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Tribuna:FERIA DE SAN ISIDRO
Tribuna
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Cuestión de sensibilidad

Cómo aceptar que cada minuto del día no volverá a repetirse, ni para bien ni para peor, así hayas empapado tu alma incierta de felicidad, o si la pena te ha arañado inmisericorde y no te deja respirar. No es fácil, no te cuesta tiempo, fatigas y desengaños. Pero los toros, su fiesta, ayuda. Déjenme que les cuente. Después de la conmoción de la faena de César Rincón en su gloriosa e histórica cuar ta salida a hombros, en la feria de otoño del año 1991, me reuní con un grupo de amigos el día 12 de octubre, día del Pilar enitre otros, para comer, charlar y luego ir a los toros. Le dimos un repaso crítico y de buen sentido, o temple, a toda la temporada, aplacamos la cólera con buen jamón y gustoso vino, y ha blamos a placer y sin rienda de la hazaña del torero colombiano, de su temporada, y de toros y toreros. Naturalmente, la comida la hicimos en un restaurante taurino, rodeados de fotos taurinas. Y allí fue que un amigo, en la animosa y placentera sobremesa, dijo que había llorado en la faena de Rincón al toro de Moura, cuando en pleno éxtasis pensó que aquello no volvería a verlo nunca más.

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Son esos momentos en los que el aficionado tiene los poros del cuerpo abiertos, los nervios trenzados en el estómago y los ojos imantados en el ruedo. Está siendo testigo de un juego dramático de antigua y ritual pureza, de inusitada belleza e intensidad, en la que un hombre se mide consigo mismo y con un animal fiero y especial. Y en cada instante sabe, como aficionado que es, que no debe perderle la cara al ruedo, pues se puede perder el momento sublime, el detalle definidor.

Ese amigo, al contarnos aquella emoción concreta, delimitó de forma clara y breve cómo tiene que entrar en uno la afición por el arte de los toros. Es cuestión de sensibilidad. Pues aunque haga usted todos los razonamientos posibles, o se lea toda la bibliografía taurómaca, si lo que ve en el ruedo no le abre una puerta del corazón, y éste se pone al habla con nuestra conciencia o conocimiento, incluso para como aficionado cuestionarse en algún momento la validez de la fiesta, difícilmente se comprenderá lo que se ve. Así se lleve el alumno o espectador una matrícula de honor por memorión.

Por tanto, en estos días de feria, benditas sean todas las tertulias: en ellas se recrea la lidia en todos sus tercios. Allí aprendes, y de una vez por todas, a pesar de los macheteos por la cara que hay que aguantar con entereza y torería, como esto del toro es ciencia y magia, que tiene que llegar por los caminos de la emoción.

En dichos parlamentos, tan humanos de vivos y chisporroteantes, las faenas crecen, se iluminan o menguan, y la afición madura y se afila. La tauromaquia adquiere razón y legitimidad.

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