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El Ejercito israelí esta creando una 'zona muerta' en el sur de Líbano

La guerra no declarada en el sur de Líbano, que Israel y la guerrilla apoyada por Siria libran desde el 16 de mayo, ha entrado en una nueva fase que viene a confirmar los peores temores de los habitantes de la zona y de los Gobiernos de Beirut y de Damasco: que el Tsahal cree una zona muerta al norte de la actual zona de seguridad.

Cuando los helicópteros israelíes comenzaron a sobrevolar la remota aldea musulmana de Arnún al alba de ayer, Abed Hamdán supo que había llegado la hora de abandonar su hogar veloz e indefinidamente. Al llegar a Sidón con su joven esposa, Leila, en un Peugeot destartalado y repleto de enseres domésticos, este enjuto agricultor libanés se enteró por la radio de que los soldados israelíes ya habían capturado la aldea y estaban dinamitando casas. Hamdán todavía no sabe si una de ellas es la suya. Moviendo la cabeza con tristeza, dijo lacónicamente: "Lo han conseguido". Como a millares de libaneses, la más reciente contraofensiva israelí ha puesto a Hamdán en fuga dentro de su propio país. En las aldeas del sur libanés no hay duda de que el objetivo de Tel Aviv es crear una zona muerta al norte del área ocupada. Un oficial noruego de la FINUL, la simbólica fuerza de paz de la ONU en el Líbano, la define como "una franja fantasma, una galería de tiro libre". Sin más contacto que con casas y campos abandonados, el Ejército israelí y a sus aliados asalariados del llamado Ejército del Sur del Líbano van a poder controlar todo movimiento.

Los guerrilleros de la Resistencia Libanesa o los fedayin palestinos ya no podrán mimetizarse entre la población civil ni en el escaso tráfico de esa área. En la futura zona muerta, "Israel y sus aliados dispararán a discreción contra todo lo que se mueva", apunta un capitán libanés.

El riesgo de guerra

A pesar de las amenazas israelíes y las advertencias de Siria, tanto en Tel Aviv como en Damasco parece perseguirse el mismo objetivo: impedir que la escalada de ataques de la guerrilla proiraní de Hezbolá desate una nueva guerra en Oriente Próximo. Semejante desenlace no sólo asestaría el golpe de gracia al alicaído proceso de paz iniciado en Madrid hace siete meses. También empujaría, inexorablemente, a árabes e israelíes a un cielo de violencia de consecuencias imprevisibles. Israel dice que Siria, que con más de 40.000 soldados en Líbano es el principal factor de poder en este país, debe desbaratar a Hezbolá o atenerse a las consecuencias. Pero entre los planes del presidente Hafez el Asad no está, evidentemente, el neutralizar a ninguno de los movimientos libaneses o palestinos que luchan en el sur de Líbano. Para Damasco y Beirut, la campaña antiisraelí es justificada: a los libaneses sencillamente les asiste el internacionalmente reconocido derecho de alzarse en armas contra una fuerza de ocupación. En este caso contra Israel, que controla 850 kilómetros cuadrados en la franja que se extiende al norte de la frontera (desde el Mediterráneo hasta las faldas del monte Hermón), en abierto desafío a una resolución aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU en 1978.

En Tel Aviv, Beirut y Damasco hay, evidentemente, enorme preocupación de que la guerra no declarada en el sur de Líbano pueda súbitamente escaparse de control. Flor ello, incluso las más encendidas advertencias y amenazas israelíes vienen casi siempre acompañadas de esfuerzos por presentar la campaña como una operación limitada. El Gobierno libanés está a la espera de un pronunciamiento del Consejo de Seguridad de la ONU que condene a Israel.

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