La universalidad de lo propio
Cuando se vive un acontecimiento imprevisto que, además, deja unas secuelas permanentes e importantes son varias las opciones que se pueden elegir pero, básicamente, se reducen a dos: dejarse llevar por las nuevas circunstancias físicas y anímicas o tratar de asumirlas como un componente más de la personalidad.Frida Kahlo apostó totalmente por aceptarlo inevitable y lo convirtió en un espléndido delirio de amor y sensibilidad. Sus obras, décadas después de haber sido realizadas, continúan ofreciendo todo tipo de sugerencias para observar y tratar de conocer el alma y la psicología femeninas. Desde unas raíces plásticas próximas al primitivismo popular mexicano, unos orígenes personales en los que el mestizaje anula cualquier otra alternativa a la simple contradicción y una inconmovible conciencia sobre su cuerpo, supo alcanzar y transmitir la belleza.
En su vida y su obra hay dos constantes: el dolor y Diego Rivera. Es probable que ya no podamos recordar al uno sin el otro. En cualquier caso, la Kahlo demuestra con su quehacer y sentir lo efímero de las modas y caprichos culturales, la banalidad de las obras que surgen de la teoría frente a las que nacen del corazón, la gazmoñería de la épica ante la universalidad de lo propio. Es el triunfo del ser humano, de sus miserias y grandezas, narrado por una diosa de Coyoacán.