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Un desastre vertiginoso

Reunidos en Madrid para la cumbre, los presidentes latinoamericanos estaban obligados, por la ausencia de su colega peruano, tal vez más de lo que hubiera ocurrido en su presencia, a reflexionar sobre la crisis peruana, que ya no es crisis, sino un desastre vertiginoso. Es una oportunidad para dar, finalmente, un contenido concreto a la anunciada renovación de sus relaciones con Europa.La impensable, pero ya no inimaginable victoria de Sendero Luminoso, debería llevarlos a pensar en su seguridad, por primera vez, en términos colectivos, en vez de dejar esos problemas al cuidado de Washington. Esto quiere decir pensar en la seguridad global, colectiva, multilateral e institucionalmente.

Una victoria -o incluso una cuasivictoria- senderista traerá las consecuencias que todos sabemos: ejecuciones en masa y fuga masiva primero de la clase media y después de multitudes paupérrimas, creando un problema serio de refugiados para los países limítrofes. Además, incluso si no hay indicios de que Sendero aspira a internacionalizar su revolución, será obviamente un irritante permanente en la política regional.

Esto no es una cuestión que separe a la izquierda de otras tendencias políticas: hay que tener muy claro que entre las primeras víctimas estarán los militantes de la izquierda institucional y, sobre todo, como sabemos, los participantes en movimientos populares de autogestión, del vaso de leche, etcétera, como la lamentada dirigente María Elena Moyano, ganadora del Premio Príncipe de Asturias, asesinada a principios de año.

Incapacidad

El Estado peruano ha aprobado su incapacidad moral y práctica en todos los campos: ya no tiene condiciones de garantizar ni seguridad ni desarrollo, y carece de la más mínima legitimidad institucional. El aparato represivo está plagado de corrupción, los soldados son mal vestidos, mal alimentados y mal entrenados, y su estado de terror absoluto les lleva a cometer brutalidades. La represión es llevada a cabo muchas veces por la versión peruana de los tristemente célebres escuadrones de la muerte. Algunas de las víctimas serán de Sendero; muchísimas no lo son.

O sea que se trata no del problema de un Gobierno o de un presidente, sino del descalabro, del Estado -cuyos orígenes se remontan por lo menos a 1975-. En estas condiciones, la cooperación internacional y regional se presenta no como ayuda al Gobierno de turno, sino como una operación de rescate de vidas humanas y de reconstrucción institucional. partiendo de cero. Los gobernantes latinoamericanos, que no le envidian en nada su situación a Fujimori, se han limitado a reacciones al golpe, a las críticas verbales de costumbre, pero, por otro lado, no hacen nada para crear las condiciones en las cuales Perú pueda sobrevivir.

La actitud de los Gobiernos europeos, que cortan la ayuda (que es bastante poca) para después quedarse con los brazos cruzados, es igualmente evasiva e insuficiente. Estados Unidos, por su parte, ha mostrado estos años que sus intervenciones en Latinoamérica (Nicaragua, Panamá) no llevan a ningún resultado positivo a largo, o siquiera medio plazo. Sólo les interesa la cuestión del narcotráfico, encarado con el más puro oportunismo político; carecen de la necesaria legitimidad y fiabilidad para actuar.

Es la hora para que los Gobiernos andinos, y tal vez otros de la región, aprovechando una coyuntura de relativa convergencia ideológica, creen un sistema colectivo de seguridad y actúen en conjunto con Perú, para reconstruir el aparato de seguridad peruano sobre bases honestas y profesionales. Si esto conlleva la renuncia a conceptos ultrapasados de soberanía, también es consistente con la tendencia moderna al multilateralismo en todos los campos. Pero, como es bien sabido, tampoco estos ejércitos son modelos absolutamente irreprochables de profesionalidad, y por eso es necesario que su acción sea respaldada política y materialmente por los Gobiernos, europeos. Así, el espíritu de 1992 se traduciría en la promoción conjunta y concreta de la seguridad global.

Al mismo tiempo, la cooperación económica debe retomarse, pero en tal forma que los interlocutores no sean el Gobierno peruano, sino las organizaciones no gubernamentales y de base, el movimiento popular, no sólo por el motivo de que son los más habilitados para hacer llegar la ayuda humanitaria allí donde corresponde, sino, además, porque son ellos casi los únicos portadores y promotores de los valores cívicos y de ciudadanía, sin los cuales una eventual democracia es una pura quimera.

es director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Cambridge.

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