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CAMBIOS EN EL GOBIERNO

El bien amado

Tres veces ministro, Francisco Fernández Ordóñez ha ayudado a cambiar España con el reconocimiento casi total a su labor

Le hemos visto decenas de veces en las fotos enarbolando una sonrisa amistosa y pícara, pero también indescifrable. Parecía a punto de desvelar algo que nunca decía. Así, sin mostrarse nunca del todo, Francisco Fernández Ordóñez ha recorrido la política española durante más de 20 años. Revalorizando su imagen con el paso del tiempo, como sin querer, sin hacer hincapié. Con la elegancia de un tipo sencillo que sabe ocultar lo que es en realidad: un hombre muy complejo.Empieza su carrera en el franquismo y llega hasta el Gobierno socialista, como ministro de Asuntos Exteriores, en julio de 1985, por los mismos méritos: saber hacer bien las cosas. En 1973, un ministro le nombra secretario general técnico de Hacienda, y el ministro siguiente le encarga la presidencia del INI. Allí encuentra a Miguel Boyer: "Venía acompañado por un gran prestigio en Hacienda y aunque por entonces no tuviera una definición política, demostró su tendencia liberal, al enfrentarse a las presiones que recibió para echarnos a Solchaga, Bustelo y a mí, considerados subversivos por el régimen".

Es Ordóñez quien nombra a Boyer director del servicio de estudios del INI, a pesar de la ficha policial que tiene. "Nos defendió aplicando criterios profesionales. Por eso cuando se produjo su dimisión, en noviembre de 1974, Solchaga y yo abandonamos el Instituto. Era una cuestión de fidelidades". De todas formas, según Boyer, Fernández Ordóñez no tiene entonces ambición política. No quiere aliarse con unos o con otros.

Dimite de su cargo en el INI en pleno escepticismo sobre la reforma de Arias Navarro, con Pío Cabanillas. Ese tiempo parece tan lejano al repasar algunos textos que entonces se consideraron heroicos, como él que a Fernández Ordóñez le ayudó a escribir Jesús Aguirre, hoy duque de Alba, para su dimisión: "He emprendido el camino hacia una convivencia duradera... Estoy seguro de que nos entenderemos todos, de que esta esperanza es irrevocable".

Poco después, a nueve meses de la muerte de Franco, Fernández Ordóñez se muestra más explícito en el Club Siglo XXI: "El cambio sólo. es posible a través de un proceso constituyente...". Y es que "muerto Franco, comienza a implicarse. políticamente, pero no antes", dice Boyer. "Lo que sí recuerdo es una reunión en su casa, semanas antes de que el Rey nombrase a Adolfo Suárez presidente del Gobierno. Allí estábamos Felipe González, Areilza, Paco y yo, discutiendo sobre el futuro político. El conde nos pidió el apoyo del PSOE a su candidatura, utilizando a Paco como enlace. Pero, Felipe González no quiso entrar en esa batalla".

"Nosotros, cinco"

Ordóñez tiene 45 años y se ha puesto en marcha. "Empezamos a pensar que había que hacer algo y pronto creamos Izquierda Socialdemócrata". Luis González Seara, ministro de universidades con UCI), continúa: "Por ese tiempo se había constituido el Partido Socialdemócrata de Sa Carneiro, que vino a hablar con nosotros. Debía pensar que éramos un grupo numeroso porque tímidamente nos dijo: 'Bueno, a decir verdad, nosotros somos tres'. 'Nosotros, cinco', contestamos Paco y yo".

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El partido de Fernández Ordóñez "era un grupo promotor de ideas, para aglutinar a personas cualificadas y con sentido de la modernidad, capaces de ocupar cargos y de trabajar en la transformación de la sociedad". Los fundadores no eran gente que a los 20 años fuesen comunistas para llegar a los 40 a la socialdemocracia. Era una socialdemocracia que en vez de mirar a Alemania miraba a Portugal.

En esto debe pensar Óscar Alzaga, de la democracia cristiana, que conoció a Fernández Ordóñez en los tiempos de El Ciervo, una revista católico-progresista de los sesenta, al comentar la ideología de su viejo amigo. "En aquellos tiempos se incorporaban muchos tecnócratas a los al tos cargos de la Administración franquista. Pero no sólo ellos. Paco estaba en el grupo de los que iban llegando aislados, por sus propios méritos. Es ganas de inventar decir que era socialdemócrata; adoptó esa posición. Tanto es así que le llamé por haber tenido el coraje de dimitir del INI. Nos reunimos, 30 o 40 personas, y él lo agradeció porque se había despegado de la gente de la oposición".

Pero todavía permanecen en la sociedad española algunas obras que avalan la ideología democrática de Fernández Ordóñez, y que en el contexto en que se produjeron fueron triunfos arrancados por una política de izquierdas. Son la reforma fiscal (aprobada en octubre de 1977) y la Ley del Divorcio (aprobada en junio de 1981). Logros que para otros, los peor pensados, demuestran hasta qué punto Ordóñez, como una veleta humana, siempre se ha colocado en la dirección del viento dominante. Una crítica que le ha acompañado siempre.

Pero antes entra en la UCD con su pequeño grupo. Porque "siempre se ha movido entre el idealismo y los programas; entre la ciencia y la conciencia de sacar aquello adelante. Paco, para mí, es un hombre con carisma", dice Carmela García Moreno. "Tenía un proyecto", apostilla Luis González Seara, y "como necesitaba un aparato para llevar a cabo su proyecto socialdemócrata, entra en UCD, que tenía organización. Consiguió plasmar sus ideas en el programa electoral de la UCD, como la reforma fiscal". Nuevamente interviene la voz de Alzaga para discrepar: "Sabe mucho de temas tributarios, es un buen jurista, pero la ley fiscal del 77 no es nada excepcional". Y continúa: "Justicia le sirvió como bisagra para el tránsito hacia el PSOE". Ese tránsito es el último acto conspiratorio de este político-enredador. Pero eso ocurre unos años más tarde, cuando se ve que, a pesar de todo, Ordóñez sí había estado siempre en el mismo sitio.

Reforma fiscal

El tiempo de la reforma fiscal es el del primer Gobierno de Adolfo Suárez. Y aquella reforma era una vieja idea. Porque los refor,madores del franquismo ya se habían dado cuenta de que sin dinero no había presupuesto, y sin impuestos no había dinero. La gente de Hacienda, y Enrique Fuentes Quintana, trabajaron antes en un proyecto, del que se parte en UCD, para llegar a la Reforma Fiscal de Francisco Fernández Ordóñez, la primera ley votada en el Parlamento que empezó a cambiar la sociedad española.

Miguel Martín, que trabajó con él en Hacienda, y es ahora director general del Banco de España, comenta que con Ordóñez trabajó bien, pero "había que conocerle para comprender ciertas cosas. Recuerdo un viaje suyo, como ministro de Hacienda, a EE UU. Él siempre ha sido un maniático de la puntualidad y dejó colgado al secretario general técnico, porque si llegaba tarde a ver a McNamara perdía la oportunidad de hacerse la foto".

La buena racha de Ordóñez en Hacienda se rompe tras la dimisión de Fuentes Quintana como vicepresidente económico. "Fuentes no tiene encaje", comenta entonces Fernández Ordóñez a sus colaboradores, como reconociendo que él es un buen fajador. Pero Adolfo Suárez no le llama al formar su segundo Gobierno. La razón hay que buscarla en el modo de funcionar de aquel Ejecutivo. Suárez y los barones se relacionaban como un rey de la Edad Media con sus nobles. Siempre existía el peligro de que uno de ellos le quitara la corona al jefe. Suárez temía a Cabanillas, a Rodolfo Martín Villa, a Ordóñez. Por eso les dejó fuera. Aunque conservó a algunos de sus hombres representativos; Seara y Juan Antonio García Díez, entre los socialdemócratas. De ese modo, Suárez creía poder lograr la unidad de UCD.

Son los tiempos en que Ordoñez se hace famoso por su capacidad de conspiración. ¿Cuántas veces me has traicionado hoy, Paco?, le preguntaba Joaquín Garriges. Y es el momento en que Suárez decide, lo que confirma Rosa Posada, secretaria de Estado en ese tiempo, pinchar los teléfonos de La Moncloa, harto de que Felipe González conociera las decisiones del Gabi-

nete nada más producirse. "Así se descubrió que el submarino era Ordóñez. Y pienso que éste se sumó a otros motivos, para que Suárez prescindiera de Ordóñez en el segundo Gobierno".Una vez fuera, los barones, liberados de un compromiso de silencio que no cumplían, aumentan sus declaraciones y, con ello, la tensión. Suárez hace una crisis y llama a Ordóñez al gobierno. "Entonces", dice Rosa Posada, "Ordóñez pidió la cartera de Exteriores, pero le dio Justicia".

Y llegamos a la Ley del Divorcio. "El divorcio se hizo contra todos", dice Enrique Linde, subsecretario de Justicia con Ordóñez. "Había un precedente, una ley elaborada por Garrigues padre, y que siguió manoseándose siendo ministros Landelino Lavilla e Migo Cavero. Nosotros la transformamos por completo. Queríamos hacer una ley real y no una especie de transición al divorcio, que era lo que se había intentado, ya que tenían que hacer una ley porque estaba en el programa de la UCD. En la oposición estaba el PSOE, que quería la ley de la República; y la Iglesia, que estaba planeando una reforma del sistema de nulidad rnatrimonial".

La Ley del Divorcio contó con la oposición de muchos de los diputados del partido que la presentaba, incluida la del presidente de la Comisión de Justicia, Óscar Alzaga, y la del portavoz de la UCD, Miguel Herrero de Miñón. "Los dos estaban en contra, con buenos modales; algunos diputados del partido, ni siquiera". Linde añade que Leopoldo Calvo Sotelo, presidente del Gobierno, retiró a Ordóñez del tema del divorcio para restablecer la paz entre su gente. En su lugar nombró a Pio Cabanillas, que no se metió en absoluto.

Mientras Ordóñez lucha por sacar una ley que la sociedad pedía a gritos, comenta a González Seara y Carmela García Moreno, que por aquel tiempo se habían enamorado, aunque ambos estaban casados: "No sé qué pensará mi mujer, aunque os caséis". Es una de las "cosas de Paco", dice García Moreno. Otra es su afán por salir en los periódicos. Y marcando todos sus actos esa habilidad tan suya, mezcla de afecto, confianza y buena educación, que lo convierten en un hombre entrañable. "Es especial. El 23-F, después del primer momento, pero cuando todo el mundo permanecía en su escaño, fue a ver a todas las diputadas de su grupo. A mí me dijo: '¿Cómo estás?' 'Bueno', añadió, 'dentro de media hora nos veremos en el Bernabéu".

Sólo cuatro meses después del 23-F se vota la Ley del Divorcio. A favor lo hacen los diputados del PSOE y algunos de UCD; en contra, buena parte de ese partido. Para este grupo, el gran escollo era la cuestión de los plazos marcados por la ley para hacer efectiva la separación, y, sobre todo, la posibilidad de obtener el divorcio por mutuo acuerdo. "Creo que hicimos una buena ley", dice Linde; "después de 11 años todavía sirve".

"La ley prácticamente no es suya; es de Cavero. Ordóñez la modificó para quedársela", afirma Alzaga. "Los democristianos habíamos negociado con la Iglesia la no beligerancia, y cuando Ordóñez introdujo sus pequeños cambios ya no quisieron ni oír hablar de una nueva negociación. La ley estaba pactada entre Paco y Alfonso Guerra. Y, finalmente, Paco, que siempre quiso ser el hombre de la Ley del Divorcio, acabó siendo el hombre de Exteriores, donde ha realizado una labor magnífica".

Linde, que trabajó con Fernández Ordóñez durante cinco años, en Justicia y en el Banco Exterior, recuerda que el Ordóñez de entonces era un compañero, más que un jefe. "Teníamos una compenetración absoluta. Es un hombre de carácter estable, con un humor excelente; condescendiente, pero nada paternalista. Algo dificil de encontrar en política". Y ¿enredador? "Lo fue en Hacienda. Luego menos, porque estaba escaldado. Pero ha seguido hablando por teléfono de manera desmedida, creo que no puede evitarlo".

El caso Arregui es un momento especialmente duro; la única vez que Ordóñez pierde los papeles, cuando le dice a Juan José Rosón, ministro de Interior: "A mí no me echas ese cadáver encima". Rosa Posada recuerda que quedó encargada de elaborar un comunicado conjunto sobre aquel suceso -la muerte de un etarra que había llegado moribundo a la cárcel, de lo que informó el ministerio de Ordóñez- "Cité a los dos ministros en el Parlamento. Ninguno acudió y luego estalló el golpe, era el día 23 de febrero. El problema era que ninguno quería ser el responsable político de aquello. Nunca en mi vida he visto a Paco más nervioso". Linde comenta que Ordóñez no soportó que desde el Gobierno se le llamase traidor por anteponer los derechos humanos a la razón de Estado.

Dimite organizando un escándalo político y sentenciando a la UCD. Pero, ¿quién pasó a la prensa su carta de dimisión? "Bueno, yo no fui", asegura Linde; "no sé si él lo hizo. Lo niega, pero Ordóñez siempre ha mentido muchísimo a los periodistas".

Fernández Ordóñez ha cumplido una etapa de su vida y demostrado de ruevo que en política no se casa con nadie. En lo privado, se casó, en 1953, con Mari Paz García Mayo, a la que conocía desde la niñez y con la que no ha tenido hijos. Esta es su única fidelidad, junto a su amor por la poesía. Ordóñez, decían en aquel tiempo sus enemigos, es un hombre que cuando llega a un sitio siempre pregunta por dónde se sale. "No sé si se puede decir que alguien es desleal", declara Posada, "cuando la única lealtad que ha tenido en su vida ha sido la suya propia, a la que ha servido con acierto y dedicación".

Alergia a las ejecutivas

Cuando deja UCD su situación allí es insostenible. Con unos cuantos funda un partido, el PAD, de vida brevísima. Su nombre aparece como candidato por Madrid en las listas electorales del PSOE, en 1982. Dos meses después el PAD se disuelve. Ahora, sus enemigos dicen que la gran traición se ha consumado. Otros, que por fin ha encontrado su sitio.

En este punto de la historia de Fernández Ordóñez, y antes de ser ministro por tercera vez, ha llegado el momento de preguntarse si este político madrileño, al que James Baker y Edvard Shevardnadze llaman Paco, ha querido alguna vez llegar más lejos. González Seara asegura que no. Y como prueba aporta un dato: "No quiso ser vicepresidente cuando Felipe González nombró a Narcís Serra. Sin embargo, tiene cabeza y prudencia para ser un excelente presidente de Gobierno". Linde es de la misma opinión, pero da más explicaciones. "Después de nuestra experiencia en el PAD, que fue dolorosa, descubrió que no quería ser líder de un partido. Hubo una evolución en sus deseos. Al principio, tal vez acarició la idea de llegar a ser presidente; más adelante se dio cuenta de que no quería, o no servía. Estas cosas son difíciles de separar". Alzaga piensa que a Ordóñez le ha interesado la cosa pública y que, siendo un demócrata, tiene alergia a todo lo que huela a partido, a ejecutivas. "Como hombre que conoce sus propios intereses, ha buscado tareas de gobierno, no de partido. Su peso específico no se deriva de estar sentado en una mayoría. Le viene de haberse reconocido su buen hacer en política".

La cuestión es que, diga lo que diga Ordóñez sobre este punto, nadie pensaría que está diciendo toda la verdad. Es dificil llegar a descubrir los íntimos deseos de alguien que, siendo un excelente conversador, nunca ha dicho nada revelador de sí mismo; que jamás ha dejado penetrar, ni a sus amigos, en su vida privada. Se conocen los datos, biográficos; que el padre fue ingeniero, sus nueve hermanos, la estancia en Valladolid durante la guerra, la carrera de Derecho, las oposiciones a inspector del Timbre, el gusto por la literatura. Poco más. Él suele contar siempre lo mismo a los periodistas, como si hace años hubiese decidido hasta dónde debe mostrarse. Y jamás ha rebasado ese límite.

A pesar del éxito que ha tenido guardándose para sí, Rosa Posada cree que Fernández Ordóñez ha tenido la sensación de que podía ser algo más de lo que era cada vez. Y que durante un tiempo albergó afanes de presidir un Gobierno de coalición. "Ha tenido la cualidad de conocer

Pasa a la página siguiente.

Viene de la página anterior su utilidad en el caso de un triunfo electoral minoritario, y la consiguiente necesidad de una coalición para gobernar. Es un pacificador, el eslabón entre la derecha y la izquierda. Se ha creído ese papel, con razón, porque posee esas cualidades. Además, es coherente con la idea que tiene un intelectual de la política".

Tal vez renunció por pereza, por individualismo. O porque, aunque tenía su propio proyecto, sabía que no lo realizaría por el camino habitual, encabezando una lista electoral. "Pero", dice García Díaz, "no sé lo que hubiera sucedido si Paco hubiera querido ser líder de un partido, en lugar de seguir a su aire. A lo mejor ahora sería el aglutinador de muchos que hemos dejado la política. Porque es un personaje muy atractivo".

Y afable. Nunca le ha sido discutida esta virtud. "Call me Paco, please" ["llámame Paco, por favor"], decía, embelesándoles con su sonrisa, a los periodistas extranjeros al comienzo de su etapa de Asuntos Exteriores. El sueño de su vida, si se cree a, algunos de sus colaboradores. Tanto lo deseaba que en el Banco Exterior, afirma Enrique Linde, dedicaba tiempo a lograr ese propósito. "Y creo que estuvo allí tres años porque Felipe González no podía hacer ministro a uno que acababa de serlo de la Unión de Centro Democrático. Fernando Morán lo recuerda en su libro; dice que le perseguía ,constantemente la sombra de Ordóñez, hasta que le alcanzó". Pero si él quería ese puesto, no lo quería en vano. También Felipe González andaba soñando con Fernández Ordóñez.

Etapa brillante

Cuando el 5 de julio de 1985 accedió a la cartera de Asuntos Exteriores, la mayoría de sus nuevos subordinados pensaron que, desconocedor del mundo díplomático, iba a ser un ministro mediocre. Pero su experiencia como titular de Hacienda le ha permitido potenciar el ministerio y dotarlo de los medios necesarios. Como en otras ocasiones, con Ordóñez no ha sucedido tal como se esperaba.

Y su estancia en Exteriores ha sido casi incuestionable y al analizarla poca gente le regatea elogios. Tal vez el gran momento de Ordóñez se produce en el otoño de 1991 -poco antes de que tuviese que cancelar su agenda al caer enfermo-, cuando es anfitrión de la Conferencia de Madrid para la Paz en Oriente Próximo. Precisamente en esas mismas fechas se anuncia que la cooperación española con el Tercer Mundo, dedicada fundamentalmente a América Latina, iba a sufrir un nuevo recorte en 1992, el año en que se celebra el V Centenario. Fernández Ordóñez no hizo nada por impedirlo. "Yo estoy siempre al lado del ministro de Hacienda", respondió entonces. "Tenemos en Exteriores", asegura, no obstante, "un presupuesto que es, probablemente, el más bajo de Europa: no llegamos al 0,4% del PIB".

La Conferencia de Madrid brindó, además, al ministro la ocasión de demostrar que, en el fondo, no es un bocazas que se va de la lengua con tal de congra ciarse con toda la prensa. La elección de la capital de España como sede fue el secreto mejor ,guardado hasta que se hizo pública. Y durante la semana que duró la conferencia Ordóñez enmudeció, sí se exceptúan algunos comentarios protocolarios.

Fernández Ordóñez tiene, cuando llega a Exteriores, una de las cualidades generalmente atribuidas a los diplomáticos, mucha mano izquierda. Pero en 1985 es un auténtico analfabeto en política internacional. Lo ignora casi todo de un proceso al que España está a punto de incorporarse: la integración europea a través de la Comunidad.

No había participado en la negociación de adhesión y cuando se estrena en sus consejos de ministros, a partir de 1986, no es especialmente brillante. Cuando la discusión se hace muy técnica deja de escuchar. Luego contesta .con aplomo a los periodistas respecto a la posición española sobre tal o cual cuestión conflictiva que no había sido tratada en el Consejo. Terminada la rueda de prensa, algún miembro de su séquito se esfuerza por disculpar a su jefe. Agarra amistosamente al periodista por el brazo y le cuchichea al oído: "Sí, claro, se habló de ello, pero en ese momento el ministro había salido de la sala para hablar por teléfono con Moncloa... "

Consciente de sus propias limitaciones y nada temeroso de que nadie le pudiese hacer sombra, Fernández Ordóñez se rodea de un buen equipo de colaboradores y aprende a marchas forzadas. Para el ministro aprender nunca ha significado, sin embargo, estudiarse a fondo todos los informes. "Tan sólo les echa un vistazo, recorre las dos o tres primeras páginas o pregunta cuáles son los párrafos más sustanciales", recuerda un diplomático de su entorno. "Sólo los lee exhaustivamente cuando el asunto puede interesar a la prensa, tener una proyección pública".

Aprender, para Fernández Ordóñez, consiste en olfatear el ambiente y saber cómo desenvolverse en él para sacar el máximo provecho.

La clave de sus éxitos nunca ha estado en su conocimiento de los temas, sino en su intuición y en su don de gentes. "No es un negociador; es más bien un seductor que inspira confianza", comenta el mismo diplomático, hasta el punto de que uno de sus homólogos europeos le contó sus devaneos y llegó incluso a presentarle a sus amantes a la salida de un restaurante. ¿Podía después negarse a acceder a las reivindicaciones españolas en la mesa de negociación?

Si la Comunidad Europea es pronto terreno abonado, la OTAN causa, en cambio, a Fernández Ordóñez algún que otro quebradero de cabeza. El primero lo tiene en vísperas del referéndum del 12 de marzo de 1986 sobre la permanencia de España en la Alianza Atlántica. Para convencer al electorado echa mano de todos los argumentos, algunos de dudosa ética. Anuncia, por ejemplo, que a España la echarían de la CE sí optaba por salirse de la Alianza Atlántica. El portavoz de la Comisión Europea le desmiente al día siguiente.

. La negociación con Estados Unidos para reducir su presencia militar en la Península tampoco está exenta de altibajos. Su peor recuerdo es la conversación que mantiene en diciembre de 1986 con el entonces secretario de Estado norteamericano, George Shultz. Disgustado por la insistencia con la que Fernández Ordóñez pide la retirada de los 79 cazabombarderos norteamericanos F- 16 con base en Torrejón de Ardoz, Shultz amenaza: "Pues si esto es así, haré una propuesta amistosa para la retirada de todas las tropas norteamericanas en España". "Pues con mucho gusto la consideraremos", replica Fernández Ordóñez.

El nuevo convenio se firmó en diciembre de 1988, dos años después de esa tensa conversación en Bruselas. Desde entonces la relación con Estados Unidos ha mejorado radicalmente.

El muro de Berlín

A pesar de estos malos tragos, Asuntos Exteriores es el ministerio en el que más se ha divertido Ordóñez. Decide, sin embargo, dejarlo tras su segunda operación quirúrgica, despúes de que se le extirpen en julio de 1989 pólipos intestinales malignos. Felipe González hace entonces todo lo posible para conservar a un ministro eficaz y que no le resta protagonismo, y en agosto de 1989 se autoinvita a cenar en casa de Fernández Ordóñez y libra un pulso con la esposa del ministro, del que sale derrotado. Pero cuando en noviembre de ese año se derrumba el muro de Berlín, González encuentra nuevos argumentos para convencerle de la necesidad de que siga en el cargo. ¿Cómo iba a abandonar el puesto cuando el mapa de Europa estaba cambiando? Eso fue lo que le dijo a Gerald Collins, ministro irlandés de Asuntos Exteriores. Y añadió a continuación: "Es evidente que lo que estoy haciendo puede llenar la vida de cualquiera".

El gran escéptico que es Francisco Fernández Ordóñez siempre ha tenido sus ideas sobre cuáles son los intereses de España y el lugar que debe ocupar en el mundo. Las ha hecho realidad como ministro de Exteriores: la buena relación con Estados Unidos y la integración en Europa. Ha apostado por construir Europa, aunque reconoce que puede ser una tarea frustrante. "Creo", dice, "que trabajamos como los constructores de las catedrales, para algo que no veremos nunca".

Tras años de ir y venir por la política, las circunstancias han acabado llevándole hasta esa socialdemocracia que dice es la suya. Sereno, en su sitio, haciendo buen uso de su virtud de hombre tolerante, su prestigio ha ido subiendo como la nata batida por una mano diligente. Mientras, se ha ido diluyendo poco a poco aquella primitiva fama de conspirador que tan célebre le hizo. Ha acabado siendo un político eficaz, brillante. Y lo ha logrado de un modo fascinante: dejando que la aventura transcurra por sus venas..

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