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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una voz indebida

Todo el respeto a Pedro Salinas y, más aún, ese cariño que se tiene por los grandes escritores que le acompañan a uno desde la infancia. Con todo ese respeto, su obra dramática es débil. No pudo estrenar nada en su vida, ni en su exilio; quizás en algunos colegios extranjeros donde fue profesor. La generación gloriosa en la que está inscrito, aunque por nacimiento sea un poco anterior (1891), tuvo devoción por el teatro, incluso pasión. Sólo se alcanzó plenamente en casos rarísimos (Lorca). Su poesía fue unánimemente admirada, sobre todo La voz a ti debida.Judit y el tirano se representa ahora por primera vez en el mundo, y en razón del homenaje al centenario de Salinas. Maneja ideas de su tiempo. Y un personaje que también en esa época circulaba por escenarios, músicas y poemas: el de Judit (Azorín, Maeterlinck, Kaiser, Bernstein, Aldrich...), no sé bien por qué, quizás por uno de esos cambios históricos en la visión de la mujer. En ésta de Salinas, situada en su contemporaneidad, se habla precisamente de la igualdad: los intelectuales-terroristas sortean quién ha de matar al tirano y hay una leve discusión sobre si se excluye a las compañeras; claramente se ve que ya no hay razón para ello. El tirano: un hombre que se oculta en las sombras, que habla al pueblo de manera que su cara no sea nunca vista, que tiene una doble personalidad. Judit, señorita de buena familia y de arte de, vanguardia, odia precisamente esa especie de invisibilidad, de incógnito. No se sabe por qué otra cosa es llamado tirano: no hay lista de fechorías.

Judit y el tirano

Pedro Salinas. Intérpretes: María José Goyanes, Lolo García, Nicolás Romero, Emilio Traspas, Belén Martín, Felipe Jiménez, Encarna Abad, Félix Navarro, Joaquín Kremel, Julio Tejela, Luis Zabala, Milena Montes, Alfredo Cembreros, Vicente Haro, Gaspar Cano. Escenografía: Francisco Sanz. Dirección: Manuel Collado Álvarez. Madrid, Teatro Español.

Variaciones

Todo se va a comprender luego, cuando Judit, escondida en palacio, le ve la cara, deja de odiarle; incluso le salva la vida en lugar de matarle. Y cuando él la ve, se enamora. Todo esto es lo que funciona en razón de la historia bíblica de Judit y Holofernes. Lo demás son variaciones.Todo parece lleno de ideas poéticas, pero son de una funcionalidad teatral un poco ridícula: la invisibilidad está sólo concebida para que pueda vivir de incógnito, y la falta de tiranía del tirano para que sea simpático, con una escena preparatoria entre él y su viejo criado -naturalmente, llamado Fidel- en la que muestra su culto a sus padres, a sus recuerdos, a su buena infancia... La idea de que la mujer, aun descrita ya como capaz de todo, cambie sus -propósitos al sentir el chispazo del hombre -no su condición de asesina, puesto que prefiere disparar contra uno de sus compañeros de conspiración- mantiene la sospecha del eterno femenino. La obra es conservadora, contrarrevolucionaria. Pueden desprenderse de ella las ideas de que cuando al tirano se le conoce, se le comprende; que los revolucionarios son unos señoritos que lo que aman, sobre todo, es el arte moderno, y que el amor transforma a cualquiera en buena persona. Ya sabemos hoy cómo son y cómo eran los tiranos -sobre todo, en los tiempos de Salinas,- que tuvo que huir de España por uno de ellos-, los revolucionarios, los terroristas y los intelectuales. O tenemos una idea de ellos que no corresponde a nada de esta piececita, que tampoco hace ningún alarde de ingeniosidad.

Los principales actores son solventes: María José Goyanes, Joaquín Kremel, Félix Navarro. La joven Milena Montes interpreta bien un monólogo que parece una romanza de zarzuela -la ingenua joven que se dirige a los pajaritos para que, con su canto, digan lo que ella no puede decir...-. Se pasa un poco de vergüenza. Superada enseguida por el amor a Salinas. La escenografía busca una época de modern style: es audaz y de buen gusto. Y la dirección de Manuel Collado Álvarez se limita a dejar que todo transcurra según está escrito: lo mejor de un director de escena es que no se note que existe.

Tuvieron todos aplausos, sin estridencias. Atribuimos lo que falla a los deseos de Salinas de ser teatral y a no querer combatir con su mejor arma: la poesía.

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