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Concierto de Paz

El Nobel mexicano leyó una antología de sus poemas en la Residencia de Estudiantes

Juan Cruz

No sonó el piano en el que muchas veces tocó Federico García Lorca, pero la voz de Octavio Paz constituyó anoche un concierto en la Residencia de Estudiantes. El autor de Piedra de sol es a los 76 años todavía el joven poeta mexicano al que el Nobel de Literatura no ha desposeído de la indignación ni del entusiasmo que tomó del surrealismo, y un auditorio repleto le siguió con admiración durante 50 minutos de lectura.

Escucharon a Paz jóvenes sentados en el suelo, veteranos de la Residencia y algunos de los herederos de su espíritu, como la hija de Pedro Salinas, Solita; la hija de Ortega y Gasset, Soledad; la hermana de Lorca, Isabel; el hijo de Claudio Sánchez Albornoz, Nicolás, hoy director del Instituto Cervantes; el antólogo de Azaña y biógrafo de Negrín, Juan Marichal; y el propio director actual de la Residencia, José García Velasco. Con ellos numerosos poetas, como José Hierro o Jaime Siles y Justo Jorge Padrón y Francisco Brines compartían la primera fila del auditorio con la esposa de Paz, la pintora Marie José.En el aula donde pasaron parte de su vida más creativa Lorca, Dalí y Buñuel, Octavio Paz rindió un homenaje reiterado a las distintas herencias del surrealismo, representadas en el surrealismo propiamente dicho, en la pintura de Joan Miró y en su reivindicación de la indignación y el entusiasmo como consecuencias del sueño.

Vestido con la elegante sobriedad que ha hecho de su presencia la de un hombre con la edad inalterable al principio de lo que él mismo denominó concierto, Paz era su propia apariencia: el intelectual polifacético que todo el mundo ha visto alguna vez en las fotos y en los telediarios.

Pero enseguida dejó de ser su retrato para ser sólo su voz, conmovida con el propio auditorio. Instalado en un teatro imaginario, no quiso dar un sermón ni siquiera un recital, sino que intentó, según dijo, juntar los sonidos con la armonía de los cinciertos, y para hacerlo se sirvió de lo que él llama "palabras sin peso" y que están en toda su poesía: el sol, el agua, el tiempo.

Homenaje al surrealismo

Comenzó con su propia definición de la poesía, "idea palpable, palabra impalpable"; prosiguió con la profundidad de su panteísmo ("cada mañana es la primera mañana del mundo"); recitó luego una serie de poemas breves ("yo veo en las yemas de mis dedos lo que palpan mis dedos", "todo está cerca y todo es intocable"); edificó en siete minutos su hermoso homenaje al surrealismo ("el surrealismo es el escupitajo en la hostia, el sésamo ábrete, la llama ebria que guía los pasos del sonámbulo, el pan salvaje que paraliza el vientre de la compañía de Jesús, la corona de cartón del crítico sin cabeza, la lepra del occidente cristiano, el discurso del niño enterrado en cada hombre", entre multitud de otras definiciones), y luego se acercó sucesivamente al amor y a la muerte, pasando con el humor que a Paz se le ha quedado en los ojos azules por la obra de Joan Miró, "una mirada de siete manos" que tenía tiempo para estar en todas partes "y a la vez en Barcelona".El insomnio y las consecuencias del sueño fueron sus últimas "palabras impalpables". Al final, el poeta leyó su breve poema Verde noticia, una contribución a la búsqueda de "nuestra porción de paraíso".

Repleto de las imágenes que han hecho de su poesía un trozo del aire y de la luz en el castellano de este siglo, se llevó a su auditorio de calle y al final los 50 minutos de concierto parecieron lo que él mismo llama "el repentino cuerpo del instante". Cuando terminó Octavio Paz estaba tan contento como los que le oyeron.

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