El absentismo laboral de la mujer: el fin de un mito
En la conformación de la cultura industrial, tierra sobre la que crecen las distintas estrategias organizativas empresariales, nos encontramos con cierta frecuencia con ideas hechas, creencias profundas no demostradas, estereotipos culturales que marcan o justifican actitudes arraigadas que, a fuerza de ser repetidas, acaban tomándose por hechos demostrados.Las imágenes y estereotipos en torno al absentismo laboral tienen una larga historia. Algunas de ellas, si no fuera por la descarnada repercusión práctica que han tenido y tienen, moverían a guasa y no merecerían más que una sonrisa irónica: desde aquella "vagancia sistemática" literalmente inventada por Frederic Winslow Taylor, hasta la iniciativa de algún ilustre economista español que quiere estimular a los parados desamparándolos, la base científica de esas afirmaciones es nula.
Desde los orígenes mismos de la fábrica como sistema asalariado de producción, se ha venido hablando de absentismo. La. cadena de montaje de Ford y su política de altos salarios son dos caras de la misma moneda: origen y paliativo del absentismo laboral provocado por ritmos de producción agotadores.
Pero, además, la propia conceptualización (o si se quiere "operacionalización"), qué se entiende por absentismo, ha sido continuo caballo de batalla y origen de confusiones al hablar de ausencias del trabajo. Un ejemplo: Sergeant Florence, en una obra clásica publicada en 1924, presenta una clasificación del absentismo en la cual se nos dice que el absentismo organizado "se conoce familiarmente por huelga"...
Según el punto de vista (o de ceguera), se han incluido en el absentismo hasta las horas dedicadas por trabajadoras y trabajadores a la negociación colectiva. En España, desde hace ya unos años y como resultado de los grandes pactos empresarios-sindicatos, se delimitó, con cierto rigor y acuerdo, qué eran ausencias justificadas y qué absentismo.
Y, sin embargo, el fantasma del absentismo sigue cabalgando incluso en épocas como la actual, poco propicias para los asalariados para moverse si quieren estar en la foto de la ocupación, aunque ésta sea de fotomatón. Tiempos éstos en los que el paro y la precariedad en el empleo son por sí solos un estímulo más que suficiente para que crezca el amor al trabajo.
La misma canción
Una encuesta reciente llevada a cabo en Cataluña es reseñada en la prensa así: "Entre el 8% y el 10% de las horas de trabajo catalanas se pierden por absentismo laboral" (La Vanguardia, 10 de octubre de 1991). Ahora bien, si se consultan los datos de esa encuesta, se constata que se llama absentismo, contra pactos y conceptos, a la diferencia entre horas contratadas y horas realizadas, incluyendo hasta los permisos legales. Y si se siguen mirando los datos publicados por Aedipe (número 6, 1991), se averigua que la cifra real -según la misma encuesta- es de 0,42% para empleados y 0,76% para obreros en empresas hasta 250 trabajadores, la inmensa mayoría en la estructura industrial catalana, y del 0,84% y 1,3%, empleados y obreros respectivamente, para aquellas empresas entre 251 y 750 trabajadores.Pero, claro está, aquí no termina todo. La comentarista no puede dejar de apostillar que "el número de ausencias de la mujer es mayor que en el hombre". Y para esto ni siquiera hacen falta datos, como si de verdad revelada se tratara. Otro texto más de muestra nos canta la misma canción, esta vez con letra del Sindicato Empresarial Alavés: "Las mujeres pierden más horas de trabajo que los hombres". Datos para esta afirmación: una diferencia entre hombres y mujeres de 0,1% (Mercado, 30 de septiembre de 1991).
Así las cosas, el Instituto de la Mujer se propuso abordar esta situación de la única manera que parecía posible para romper con ideas hechas y estereotipos culturales. Llevando a cabo una investigación sociológica que permitiera conocer el verdadero alcance del absentismo entre hombres y mujeres asalariados, para verificar o invalidar la creencia tan extendida, al parecer, sobre las mayores ausencias de la mujer, incluso si se justifican con el socorrido -y nada irreal- argumento de la mayor carga de deberes extralaborales de las mujeres, es decir, de la desequilibrada división del trabajo en el hogar y las atenciones familiares.
La investigación, que se llevó a cabo en noviembre-diciembre de 1991, y que acaba de publicarse, ha partido de un marco de análisis que considera los principales argumentos utilizados en las ciencias sociales para el análisis del absentismo laboral: desde el sector económico y la situación del mercado de trabajo, pasando por el tipo de empresa y de carrera profesional, hasta el tipo de mando, las relaciones industriales, la cultura del trabajo...
Ahora bien, en el diseño de la encuesta llevada a cabo se ha privilegiado una hipótesis de interpretación: son, preferentemente, las condiciones de empleo y trabajo las que explican los distintos niveles de absentismo, y por ello, para poder verificar esa interpretación, se ha buscado la comparación, tendencialmente, entre hombres y mujeres que estuvieran sujetos a las mismas o semejantes condiciones de trabajo.
En la encuesta se han recogido informaciones sobre todo tipo de ausencias del trabajo, justificadas o no, pero, obviamente, no se ha considerado absentismo más que las ausencias injustificadas. Los resultados obtenidos no pretenden ser representativos del absentismo en España en todos los sectores productivos, aunque pudieran utilizarse parcialmente para determinados sectores y comunidades autónomas. El objetivo de la investigación era otro comprobar si el estereotipo cultural, ideológico, de un mayor absentismo laboral de la mujer era o no cierto.
La situación de las mujeres en el mercado de trabajo es, como es bien sabido tanto por los investigadores e investigadoras como por las propias mujeres, de discriminación, tanto cuantitativa como cualitativa: sobre 9,4 millones de ocupados asalariados (EPA, segundo trimestre de 1991), el 32,2% son mujeres. Pero si se miran las cifras absolutas de parados y paradas, hay más mujeres que hombres en términos obsolutos. La tasa de paro es del 23,2% para las mujeres y del 11,3% para los hombres. Los salarios son, como media, un 18-20% menores que los de los hombres. Pero, sobre todo, para el argumento que ahora nos interesa, la distribución de esa ocupación femenina por sectores, y dentro de los sectores por categorías ocupacionales, está enormemente sesgada, situándose sistemáticamente las mujeres en peores condiciones de empleo.
Siendo esto así, para poder encontrar hombres y mujeres en condiciones de trabajo semejantes no podía partirse de un muestreo aleatorio sobre toda la población asalariada. El primer paso para hacer converger las posiciones fue diseñar una muestra estratégica, por sectores productivos y ocupaciones, que se concentrara en aquellos puestos de trabajo con menos discriminación por sexo y que, sin embargo, conservara tanto trabajos en el sector servicios como industriales, a la vez que estuviera localizada en distintos tejidos productivos e institucionales.
2.000 entrevistas
Así, se ha obtenido una muestra de 2.000 entrevistas, que se han realizado en Andalucía, Cataluña, Galicia, País Vasco y Madrid, y en los sectores de comercio, hostelería, finanzas, seguros, administración pública, sanidad, alimentación, textil, calzado, vestido, etcétera.¿Se han conseguido así situaciones semejantes en las condiciones de empleo y trabajo de hombres y mujeres? Un análisis somero de las características de la muestra nos da una respuesta negativa: en cuanto a categorías profesionales, hay sistemáticamente más hombres en puestos de responsabilidad que mujeres. En manufacturas el 50,7% de las mujeres son peones; los hombres lo son sólo en el 25,4%. En la administración pública existe mayor igualdad. Los salarios, con la misma categoría, siempre son menores para las mujeres.
El tipo de contrato para el total de la muestra nos presenta un 43,1% de mujeres con contrato eventual frente a sólo el 33,7% de los hombres. En la posición de mando, también las mujeres están siempre peor situadas.
Si las cosas estaban así -continúa el estudio-, había que construir técnicamente situaciones de trabajo semejantes si se querían comparar niveles de absentismo para hombres y mujeres. Y así se ha hecho en esta investigación, utilizando una técnica de análisis, conglomerados, que permite agrupar tipos de trabajo con la máxima homogeneidad interna y la máxima diferenciación entre sí.
Para construir esos tipos se ha utilizado un amplio abanico de variables en el cuestionario. Las situaciones de trabajo que se han producido se basan en la categoría laboral, el tipo de contrato, el salario, la flexibilidad horaria, la posición de mando, la carrera profesional, las condiciones objetivas de trabajo (ruido, ritmo, posturas...), etcétera.
De esta forma, se han llegado a identificar tres tipos de trabajo cuyas condiciones, para hombres y mujeres, son semejantes y que presentan, asimismo, diferencias muy sustantivas entre sí.
El tipo I, que podríamos calificar como servicios avanzados, está compuesto mayoritariamente por trabajadores de la administración pública o de grandes empresas, con alto nivel formativo, mejores retribuciones salariales, mayor perspectiva de carrera, etcétera.
El tipo II se compone mayoritariamente de trabajo industrial y trabajo tradicional en el sector servicios, y es la situación de trabajo donde los propios trabajadores y trabajadoras identifican las peores condiciones de trabajo dentro de las empresas.
El tipo III está compuesto mayoritariamente por servicios tradicionales (hostelería, comercio minorista). El 68% de las personas están ocupadas en centros de menos de 10 trabajadores. Aquí los contratos eventuales son más de la mitad (el 53,3%), e incluso un 19,2% más no tienen ningún tipo de contrato. La edad media es de 27 años, frente a 35 en el tipo I. Se trata de personas con escasa formación. Los salarios hora están en una media de 453 pesetas, frente a 1.044 en el tipo I. Y, como se dirá más abajo, no sufren altos niveles de absentismo, probablemente por la vigilancia directa que supone la pequeñez de los centros de trabajo y la vigilancia indirecta de su precaria relación contractual.
También se ha recabado en la encuesta información sobre la vida familiar o de pareja y sobre las cargas familiares. Valga decir, por brevedad, que la mujer dedica, sistemáticamente en todos los tipos, más tiempo a los hijos, cuando existen, que el hombre.
Llega así, finalmente, la investigación al análisis de las tasas de absentismo tras recoger información sobre todo tipo de ausencias del trabajo. Los porcentajes resultantes (y recogidos en el cuadro) se refieren a las horas de ausencia en relación al total de horas del contrato en la unidad temporal de un mes.
Los datos del gráfico, y los restantes presentados en la encuesta, permiten algunas reflexiones y conclusiones de importancia.
En primer lugar, llama la atención la bajísima tasa de absentismo global, 1.2%. Porcentaje que ni aún sumándole el de todo tipo de ausencias (que incluye enfermedad, accidente, etcétera) crece hasta una cifra que pueda considerarse problemática.
Resultados contundente
Por tipos de trabajo parece confirmarse de manera llamativa la relación entre malas condiciones de trabajo y ausencias. En el tipo II, las ausencias justificadas de los hombres tienen un fuerte componente en los accidentes laborales.Pero donde los resultados de la investigación son más contundentes es en lo que concierne al objetivo principal de la misma: no sólo no existen diferencias significativas en el absentismo de las mujeres frente a los hombres cuando se comparan esas tasas para condiciones de trabajo semejantes, sino que los resultados muestran, por escasa diferencia, un absentismo mayor por parte de los trabajadores que de las trabajadoras.
Las trabajadoras asalariadas españolas, aún llevando a cabo más tareas domésticas que los hombres, no tienen tasas de absentismo mayores que éstos.
Es más, esta investigación prueba que sólo razones ideológicas pueden justificar políticas de gestión de la fuerza de trabajo discriminatorias para la mujer utilizando el absentismo como arma arrojadiza.
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