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Crítica:ARTE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El arte y lo salvaje

¿Pero quién es este Franco Bratta, escultor nacido en la localidad italiana de Bari el año 1936, que ahora llena una galería madrileña con las efigies de animales salvajes, en bulto redondo y a tamaño natural? Dado que ésa es, al parecer, su especialidad, ¿acaso nos encontraremos con un nuevo artista animalista, una especialidad que prodiga el arte de nuestra época contemporánea , empezando por ese genial Stubbs y continuando por una lista interminable que llega hasta la actualidad y en la que nos encontramos nombres tan poco episódicos como Géricault, Delacroix, Barye, Franz Marc, G. Alillaud y hasta ese povero Kounellis que estabuló caballos vivos en una galería allá por la contestataria década de los sesenta?Ante esta lista improvisada, seguro que alguien se acuerda que, al fin y al cabo, lo que llamamos arte comenzó con esos bisontes de Altamira y que, reales o fantásticos, los animales no han dejado de ocupar un lugar principal a lo largo de toda la historia de esas representaciones en la que el hombre ha fijado lo que creía memorable. No obstante, hay que dar un salto en el tiempo hasta ver los cuadros de por ejemplo, un Paul Potter, ese agudísimo observador holandés del XVII, cuyos rebaños de apacibles vacas y toros nos demuestran que la domesticación de la naturaleza ha secularizado al animal, iniciando una era de melancolía. Al poco, los románticos reclamaron, ya con desesperación, ese lado salvaje del animal contra el que el hombre había estado luchando con terror desde la noche de los tiempos.

Franco Bratta

Galería Garnarra y Garrigues. Doctor Fourquet, 12. Madrid. Del 4 al 30 de junio de 1992.

Arte intempestivo

Como los románticos intuían, la historia iba a tener un final patético: con pequeños canes perfumados y vacunados sacando de sus jaulas a millones de ciudadanos a dar un paseo, mientras éstos son vigilados por el municipio, la Sociedad Protectora de Animales y un vecino suspicaz. De ahí al diván del psicoanalista no resta ni un paso, como lo explicó el mismo Freud.Reconozcamos a Bratta un mérito no pequeño: su intempestividad. Es un cazador que no dispara a platos, ni apunta a perdices de criadero, ni participa en safaris organizados por agencias de viajes. Es un prehistórico que se pierde por los lechos de ríos africanos y amazónicos en pos de fieras salvajes, sus verdaderos amigos, con la intención de conversar mediante un diálogo extremado, a vida o muerte. La comunicación es tan intensa que cuando sale de la selva fabrica moldes de sus interlocutores, pero sin fundirlos en bronce, como hacían los escultores románticos, ni meterlos en urnas de cristal, como lo hacen los conceptuales preocupados por la ecología; no, Bratta los hace en ¡cerámica!, y ocasionalmente, en cemento blanco. Este efecto, verdaderamente asombroso, que produce contemplar un gorila en gres, un cocodrilo de terracota o un león de cemento podría hacer sospechar a un aficionado seguidor de las modas actuales que Bratta es algo así como un avispado posmoderno. La realidad es distinta: Bratta no ironiza, ni protesta, ni quiere llamar la atención sobre el fin de las especies. Cuando puede, se esconde donde están sus semejantes, y cuando no, los moldea en casa mediante un material frágil, cerámica, que se puede romper, como la vida. Incluso dudo que Bratta se crea artista, pero de lo que no me cabe la menor duda es que esta historia extrema encierra el profundo secreto de eso que intuimos que es el arte.

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