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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Prevención y sida

SI ALGO ha quedado claro en la VIII Conferencia Internacional sobre el Sida, clausurada la semana pasada en Amsterdam, es que la prevención sigue siendo, hoy por hoy, el mejor arma para conjurar los riesgos de contagio de la enfermedad. Y es que mientras sigan siendo más las preguntas que las respuestas en torno al desafío del sida, la opción más segura que queda en manos de sus potenciales víctimas (todos sin excepción, porque, como no deja de insistir la Organización Mundial de la Salud, "el sida nos afecta a todos, y todos podemos contraerlo") es la de la responsabilidad personal y la información; en definitiva, la de tomar conciencia sobre su existencia real.En Amsterdam apenas hubo lugar para el optimismo, al menos a corto plazo. Ni sobre el descubrimiento de una vacuna ni sobre su tratamiento, a pesar de los avances registrados en los últimos años. De ahí que el doble mensaje fundamental surgido en la conferencia sea el de la solidaridad y la insistencia de que el sida sea considerado -por su imparable avance en todo el mundo- un problema de todos los Gobiernos y sociedades sin excepción. En cuanto a la vacuna, la capacidad mutante del virus dificulta enormemente el trabajo de la ciencia, y en cuanto al tratamiento, cada éxito alcanzado es compensado por una nueva dificultad: toxicidad a largo plazo de algunos medicamentos, aparición de fenómenos de resistencia vírica a las terapias, restauración incompleta y transitoria del sistema inmunológico, además de la insuficiencia de medios para nuevos experimentos clínicos.

Claro que la solidaridad, la prevención y la actuación sobre los efectos socioeconómicos del sida tienen distinto alcance según se apliquen a unos países o a otros. En los del África subsahariana, por ejemplo, en los que una de cada 40 personas está infectada del virus del sida (lo que implica unas consecuencias demográficas gravísimas), la solidaridad tiene un contorno muy definido: no sólo en cuanto a su derecho a no convertirse en laboratorio de prueba de fármacos y medicamentos con vistas a su comercialización en los paises industrializados, sino en cuanto a la mayor necesidad que tienen de asistencia sanitaria, de campañas informativas y de ayuda a la prevención por parte de los organismos internacionales de la salud.

Se ha resaltado que la palabra más oída en la conferencia de Amsterdam ha sido la de preservativo. Y es que cuando se prevén entre 30 y 40 millones de infectados del sida en el año 2000, según la Organización Mundial de la Salud, o entre 38 y 110 millones, según el Harvard AIDS Institute, es de urgencia absoluta prevenir una enfermedad que, fundamentalmente, se transmite por contacto sexual y cada vez más por el heterosexual (sólo en Europa occidental son todavía más numerosos los casos de sida entre homosexuales y toxicómanos). De ahí que la prevención esté vinculada, básicamente, al uso del preservativo en las relaciones sexuales (obligada entre parejas ocasionales y con la habitual en muchos países africanos, en los que se ha comprobado que el 25% de las mujeres embarazadas que sólo han tenido relaciones sexuales con un hombre son seropositivas).

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En los países industrializados, el uso del preservativo está todavía condicionado por determinadas concepciones morales. En los del Tercer Mundo, además de este tipo de condicionamiento en grado todavía superior, existen los de tipo económico y cultural. A escala mundial, pues, es fundamental el libre acceso al preservativo si se quiere evitar que centenares de miles de jóvenes se contaminen. Pero no solamente en los, países en vías de desarrollo, también entre nosotros (en el último año, España pasó de 9.000 a 14.000 casos declarados de sida). Ninguna administración sanitaria debería bajar la guardia frente a lo que sigue siendo su principal tarea: que la población tome conciencia, y sobre todo los jóvenes, de la vital importancia que tiene un comportamiento informado para evitar ser sorprendidos por el sida.

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