Arreglos y desarreglos
Dianne Reeves Group y Gerry Mulligan Tentet (Re-Birth of the Cool)
Vitoria. Polideportivo de Mendizorrotza. Aforo: 2.000 personas. 14 de julio.
Los organizadores del Festival de Vitoria han dado. con el sistema ideal para preservar indefinidamente el jazz en su ciudad. Durante unos días consiguen que esta música se adueñe de las calles y adquiera rango de acontecimiento social. Pero, con todo, la espina más gruesa se la ha sacado el festival vitoriano con la inclusión de Dianne Reeves en el cartel. Esta cantante, considerada como una de las que mejor se mueve en la cuerda floja que une el pop y el jazz, ofreció un repertorio variado, abundante en aires brasileños y plagado de referencias africanas. Abrió con un arreglo, leve como la nada, del Harvest time de Herbie Hancock, y siguió con Nothing will be as it was, una canción de Milton Nascimento en la que dejó clara su admiración hacia el estilo de Flora Purim. Sin embargo, fueron otras influencias de mayor entidad las que, afortunadamente, marcaron el resto de la noche. La apostura característica de la inolvidable Sarah Vaughan, la elegancia de su fraseo y el timbre bellísimo de su voz asomaron con frecuencia en la forma de cantar de la Reeves. El problema para ella es que su maestra se educó en un tiempo en el que el jazz y el pop eran casi la misma cosa, mientras que ahora ambas músicas, parecen separadas por un abismo. Y justo en lo más profundo de él, tiene la Reeves su encrucijada. Por kilos y maneras, tiene aspecto de gran diva del jazz en ciernes; por aspiraciones y consejos, podría convertirse en la enésima estrella de la canción ligera. Estuvo brillante en un soberbio pasaje en skat sobre Softly as in a morning sunrise, cantó con arrogante convicción Love for sale y emocionó en la delicada introducción de You taught my heart to sing, única pieza en la que no participó Dr. Gibbs, el percusionista del grupo que poco después resultó bendecido por los más encendidos aplausos de la noche.
Salió Mulligan y empezó a despotricar contra las luces. Más de uno debió de pensar que el grupo reunido por el saxofonista barítono iba a ofrecer una generosa muestra de manías de anciano. Y sí, mucho de escrupulosa, concienzuda y detallista debe de tener la personalidad de quienes se dedican a reconstruir el concepto musical que seguía Miles Davis cuando aún era un inquieto ratoncito de sótano. Pero no, Re-Birth of the Cool no es fruto de ningún delirio senil. Parte, por el contrario, de una idea fresca que palpita al mismo ritmo y con la misma fuerza que cuando fue concebida. Es un remanso para que veteranos entrañables como Lee Konitz, Bill Barber, Rob McConnell, Art Farmer o el propio Mulligan defiendan la vigencia de monumentos sonoros (Move, Godchild) incluidos en las sesiones originales de The Birth of the Cool, y la de otras pieza (The flying scotchman, Blueport) que se ennoblecen con el recuerdo pero que miran siempre hacia adelante.
Babelia
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