Un águila de las montañas
I. V. Tiene un rostro aguileño y una mirada que de tan penetrante resulta a veces insoportable para el interlocutor. Es cortés, con esa algo azucarada cortesía de los norteamericanos, pero sonríe poco y transpira la dureza del que se lo ha ganado a pulso, del que ha subido a la cúspide sin que nadie le dé la mano y eludiendo múltiples zancadillas. Habla en voz más bien baja, pero su inglés es el de un encantador de serpientes.
Harrison Ford está sentado en una suite rococó del muy lujoso hotel Crillon, de la parisiense plaza de la Concordia. Viste traje negro, camisa blanquísima y corbata burdeos. Explica que él nunca se compra ropa, y que ese traje, como todo su vestuario, procede de alguna película.
"Es usted la cuarta o quinta persona", dice, "que me dice hoy la misma cosa [que todas las chicas a las que ha contado que iban a ver a Harrison Ford han insistido en acompañar al periodista], pero luego esas admiradoras no me telefonean ni me escriben". Ese esbozo de broma le da ocasión para extenderse sobre su visión de sí mismo: "No creo que yo valga porque tenga una cara bonita o un fisico impresionante, sino porque, como actor, sirvo para contar historias".
Contador de historias
Contador de historias es la definición de su trabajo que prefiere, en particular aquellas historias en las que él encarna a alguien "que tenga un lado intelectual y al mismo tiempo sea capaz de acción". Así era, recuerda, el arqueólogo Indiana Jones.
Parece más rubio que en sus filmes, quizá porque también está muy bronceado. Sus ojos -¿grises?- están hundidos en un rostro dominado por una nariz grandota y la célebre cicatriz de la barbilla. El labio superior es casi inexistente, y el inferior, carnoso. Las manos, que cruza con frecuencia, son poderosas, con venas bien marcadas, manos del carpintero que fue y del apasionado del bricolaje que sigue siendo.
Todo él exhalaúna forma física impresionante, una forma que explica por sus largas temporadas en las montañas de Wyoming, la práctica asidua del tenis y la longevidad de su familia. "No estoy preocupado por mi edad", dice. Y cuando parece que ha terminado su declaración, añade: "La verdad es que me gustaría volver a tener 30 años y aceptaría tener 40, pero, qué le vamos a hacer, ya tengo 50".
Babelia
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