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Se abre en París una gran exposición dedicada al rostro humano

La muestra reúne centenares de obras de los cinco continentes

La gran exposición temática que anualmente organiza la Fundación Cartier en su sede de los alrededores, de París se abrió el viernes bajo el lema: "A visage découvert" ("a cara descubierta"). Varios centenares de obras de arte, procedentes de los cinco continentes, se exhiben en Jouy-en-Josas hasta el próximo 4 de octubre, abordando de muy distintas maneras la representación del rostro humano.

Picasso y las figuritas precolombinas del siglo III antes de Jesucristo, las cabezas de momia egipcias del siglo VI antes de Cristo y las pinturas mortuorias de Francis Bacon, las mil y una posibilidades de leer, captar o mostrar lo que es una cara aparecen reunidas en A Visage Découvert bajo la intención, confesada por Jean de Loisy, comisario de la exposición, de "desorganizar genealogías, renunciar a la historia, ignorar la geografía, mezclar culturas y comparar lo incomparable".Una constatación subyace en A Visage Découvert: cuando los nazis reunieron centenares de cuadros del llamado arte degenerado, una buena parte de dichas telas o esculturas se ocupaban del rostro. Y se ocupaban de él procurando huir de las clasificaciones, algo que sin duda irritaba a quienes veían en cada nariz, ceja, piel y expresión la pertenencia a una raza y a una categoría humana.

A Visage Découvert se articula en torno a tres grandes apartados. Primero, La gramática del rostro, entendida ésta como voluntad de establecer algunas tipologías que nos protejan del infinito. Ahí están las máscaras griegas o de teatro N, los estudios de Le Brun, un vaso precolombino o una esculturilla de Derain, y están también las extraordinarias caras realizadas en plomo por Franz Xaver Messerchmidt (1736-1783), que se presentan por primera vez en Francia.

El segundo apartado corresponde a Le chahut (la algarabía o el jaleo), que pretende desmentir el anterior espíritu normativo. Todas las vías son válidas, desde el cubismo picassiano a las alucinaciones de Spillaert, pasando por las gigantescas máscaras de Nueva Caledonia, para mostrar lo que hay de irreductible en cada rostro.

El último apartado se ocupa de El silencio. Los jíbaros y sus cabezas reducidas se tutean aquí con las fotografías de Mappelthorpe o los cuadros de Bacon, los velos de la Verónica con los gabinetes fúnebres ideados por Boltanski.

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