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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los últimos rehenes

LA SÒRDIDA historia de los rehenes occidentales en Líbano terminó anteayer con la liberación por los extremistas musulmanes de los dos alemanes que quedaban en su poder, Heinrich Struebig y Thomas Kemptrier. Cuando se haga el recuento del caos en que ha estado sumido aquel país durante más de 15 años se recordará como ejemplo de escándalo que estos dos últimos rehenes políticos fueron capturados hace ya tres años por una familia, los Hamadi, que pretendía mejorar así la suerte de dos de los suyos encarcelados en Alemania por actos de terrorismo.Todo empezó en marzo de 1984, cuando Hezbolá (el Partido de Dios), una de las facciones de la organización shií pro-Jomeini Yihad Islámica, secuestró y posteriormente asesinó a William Buckley, un diplomático norteamericano destinado en Beirut. Le siguieron en el cautiverío más de dos docenas de occidentales. La excusa invocada para justificar los se cuestros fue que, presionando de este modo a los aliados de Israel, los shiíes forzarían a los israelíes a de volver a 400 de los suyos encarcelados sin procedimiento judicial en el Estado israelí o en los campos de la franja sur de Líbano. Un caso particularmente doloroso para ellos era el del santón shií Abdel Karim Obeid, secuestrado en 1989 por los israelíes como represalia y baza negociadora. Ocho zaños más tarde, ninguno de los actores ha logrado objetivo alguno -si no es el espantoso drama de los cautivos- e Israel sigue insistiendo en que, antes de realizar cualquier gesto, quiere recuperar, vivos o muertos, a siete de sus ciudadanos desaparecidos desde 1982.

El resultado de todo es que, a lo largo de estos años, la actividad incontrolada de las bandas de justicieros fundamentalistas contribuyó poderosamente a agravar la dramática situación libanesa. Yihad Islámica, Hezbolá, Yihad Islámica para la Liberación de Palestina, Células Revolucionarias Árabes, Organización de Justicia Revolucionaria y alguna otra de efímera vida, han campado por sus respetos en un país inmerso hasta hace un año en una larga guerra civil. En realidad, las bandas dependían de la Siria de Hafed el Asad y del Irán de Jomeini: los secuestros eran una forma de combatir al gran Satán -Estados Unidos- y a su sicario en el Próximo Oriente -Israel-, y, al mismo tiempo, de consolidar la hegemonía siria e iraní en Líbano. Dicho en otras palabras, las actividades de la Yihad Islámica, aunque muchas veces incontroladas, respondían frecuentemente a movimientos estratégicos por el control de zonas libanesas que se disputaban el partido shií, el Ejército sirio, las milicias drusas, las cristianas maronitas, la Organización para la Liberación de Palestina, el Ejército regular libanés y, en ocasiones, las propias Fuerzas Armadas -israelíes.

Dos acontecimientos propiciaron el inicio de la liberación, gota a gota, de los rehenes occidentales. Por una parte, a partir de 1990, la consolidación en Irán del poder del presidente Raflanyani, un moderado, que necesitaba urgentemente dinero de Occidente para reconstruir el país" asolado por 10 años de guerra con Irak. Por otra, la crisis del Golfo, que contribuyó a lavar la cara del dictador sirio y, consiguientemente, le permitió establecer en Líbano un protectorado con el que se pacificaba por fin el país. Los secuestradores libaneses se quedaron solos. Confusos y sin dinero, empezaron a poner a rehenes en libertad.

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Ahora la pelota está en el tejado de Israel. Porque los únicos secuestrados que quedan son los aproximadamente 350 libaneses y palestinos encarcelados por los israelíes. Mientras el fanatismo integrista ha perdido su guerra anti-Occidente en Líbano, sólo queda que la ONU cumpla con su compromiso de negociar con Israel y liberar a los rehenes árabes.

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