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Los sindicatos italianos ocupan Palermo contra el poder de la Mafia

Más de 100.000 personas -más de 150.000, según los organizadores- llegadas de toda Italia protagonizaron ayer en Palermo la mayor manifestación registrada hasta la fecha contra la Mafia y en memoria del juez Giovanni Falcone, asesinado el pasado 23 de mayo. La concentración, convocada por las tres grandes centrales sindicales (CGIL, CISL y ILJIL), incluyó también a palermitanos, que, sin embargo, evitaron expresar adhesión desde sus casas por temor a sufrir represalias.

"En una callejuela, más atrás, una señora ha abierto la ventana y ha colgado una sábana con la leyenda 'Mafia, de rodillas'. Todos la hemos aplaudido. El nombre de la calle no lo recuerdo, y, además, es mejor que no lo escriba porque aquí ya sabe, igual le ponen un petardo". Una militante de la CISL llegada del centro del país cuenta esta anécdota mientras su grupo recorre una ancha avenida en la que las casas se ven cerradas a cal y canto.Nadie se asoma a las ventanas, ni siquiera para curiosear el paso del cortejo más ruidoso imaginable, que se anima con eslóganes -"Falcón nos ha enseñado, la Mafia fuera del Estado", era una de las consignas-, pero, sobre todo, con pitos y redobles de tambores.

"¿Donde están los palermitanos?", pregunta a un joven local, que mira desde la acera, la mujer ya mencionada. "Están todos en la manifestación", responde el muchacho. "¡Quel va!", replica la mujer. "Se os distinguiría porque aquí sois más bien bajitos". Se identifica como palermitano un matrimonio con tres niños, el más pequeño de cuatro años, que llevan pegatinas en las que se lee: "Por una nueva resistencia".

Aviones, barcos y trenes

Los de fuera llegaron con gorros, trajes de baño o pantalones cortos, preparados para un calor que luego no fue tanto. Quince aviones especiales, seis barcos y un número no determinado de trenes y autobuses facilitaron su transporte.A las nueve de la mañana comenzaron la marcha desde seis puntos de la ciudad, para confluir en la gran plaza Politeama sobre las once. Sólo siete balcones se abrieron en ella con gestos de solidaridad. Se veían desiertos los lujosos áticos de las torres vecinas, llenos de palmeras y arbustos, como los que en el mundo del celuloide suelen dar marco a las reuniones de mafiosos.

"Es justo que sea el propio pueblo el que grite basta", dice desde la tribuna el arzobispo, cardenal Salvatore Pappalardo. "Éste es el primer paso de un largo camino". "Pero ya se habían hecho antes otras manifestaciones", le señala una periodista al cardenal cuando baja del escenario. "Hagamos que ésta tenga algo de nuevo", responde el purpurado, encogiéndose significativamente de hombros.

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"Los criminales deben saber que la sociedad civil ha tomado una opción clara y definitiva: estamos con el Estado, con la legalidad, somos solidarios con la magistratura y las fuerzas del orden", clama Pietro Larizza, secretario de la UIL. Sergio d'Antoni, secretario de la CISL, pide al país una "respuesta activa, como la que dio frente al terrorismo tras el asesinato de Moro", y Bruno Trentin, secretario de la CGIL, denuncia que la economía mafiosa se nutre de mucho trabajo negro.

Cierra el acto la viuda de Vito Schisano, uno de los agentes asesinados junto a Falcone, que sigue llorando con la misma desesperación que el día de los funerales. "No quiero palabras, sino justicia", dice. Le cortan la intervención a las 12.15, porque el permiso para la manifestación ya ha vencido. Los palermitanos empiezan a abrir entonces sus balcones.

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