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¿Existe alguna alternatíva a la convergencia?

El autor defiende la convergencia con la Comunidad Europea como única vía de salvar el freno al crecimiento económico que impone ahora a los Doce los problemas de la economía alemana. A su juicio, ese límite al crecimiento no puede eludirse con una política fiscal expansiva o con devaluaciones.

Uno de los principales objetivos de la entrada de la peseta en el mecanismo de cambios del Sistema Monetario Europeo (SME) era integrarse en un área monetaria caracterizada por bajas tasas de inflación y bajos tipos de interés, que favorecieran un crecimiento más estable de nuestra economía.Sin embargo, dicho objetivo no se ha conseguido, ya que los dos últimos años transcurridos desde que la peseta entró en la banda ancha del mecanismo de cambios del SME han coincidido con los problemas económicos derivados de la unificación alemana.

El Gobierno alemán está teniendo que hacer un, enorme esfuerzo fiscal para financiar la modernización de los länder del Este, la acomodación de sus emigrantes, etcétera, y ha tenido que elevar su déficit público hasta cerca de un 5% del PIB (producto interior bruto). Para evitar un aumento excesivo de la inflación, que ya se sitúa cerca del 4%, el Bundesbank ha mantenido una política monetaria fuertemente contractiva.

Esta mezcla de políticas ha resultado en un fuerte aumento de los tipos de interés a corto plazo alemanes que están cercanos al 10%. Como los tipos de interés a corto plazo alemanes determinan automáticamente los del resto de los países del SME, Alemania. ha impuesto un marco de tipos altos de interés y de menor crecimiento que el tendencial al resto de los países miembros del mecanismo de cambios, con lo que no se están cumpliendo las expectativas de bajos tipos de interés y de inflación que todos estábamos esperando.

Es decir, la política económica alemana está imponiendo una cierta camisa de fuerza al resto de sus colegas en el mecanismo de cambios, ya que la expansión fiscal alemana está teniendo, lógicamente, un menor impacto expansivo en el resto de los países miembros que el que tiene en la propia actividad económica alemana, mientras que la contracción monetaria alemana tiene un impacto mayor en el resto de los países que el que tiene en Alemania, ya que las subvenciones y las deducciones para los alemanes que invierten en los länder del Este son muy elevadas.

Si excluimos al Reino Unido, que ha sufrido un periodo de recesión, y a Alemania, el resto de los miembros del mecanismo de cambios ha crecido, en estos dos últimos años, a una media del 1,75% anual frente a un crecimiento tendencial de cerca del 3%. España ha elevado notablemente ambas medias ya que ha crecido a una media del 3% frente a un crecimiento tendencial del 4,5%, aunque hemos podido comprobar que este último no puede mantenerse por mucho tiempo.

Por otro lado, el Tratado de Maastricht ha introducido unas reglas de convergencia que, aunque algo flexibles, no dejan que los países miembros del sistema tengan mucho margen para realizar una política económica discrecional y contracíclica y escaparse de dicha camisa de fuerza.

Con ello, todos los Gobiernos, y especialmente el español al aprobar los requisitos, de convergencia, han optado, inequívocamente, por la política de reducción de los desequilibrios económicos derivados de un exceso de expansión entre 1985 y 1990, aunque sea a costa de un crecimiento más moderado.

¿Existen alternativas macroeconómicas a esta política de convergencia y saneamiento y, concretamente, existen otras opciones al programa de convergencia español? Debemos excluir, de entrada, y por no existir alternativas posibles, las medidas microeconómicas estructurales para mejorar la competencia y flexibilizar los mercados de los factores de producción (trabajo, capital y tecnología) incluidas en dicho programa, que son las más urgentes de cara a nuestra competitividad ante el mercado único, ya que nos encontramos mucho más alejados de nuestros competidores europeos en nuestra situación microeconómica que en términos de desequilibrios macroeconómicos básicos. Debemos centrarnos, pues, en estos últimos, que son los que están limitados por los requisitos de convergencia.

Existirían, en principio, dos opciones posibles para intentar estimular la economía y salirnos de esa camisa de fuerza que nos obliga a crecer menos que nuestro potencial.

Expansión fiscal

La primera sería mantener una política fiscal expansiva en lugar de reducir el déficit público. Hay algunas voces de la izquierda y de los sindicatos que insisten en que debemos de mantener un déficit público similar al actual para evitar una recesión y conseguir un mayor crecimiento diferencial con el resto de la CE que nos permita converger más rápidamente en términos de renta per cápita y alcanzar la media comunitaria lo antes posible.

Ésta sería la opción seguida por Italia en estos últimos años, cuyos resultados han sido muy negativos. Prueba de ello es que mantiene un déficit público medio del 10% del PIB desde hace cinco años, y, sin embargo, no ha logrado crecer, en media, por encima del 3%, mientras que su inflación se ha mantenido en el 6% y sus tipos de interés a corto plazo están alrededor del 12%. Lo peor es que ha acumulado una deuda cercana al 105% de su PIB, que la obliga a dedicar cerca de un 10% de su PIB y cerca de un 20% de su presupuesto solamente para pagar los intereses de su deuda. Su problema reside en que una expansión fiscal, si se mantiene por mucho tiempo, desencadena un círculo vicioso acumulativo entre financiación de la deuda, tipos de interés y déficit público, todos ellos creciendo y alimentándose unos a otros, que sólo se puede resolver estabilizando el volumen de la deuda sobre el PIB, y eso exige una contracción fiscal tan fuerte que, al final, implica varios años de recesión.

En el caso de España no hay que olvidar que, entre 1981 y 1986, la deuda pública sobre el PIB se duplicó, pasando del 23% al 46%, y los pagos por intereses de la deuda en el total del presupuesto pasaron del 0,8% a más del 8%; es decir, que se multiplicaron por 10. Récords que no había conseguido ni siquiera Grecia en sus peores años. Sin embargo, desde 1986, y debido fundamentalmente al fuerte crecimiento. de nuestro PIB, se han conseguido estabilizar ambos ratios; pero ya a partir de 1990, con un menor crecimiento del -denominador, los ratios empiezan de nuevo a crecer. Es decir, de seguir la opción italiana pronto estaríamos de nuevo con tipos de interés del 16%, con fuerte problemas de financiación de nuestra deuda y amplificando la camisa de fuerza alemana.

Pero éste no sería el único problema. Tenemos un déficit de balanza de pagos por cuenta corriente que, en términos de PIB, es tres veces más elevado que el de Italia, y que se está financiando, fundamentalmente, con entradas de capital a corto plazo, con lo que una mayor expansión fiscal lo haría llegar a niveles insostenibles a muy corto plazo.

En definitiva, con esta opción no sólo nos quedaríamos descolgados de la integración monetaria europea en poco años, sino que tendríamos que provocar tarde o temprano una contracción fiscal tan fuerte que nos llevaría a un largo periodo de recesión.

Devaluación

La segunda opción posible para estimular nuestra actividad económica sería provocar un reafineamiento de nuestra paridad de tipo de cambio mediante una devaluación de la peseta para intentar mejorar nuestra competitividad y aumentar las exportaciones. Opción ésta deseada por muchos empresarios industriales.

El primer problema que plantea esa opción es que no es posible ponerla en práctica. No sólo porque nuestros actuales tipos de interés lo impiden, sino porque las reglas establecidas en el seno del mecanismo de cambios SME, que se llevan a rajatabla, no permiten llevarla a cabo a menos que se demuestre que nuestra situación monetaria interna o externa es insostenible, cosa que, por el momento, no lo es.

Pero suponiendo que, hipotéticamente, fuera posible realizarla, plantearía, como en el caso de Holanda en 1983, otros problemas. El primero sería un aumento de la inflación que podría compensar buena parte de la competitividad ganada, ya que una devaluación supone una reducción de los salarios reales y, dado el grado de indiciación salarial existente en nuestra economía, habría inmediatamente un aumento. de costes, y finalmente de precios, que restaría eficacia competitiva a la devaluación.

El segundo sería la pérdida de credibilidad. La credibilidad que nuestra política económica ha conseguido, con muchos esfuerzos, a lo largo de muchos años se perdería al día siguiente de la devaluación. La convergencia que hemos conseguido paulatinamente en nuestros tipos de interés ha sido posible por la creciente seguridad de que no se iba a devaluar la peseta. Tan pronto como se devaluase, los tipos de interés a corto plazo volverían a desviarse de los del resto de los países miembros del mecanismo de cambio, ya que los diferenciales de interés a corto plazo de la peseta con el marco reflejan, simplemente, las expectativas de devaluación de la peseta. Al final nos encontraríamos, como le ocurrió a Holanda en 1983, con más inflación y tipos de interés más altos.

Conclusión

Hemos visto que las dos únicas opciones posibles para intentar estimular, unilateralmente, nuestra actividad económica -la primera a través de la demanda interna y la segunda a través de la demanda externano son factibles ni consiguen un mayor crecimiento.

Por tanto, la opción más razonable es la que se ha elegido en el Plan de Convergencia, que consiste en cambiar la mezcla actual de política económica basada en una política fiscal expansiva y una política monetaria restrictiva (es decir, la misma que hoy hacen los alemanes), por la contraria, es decir, una política fiscal más restrictiva que permita una política monetaria menos tensa y que coadyuve a una reducción, en mayor medida, de los tipos de interés para permitir una recuperación de la actividad económica y, al mismo tiempo, una menor fortaleza de la peseta dentro de su actual banda del 6%.

Ahora bien, esta opción sería mucho más eficaz si los tipos de interés alemanes también bajasen, ya que la reducción de los tipos de interés españoles siempre tendrán un suelo marcado por un cierto diferencial (reflejo del mayor riesgo de cambio y del mayor riesgo país) sobre los de Alemania.

Por tanto, conviene presionar al Bundesbank, dentro del mecanismo de cambios y con ayuda de otros países miembros, para que relaje un poco su política monetaria y bajen los tipos alemanes y, mientras tanto, esperar a la ansiada recuperación mundial que está liderando Estados Unidos.

Conviene advertir que estos problemas van a continuar mientras no sustituyamos el Bundesbank por un banco central europeo y no tengamos tipos de cambio fijos o moneda única. Por ello, cuanto antes logremos esa convergencia y alcancemos sus objetivos, mejor.

Guillermo de la Dehesa es consejero delegado del Banco Pastor y asesor económico internacional de Goldman Sachs.

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