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Política en Rusia

Borís Yeltsin no tiene gran cosa que temer del Parlamento ruso, incluso aunque éste haya multiplicado los ataques contra el Gobierno, ya que este Parlamento representa con demasiada claridad un pasado hacia el que los rusos ya no desean mirar. Desesperados por las dificultades presentes, privados de esperanza en un porvenir inmediato, saben, sobre todo, que no hay vuelta atrás deseable o posible. Esta consideración va aún más lejos. ¿Cómo negar que la destrucción del antiguo régimen pasa necesariamente por la disolución del partido comunista y, en consecuencia, por la instauración de una economía de mercado que elimina la nomenklatura? Se puede criticar la política de E.Gaidar, desear medidas sociales que atenúen la brutalidad, pero nadie ha propuesto ningún otro medio para salir del régimen comunista que el de romper el control político y administrativo de la economía. Vayamos más lejos: la política de apertura al mercado es la única política de izquierdas o democrática en los países poscomunistas porque es la única en que se dan los medios reales para destruir la nomenklatura, mientras los discursos populistas no hacen sino esconder los esfuerzos de la nomenklatura para transformarse en una burguesía monopolista. En Polonia, a principios de 1990, fue el Gobierno de Mazowiecki, heredero directo de Solidaridad, el que primero se lanzó a una política económica liberal. ¿Y no es justo reconocer, según la célebre fórmula del antiguo ministro Maravall, que si hay muchos países capitalistas que no son democráticos, no hay país democrático que no sea capitalista? La economía de mercado, la separación de la economía y de la política, hace imposible el poder totalitario.Lo que hace tan costosa la salida del régimen comunista es que éste no se puede reformar poco a poco, como se ha hecho con el sistema capitalista, que ha soportado muy bien las políticas socialdemócratas. La caída del sistema soviético ha lanzado a los países del Este de Europa a un poscomunismo que rompió con la moderación y lentitud de la perestroika, pero desde comienzos de 1991 ésta iba marcha atrás, y finalmente condujo a la tentativa de golpe del mes de agosto. Si hubiera tenido éxito, Rusia se hubiera aproximado a la posición china, que hoy parece adoptar Cuba: la combinación de una liberalización parcial de la, economía, manteniendo la dictadura del proletariado, del poder centralizador de los dirigentes; comunistas. No hay tercera vía. posible entre la vía china y la liberalización de la economía.

Pero esta situación, de la que: hay que tomar claramente conciencia, acarrea también graves, peligros. Pues si la libertad económica es un medio necesario para romper el control político de la economía, nunca ha sido suficiente para crear el desarrollo económico. En Occidente, la libertad de mercado fue precedida por la construcción de un poder político y jurídico fuerte y por el reinado de una moral coercitiva, de la que Max Weber demostró toda la importancia que tiene en la preparación del capitalismo. Y a ella le siguió, tras un largo periodo de desarrollo salvaje, la intervención de los sindicatos, de los partidos de izquierda y del

Estado mismo, primero en Alemania y en el Reino Unido, y después en otros países. Solamente durante un breve periodo de tiempo Occidente conoció un capitalismo financiero casi incontrolado y una proletarización brutal. Si Rusia se dejara llevar hacia un capitalismo salvaje, es muy probable que no llegara a crear un verdadero desarrollo capitalista, falta como está de reglas jurídicas y de un poder de Estado firme, falta también de una moral coercitiva e incluso culpabilizadora, que aliente el ahorro y el trabajo y frene el consumo y la especulación. Aunque la creación de la economía de mercado es una condición necesaria para el desarrollo económico de Rusia, sin embargo no es suficiente e incluso puede arrojar a este país y a otros al caos, y en consecuencia a aventuras de signo autoritario. Éste es el principal problema al que se enfrenta el Gobierno ruso: ya desde antes del intento de golpe de Estado escogió, por iniciativa de Borís Yeltsin, romper la economía administrativa, pero ahora es necesario crear con la mayor urgencia las condiciones políticas y culturales que orienten la libertad económica hacia la creación de una industrialización moderna. Este Gobierno debe cumplir, casi simultáneamente, dos grandes tareas que en Occidente se han Hevado a cabo en un largo siglo: liberar el mercado y controlarlo o equilibrarlo con medidas sociales. Si no lo consigue, corre el peligro de perderse en un capitalismo salvaje que conducirá a reacciones sociales de defensa y a turbulentos movimientos políticos.

El objetivo principal del Gobierno ruso no puede ser simplemente el de crear una economía de mercado, sino el de liberar simultáneamente del magma totalitario un verdadero poder de Estado capaz de tomar decisiones a largo plazo, reglas jurídicas adaptadas a la vida económica moderna, un sistema político abierto a las demandas de las diversas categorías sociales y la propia economía de mercado. Ninguno de estos cuatro elementos fundamentales pueden existir sin los otros. Sería falso considerar que la economía es el tren al que se agarran los vagones de la vida social y política. No se trata, pues, hoy de preguntarse cómo limitar los efectos de la libertad económica, sino sobre todo, según la fórmula de E. Gaidar, de saber cómo crear una verdadera burguesía, cómo asegurar la inversión a largo plazo, la adopción de métodos de producción modernos y una asignación racional de los recursos.

Puesto que la primera parte del análisis nos ha conducido a reconocer la prioridad de la reforma económica, instrumento indispensable para la destrucción del sistema comunista, hay que reconocer que hoy la prioridad debe de dársele a la reforma política, a reemplazar un poder burocrático omnipresente e ineficaz por la separación clara de una élite administrativa central y a crear un sistema político abierto y unas reglas jurídicas respetadas. Pero se podría decir que la reforma económica no hubiera sido posible sin la constitución, alrededor de Borís Yeltsin y bajo la dirección de sus viceprimeros ministros, de un organismo dirigente resuelto a actuar y capaz de hacerlo. Parece incluso que los recientes enfrentamientos con el Parlamento han reforzado a este grupo y en particular a E. Gaidar. Por consiguiente, hoy parece que se debe dar prioridad a la creación de un sistema político, es decir, a partidos capaces de expresar las demandas del pueblo. Esta afirmación suscita dudas: hasta ahora, en efecto, los partidos no han enraizado. Y en Rusia mucho menos que en Europa central. Pero debe de seguirse el ejemplo de esos países -Hungría, Checoslovaquia y Polonia- En particular el de Polonia, donde ya las tensiones entre los defensores de la reforma económica y de aquellos que hablan en nombre de un pueblo cuyo nivel de vida ha bajado, conducen a las negociaciones, al mismo tiempo que el sindicato Solidaridad comienza a intervenir como fuerza independiente. ¿Seguirá Rusia el ejemplo de Polonia, en donde la figura de Walesa está por encima de los partidos? Podemos pensar, por el contrario, que este país elaborará y adoptará una Constitución presidencialista y que Borís Yeltsin deberá, de una u otra forma, apoyarse en una fuerza o un grupo de fuerzas políticas. Lo que es seguro es que el elemento central del sistema político ruso no puede ser la personalidad de Borís Yeltsin. La vida política de Rusia deberá reorganizarse en tomo a él, a favor o contra él, pero esto no será posible hasta que no haya pasado la última veleidad de una vuelta atrás, lo que supone la renovación de la Asamblea. Sólo cuando exista una economía libre y una vida política organizada, Rusia poseerá los elementos fundamentales para su desarrollo económico, pues éste es la combinación de la inversión económica y del reparto social de la producción.

Era inevitable que la historia del poscomunismo comenzara por un extremo desequilibrio en favor de la libertad económica, y por consiguiente un crecinuento brutal de las desigualdades y los desequilibrios, pero ahora es necesaria la vuelta a un cierto equilibrio y a la formación, lo más rápidamente posible, de fuerzas políticas que representen las demandas de las principales categorías sociales, capaz de limitar el sufrimiento que ha traído consigo la necesaria ruptura del antiguo orden político.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París. Traducción: María Teresa Vallejo.

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