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El Gobierno japonés logra que el Parlamento apruebe la ley que permite el envio de tropas al exterior

Juan Jesús Aznárez

Una ley que aprueba la participación japonesa en misiones de paz promovidas por la ONU quedó definitivamente aprobada ayer -en la Cámara de Representantes del Parlamento nipón después de 20 meses de debate y de que fracasara una maniobra dilatoria de última hora de la oposición socialista. Los diputados de Partido Liberal, en el poder desde 1955, prorrumpieron en aplausos cuan do el presidente de la Cámara, Yoshio Sakurauchi, anunció la aprobación de un texto, polémico en el Congreso y en la calle, que autoriza, por primera vez desde la II Guerra Mundial, el envío de tropas japonesas al exterior.

Los 134 diputados socialistas, a los que sumaron cuatro más de un grupo socialista escindido habían abandonado en bloque para intentar evitar la votación de una ley que consideran inconstitucional y un peligroso punto de arranque militarista. Para ser efectivas, estas dimisiones, sin precedentes en el funcionamiento de las cámaras, hubieran debido ser sometidas a la votación de la Cámara de Representantes. Esta era la última esperanza de la oposición para ganar tiempo. Sin embargo, los liberales ignoraron la nueva táctica dilatoria y procedieron a una votación que tenían ganada de antemano en la Cámara de Representantes, integrada por 512 miembros: el proyecto de ley se aprobó por la holgada mayoría de 329 contra 17. La ley había conseguido pasar el Senado al coligarse los liberales con dos formaciones centristas.La medida adoptada ayer por la oposición, que intentó la disolución de la Cámara baja y la convocatoria de elecciones anticipadas, siguió a otras que hicieron interminable el debate sobre una disposición que ordena el envío de 2.000 soldados en misiones organizadas por las Naciones Unidas y evoca a la vez amargos recuerdos en los países que sufrieron la brutal dominación nipona antes y durante la segunda conflagración mundial. El Partido Socialista, apoyado por la minoría comunista, manifestó en un comunicado que había decidido una última postura de fuerza "porque esta ley altera la política pacifísta del Japón de la posguerra y porque la opinión pública está totalmente dividida sobre la cuestión".

El artículo 9 de la Constitución hace mención a la renuncia a la guerra o a la amenaza del uso de la fuerza como medio para resolver disputas internacionales. Makoto Tanabe, presidente del partido, considera que más conveniente que una fuerza militar hubiera sido un destacamento de voluntarios o de civiles. Según una encuesta difundida en Tokio el domingo por la cadena de televisión TBS, un 36% de los japoneses -está de acuerdo con la ley; un 55%, en contra, y el resto, duda. De todas formas, la sociedad nipona parece haber aprendido la lección impartida por su pasado nacional y no se observan significativas nostalgias militaristas.

No habrá elecciones

Koicho Kato, portavoz del Gobierno de Kiichi Miyazawa, aseguró en una conferencia de prensa que no se celebrarán elecciones anticipadas aunque los socialistas hayan dimitido. Los liberales, cuya postura cambió sustancialmente desde que se generalizaron las críticas, occidentales por la ausencia de tropas niponas en la fuerza multinacional que combatió en la guerra del golfo Pérsico, consideran que ha llegado el momento de que Japón colabore Más activamente en los esfuerzos de paz organizados por las Naciones Unidas. Japón aportó 12.000 millones de dólares (1,2 billones de pesetas, al cambio) al presupuesto de la coalición antúraquí.Al amparo de aquella crisis, el entonces primer ministro, Toshiki Kaifu, propuso en octubre de 1990 el envío de unidades no combatientes al Golfo, lo que fue rechazado. Luego, una vez concluida la guerra y sin autorización parlamentaria, despachó cuatro dragaminas a la zona.

Los países asiáticos conquistados total o parcialmente por Tokio, fundamentalmente China y las dos Coreas, habían expresado su "grave preocupación" o rechazo ante la inminente aprobación de la ley. Tanto Pekín como Seúl, y en diferentes ámbitos políticos del sureste asiático, se teme que el progresivo alejamiento de Estados Unidos de sus bases en el Pacífico tras la conclusión de la guerra fría sea aprovechado en un futuro por Tokio, y el cambio no parece agradar a las víctimas del Ejército imperial. Las denuncias de los países vecinos, sin embargo, han revestido generalmente la forma de declaraciones testimoniales y poco amenazadoras. Todo el este asiático ambiciona la inversión japonesa y su comercio con la nueva metrópoli económica es fluido y casi indispensable para seguir creciendo.

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