a la vez. La Rapas habla un castellano que se entiende -trabajo meritorio, digno de aplauso-, pero que no siempre convence. La Papas piensa en griego, siente en griego y, a veces, ese pensar y ese sentir coincide, se encuentra, con el texto de Irigoyen y funciona. Funciona, las más de las veces, aupado por un pathos gestual o vocal que remata la frase y logra un efecto muy agradecido, pero efecto al fin y al cabo. Otras veces el efecto no se consigue y el lamento, el ambiguo lamento de la nieta del Sol, suena a ranchera mexicana. O a Curro Jiménez.

Claro está que Medea, en Corinto, es la bruja, la bárbara, la extranjera, y puede permitirse esos ramalazos rancheros. Pero, ¿y Creonte (Lucena), y Jasón (De Blas)? ¿Acaso son griegos? No, claro que no. Ambos actores vienen, por derecho propio, del teatro carpetovetónico, de los Festivales de España -con todos los matices, con todas las disculpas, con todas las medallas que ustedes quieran, y que son muchas-; igual que la Espert. Ambos actores interpretan a Eurípides como interpretarían a Séneca: buscan el camino de la tragedia imposible siguiendo las piedrecitas que dejó Tamayo en la noche oscura y festivalera española. Lucena, Creonte disfrazado por la Squarciapino de dorado escarabajo pelotero, juega, dice, mima el viejo Grec, el viejo teatro. Igual que Manuel de Blas, un Jasón que, dejando a un lado eso de la "raza de los machos", a la que sin duda pertenece, podría ser más digno, más señor, aunque sólo fuese para dar mayor credibilidad a su propia hipocresía, la del hombre que educó a la bárbara, a la extranjera, y a la ofensa que ésta sufrió de él. Estamos en la tragedia, donde incluso, no se olvide, "los machos" llevan coturno.

Jasón y Creonte son, pues, el viejo teatro; saltamontes y escarabajo con el pathos controlado, pero dispuestos en cualquier momento a salir a la búsqueda de la tragedia perdida, con toda la parafernalia del viejo teatro. Tan sólo Miquel Cors, en el personaje del Mensajero, pone las cosas en su sitio: ahí hay relato, que es la función del Mensajero, y emoción.

Rara, rarísima Medea esa de la Espert. Con esa Papas, griega hasta la médula, en un castellano más prestado que asumido, a la búsqueda de una tragedia que en castellano no llega. Enfrentada con otro teatro: el del pathos, controlado pero pathos. E hispánico.

Teatro para turistas olímpicos. Turistas ricos, vips. En castellano, faltaría más. Con micrófonos. Con un equipo artístico de campanillas; ningún español.

Es ésta una Medea digna de los Festivales de España. De la nueva España y de los nuevos festivales. Olímpicos. La Electra de Vitez, la Orestiada de Stein... ¡Anda ya! Eso no es festivalero (o lo que es lo mismo: demasiado caro para los festivales cuando éstos no son olímpicos. Además, para qué. A quién le interesa el teatro. Como bien dijo Terenci: "Dos grandes Medeas juntas [la Papas y la Espert] son demasiado para un mitómano". A mí, en cambio, me saben a poco.

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