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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tropelías tailandesas

EN TAILANDIA, décadas de inmoralidad y corrupción gubernamentales han provocado finalmente el estallido de la protesta ciudadana. Las tropelías cometidas por el enésimo Gobierno militar instalado en Bangkok han colmado la paciencia popular. Ha sido suficiente el llamamiento a la protesta de un hombre honrado, el ex alcalde de la capital, Chamlong Srimuang, para que ésta se desencadenara. El resultado: decenas de muertos provocados por la represión militar, encarcelamiento de Chamlong y capitulación moral de los generales, a los que la resistencia estudiantil (que ha sido decisiva para el restablecimiento democrático en dos ocasiones anteriores) ha forzado a negociar la salida de la crisis con ese líder de la oposición.La lista de personalidades tailandesas que, desde 1947, han ocupado la jefatura del Gobierno parece el escalafón de altos cargos del Ejército local. Con excepción de un breve periodo de gobierno civil en la década de los setenta, todos los primeros ministros del reino de Tailandia han sido generales, cuando no mariscales. La mayor parte de las organizaciones políticas -salvo, naturalmente, el ilegal Partido Comunista y el Demócrata Laborista- son lideradas por militares. Y, por lo general, las alternancias en el poder no han sido fruto de procesos electorales, sino de golpes de Estado o de incruentas revoluciones en palacio.

De este modo accedió al poder hace poco más de un año el actual hombre fuerte de Bangkok, general Suchinda Krapayoon. Fue la repetición de un proceso tan conocido para los tailandeses que lo debieron tomar con la usual cachaza: el general Suchinda derroca al general Chatichai, el hombre que intentó un tímido rearreglo democrático de la situación interna y del posicionamiento internacional del país. EE UU condena el golpe y suspende la ayuda económica y militar. El rey Bhumibol da su confianza a los autores del golpe. Para lavarse la cara, la Junta aprueba una nueva Constitución (la cuarta desde el final de la II Guerra Mundial) y propone para primer ministro a un civil, Narong Wongwan, que es presidente del Chart Thai. Cuando Narong está a punto de tomar posesión del cargo, se hacen públicas sus conexiones e implicación directa en el narcotráfico, por lo demás perfectamente conocidas por todo el mundo. El general Suchinda se hace cargo del poder. Le ha llegado el turno del enriquecimiento. Sólo que esta vez la población parece haberse cansado.

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