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Bombas y diálogo en Guatemala

Psicosis por los atentados terroristas mientras se negocia la paz en México

La capital de Guatemala es hoy una ciudad que vive en la psicosis de las bombas terroristas, con continuos asesinatos por motivaciones políticas. Lo que se percibe no sólo en la capital, sino en todo el país, es una resistencia a las negociaciones de paz que el Gobierno y la guerrilla desarrollan en México para poner fin al último, y también más largo, conflicto bélico que padece Centroamérica. La policía ha llegado a recibir en un día 400 llamadas por aviso de bomba.

Aníbal Mendoza Díaz es un joven de 27 años al que unos desconocidos ataron una bomba al cuello, en pleno centro comercial de la capital y a la luz del día. Mendoza fue obligado a introducirse en un restaurante atestado de clientes, que evacuaron el local despavoridos. Minutos Más tarde llegó la policía y comenzó a desactivar la bomba que aún pendía del cuello del joven. La operación terminó felizmente, pero los policías se llevaron al desgraciado. Un día después, Mendoza fue presentado ante el juez en calidad de detenido, acusado de llevar una bomba, y trasladado al calabozo. El caso de Aníbal Mendoza es uno entre mil. Hace dos semanas, el objetivo preferido de los delincuentes eran los restaurantes y los centros comerciales. Ahora son los colegios y la universidad. El pasado día 14 fueron asesinados un profesor y un estudiante de la Universidad de San Carlos.

El presidente, Jorge Serrano Elías, no descartaba hace unos días la posibilidad de decretar el estado de excepción. Prácticamente todos los sectores políticos comprometidos con la democracia señalan a la extrema derecha -la gran perdedora del proceso de transición que vive el país- como inductora de esta criminal actividad. Pero al Ejército y a la policía, exclusivamente ideologizados durante 30 años para combatir a la guerrilla izquierdista, aún les cuesta considerar como enemigo a quien ha sido su tradicional aliado durante todo este tiempo.

Males atávicos

Este nuevo brote de violencia ha coincidido en el tiempo con otro suceso de gran magnitud que pone en evidencia que, además del terrorismo y el crimen organizado, los males atávicos del país se extienden y corroen a las instituciones tradicionales, llámense Ejército, policía o poder judicial. La opinión pública guatemalteca se sorprendió el pasado día 9 cuando los informativos de la televisión revelaron que dos soldados, condenados a muerte por la matanza de una familia en la ciudad de Peronta, se habían evadido del cuartel general del Ejército, en plena capital de la nación, donde se encontraban recluidos. Estos militares habían asesinado, en estado de embriaguez, a tres adultos y a un niño de seis años. El crío, encañonado en el pecho, les suplicó tan desesperada como inútilmente que no le mataran.

Esta fuga irritó al presidente y a toda la clase política democrática del país. Fueron detenidos los cuatro militares directamente encargados de la custodia y destituido el comandante del cuartel, el general Marco Antonio González. La decisión, rápida, marca un hito en la historia del Ejército, acostumbrado a vivir en las últimas décadas en la más absoluta impunidad.

En medios próximos a las organizaciones defensoras de los derechos humanos se afirma que el presidente Serrano Elías está actuando con energía en cuanto tiene pruebas fehacientes a su alcance para ejercer su autoridad. De hecho, ha dado ya varios vuelcos a la cúpula militar, y ha enviado a prisión a miembros del Ejército sorprendidos en flagrante delito.

Pero su impotencia es mayúscula para luchar contra toda una maquinaria como es el Ejército guatemalteco, un poder dentro de otro poder; o como el aparato judicial, caduco y corrupto, con leyes que no se han modificado en los últimos cien años.

Como reconocía a EL PAÍS César Fernando Álvarez Guadamuz, uno de los dos procuradores adjuntos para los Derechos Humanos en Guatemala, una institución independiente del poder ejecutivo y con funciones similares a las de un Defensor del Pueblo, "hay voluntad política por parte del Gobierno para acabar con todo esto, pero sufrimos males raíces desde décadas en un país que ha vivido hasta ahora bajo la bota militar y que está necesitado de educación para la convivencia".

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