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Otros 3.000 madrileños

El 'zoo' de Madrid, que ha cumplido 20 años, se destaca por su alto índice de natalidad

Gabriela Cañas

Lo de esta primavera ha sido una auténtica explosión demográfica en el zoo de Madrid, que, en su vigésimo cumpleaños, presume de ser uno de los de mayor índice de natalidad del mundo. Pasa todas las primaveras y, para los cuidadores, la importancia del récord está en su significado: que haya partos es síntoma inequívoco de que los animales salvajes, que siempre disimulan la enfermedad hasta que se desploman moribundos, están bien de salud. En el zoo madrileño, 130 humanos proporcionan a los 3.000 animales todo lo que necesitan, excepto la libertad.

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Salvaje indiferencia

"El problema de anestesiar a un elefante es que caiga del costado contrario al que te interesa. No vale de nada. Tienes que intentarlo en otra ocasión. Pero, con todo, la máxima complicación la entrañan las jirafas. No pueden estar más de varios minutos tendidas con la cabeza en el suelo porque su presión arterial es tal fuerte que tendrían un derrame cerebral. Hay que intervenirlas sentadas y lo más rápidamente posible".Manolo López es el jefe de veterinarios del zoo, donde trabaja desde hace muchos años aunque sólo tiene 35. "Al principio había momentos muy emocionantes, pero aún hoy", explica en la puerta de la enfermería, "sudo muchísimo cuando estamos haciendo una operación complicada. Cuando anestesio a un gorila, por ejemplo, siempre estoy preocupado. Piensa que con que se espabilara un poco y simplemente te apretara con la mano un brazo, te destrozaría".

Mortal adrenalina

Humanos y animales salvajes viven juntos en el zoo, pero nunca revueltos. Jamás un cuidador se acerca a un tigre sin una reja de por medio. Los accidentes, aseguran, siempre se producen a causa de una equivocación o una imprudencia humana. Y la víctima no siempre es el rey de la creación. "La entrada de un cuidador en el habitáculo es una invasión para el animal", dice Enrique Sáenz, biólogo, veterinario y jefe de mantenimiento. "Lo natural en un animal en libertad es huir o atacar. Aquí, si no puede hacer ninguna de las dos cosas, la subida de adrenalina es tan fuerte que puede morir".Es duro de aceptar, pero los entendidos aseguran que los animales desprecian con indiferencia al millón de visitantes que acude cada año al zoo de Madrid. Que todo cuanto pase allá fuera de su territorio donde viven su encierro no les interesa, salvo a algunas de esas pocas especies, como las cigüeñas, que disfrutan del movimiento y de esas manos, casi siempre infantiles, que les dan palomitas de maíz.

Jorge San José, que se ocupa de las relaciones públicas del zoo, puede tener muy malas pulgas cuando ve a los cachorros de los humanos perseguir a un ánade o meter un palo entre las rejas para que el águila real despliegue las alas. Y eso que no fue testigo, hace años, de la dilapidación de un pingüino, hecho sobre el cual elabora un negro presagio acerca del futuro de la humanidad.

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El presagio se desvanece minutos después viendo trabajar a Manolo y Mario. Han traído a un mapache al quirófano y lo han anestesiado. "No le pasa nada", dice Enrique Sáenz, "sólo que le encontramos algo débil y le vamos a inyectar una buena dosis de vitamina". Manolo ausculta al mapache y cuando termina, antes de las inyecciones, le coloca tiernamente las patas como queriendo preservar su yaciente belleza.

Mario lleva 16 años en el zoo cuatro de los cuales dedicó en exclusiva a la estrella del recinto: Chu-Lin. Mario Robledillo es ahora el encargado de los cuidadores y recuerda aquellos primeros años del panda más famoso y preciado del mundo -aparece en el Guinness por ser el único de su especie que ha nacido en cautividad en Europa- "Tres cuidadores en tres turnos lo cuidábamos las 24 horas del día. Desconocíamos casi todo de los pandas gigantes y todo nos desbordaba. Los primeros, días, su madre le cogía con la mano y se lo ponía en el pecho, de manera que pasábamos horas desesperados por no verle". Diez años después hay menos sustos.

Por Chu-Lin se sembró bambú en la Casa de Campo, se adoptó una nueva mascota y se movilizan todos los zoos del mundo en busca de una media naranja. Tomás Cerdán, el director general, acaba de volver de Pekín en busca de una hembra, sin resultado. Nadie sabe por qué las hembras de panda gigante se mueren con tanta facilidad. Mientras tanto, los pandas rojos se han reproducido locamente y se usan medidas anticonceptivas -habitualmente implantes subcutáneos- con especies como los leones, que no tienen salida ni a otros zoológicos ni al deteriorado hábitat exterior.

El apareamiento de Chu-Lin es un quebradero de cabeza por el que compensa luchar. Mientras el zoo de Londres amenaza con cerrar, el de Madrid -una empresa privada con concesión municipal- vive años de bonanza económica. Tiene un presupuesto anual de 700 millones, la situación es "saneada" y el final del recinto londinense no le quita el sueño a Cerdán: "Han creado una empresa mastodóntica con unos gastos excesivos".

Las mayores partidas de gastos, al margen de la de personal, son aquí a partes iguales la de la alimentación y la del mantenimiento. Sólo en comida el zoo gasta anualmente 50 millones de pesetas. No es extrañó si se tiene en cuenta que sólo un elefante, que pesa más de tres toneladas, consume diariamente 40 kilos de alfalfa y 20 de frutas y verduras.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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