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FERIA DE SAN ISIDRO

La más larga faena de Cuéllar

A las diez se levantaba en el hotel de Nimes; a las diez, pero de la noche, llegaba al de Madrid. Entre medias, dos miuras en Francia y la última de San Isidro con un revolcón espeluznante. Y lo que es peor para Cuéllar, un viaje en avión. Demasiado para un solo día. La paliza, más que física, fue terrible psiquícamente.

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A las 11.37 minutos escondía el rostro bajo la capa. La circulación sanguínea le congestionaba los parietales. Cuando le vantó la cabeza fue para mirar a su izquierda, al portón de la plaza de Nimes, donde un miura ya buscaba el camino hacia el ruedo. Ese momento, el mis mo que para cualquiera que no sea torero supondría quedar paralizado de terror, supuso para él una liberación. Llevaba ya casi hora y me dia de desgaste. Desde que se levantó era inevitable pensar en la corrida. Aunque quisiera engañarse: "Esto no es más que el aperitivo". Se fue encerrando en sí mismo y no paró de pensar hasta que salió el toro. La pelea con el miura le servía para liberarse. Y más aún si le ganaba la partida. Si se debía a que el toro flojeaba, él no tenía la culpa. Allí le tenía sometido y descansaba cién doselo a la cintura.

A las 12.33 entró de nuevo en trance. El Fundi se disponía a descabellar. Y él iba después. Este vez el miura que le tocó era colorao. Y más grande. Y más malo. Y tenía metido en la mente que eso no acababa ahí, que tenía que irse a Madrid, que para eso Milian le había cedido el turno y en cuanto matara ese pedazo de toro, cuarto de la corrida, saldría disparado para el aeropuerto. Vio que ahí no había orejas y le entraron las prisas, y los nervios, y el desatino...A las 13.02 pedía permiso al presidente para abandonar la plaza. Hotel, ducha y aeropuerto. Lo normal era relajarse. Pero no era su caso. Las Ventas esperaban. Y, arriba, las nubes. "¿Y no nos vamos a mover mucho?", preguntaba.Cuando prendió motores el jet fletado, Cuéllar inició el ritual de antes de las corridas, santiguándose tres veces, besando la cruz que hacía con los dedos y cerrando los ojos. Lo del avión le era más fuerte que los toros: "Es que a éstos los ves venir pero al bicho éste, no". El comandante le hizo pasar a la cabina. Le enseñó cómo iba dirigido: "Desciendaa nivel 1, rumbo 203". Se tranquilizó al ver Ias querencias del avión" y cómo los pilotos lo que hacían era seguirlas.

Aterrizaba a las 16.10. Aún le iba a dar tiempo para cambiarse de vestido, como toda la cuadrilla que viajaba con él. Y, además, de echarse un rato. A las 17.30 se levantó y empezó de nuevo a concentrarse. Si por la mañana habían sido los miuras, por la tarde era "no sólo el toro, sino el público nada menos que de Madrid". Decía que lo de cuatro toros en un día no era lo malo, "corno si son seis, pero que me los pongan todos seguidos".

Horas después, de regreso en el hotel, sin dar importancia al revolcón -"me vi la cornada encima, pero esa ya pasó y quedó registrado como un susto pasajero"-, se sentía decepcionado, no de la experiencia de vivir su día más largo, sino por no acabarlo triunfalmente. No pudo ser porque el desgaste fue tremendo. El prefirió recurrir al tópico: "No me han salido las cosas bien".

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