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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El fin de una huelga

EN ALEMANIA, las huelgas son laborales, no políticas. Los paros se interrumpen, como acaba de ocurrir, cuando los ciudadanos empiezan a padecer seria mente sus consecuencias y su apoyo a sindicatos y Gobierno merma. Las huelgas no pueden ser convocadas si no es mediante el voto afirmativo del 75% de los afiliados. Los piquetes nunca practican la violencia; sólo se dedican a comprobar que se cumplen las propuestas huelguísticas. Y al final, Gobierno y sindicatos no tienen más remedio que negociar con sensatez. Así ha ocurrido anteayer al pactarse en Bonn el final de la huelga del sector público que había durado 11 días y que había paralizado aeropuertos, ferrocarriles, autobuses, correos y recogida de basuras. Hizo mal el Gobierno alemán en rechazar hace meses la propuesta realizada por un árbitro neutral de que se aumentaran los salarios de los trabajadores del sector público en. un 5,4%. La respuesta del Ejecutivo fue que los costes de la unificación hacían imposibles alzas salariales superiores al 5% en un momento de fuerte déficit presupuestario e inflación (4,8%). Justo lo contrario de lo que opinaban los trabajadores, que acusan al Gobierno de haberles repercutido los costes de la unificación, subiéndoles los impuestos y provocando la subida de precios.Once días de paro de casi medio millón de trabajadores han acabado con la inflexibilidad de las partes. Con una Alemania paralizada por la huelga y una coalición de Gobierno incapaz de sacudirse los efectos desestabilizadores de la dimisión del ministro de Exteriores, el liberal Genscher, Bonn carecía de fuerza para empecinarse en su negativa. Ha pactado una subida que es exactamente el 5,4%, propuesto por el mediador hace meses. De hecho, el acuerdo alcanzado supone un alza del 5,7%, si se le añaden las bonificaciones aprobadas.

El Gobierno dice con amargura que el acuerdo alcanzado-costará a los alemanes casi un billón de pesetas en 1992 y que tendrá consecuencias aún más negativas sobre la inflación, las tasas de interés y los niveles impositivos. Sin embargo, los medios financieros alemanes son optimistas porque, pese a todo, las expectativas económicas son buenas tanto para el marco -que mantendrá su liderazgo europeo- como para el resto de los sistemas financieros comunitarios. Si los próximos registros inflacionistas son favorables, el Bundesbank podrá posiblemente bajar los tipos de interés durante el verano, lo que favorecerá la reactivación de la economía europea.

Pero lo posible no siempre es seguro. La huelga del sector público no parece más que el primero de los conflictos laborales más hondos en Alemania. Detrás amenazan con actuar los sindicatos de la industria, con el del metal, de cuatro millones de afiliados, a la cabeza. Los líderes sindicales, incapaces de lograr que los patronos aproximen siquiera mínimamente las posturas a las suyas, consideran seriamente la conveniencia de ir a la huelga. El último gran paro de los metalúrgicos en 1984 duró dos meses y resultó extremadamente perjudicial para la economía alemana. Todo el mundo vaticina que ahora tendría efectos aún más devastadores, sobre todo si se suman, como parece probable, otros sindicatos, como el de la construcción o el del papel.

No paran ahí las dificultades. La cuestión de la unificación alemana, que muchos consideran precipitada conforme pasa el tiempo (recuérdese que Kohl prometió que Alemania Occidental no sufriría por ella y que los impuestos no subirían, lo que le permitió ganar aplastantemente las elecciones generales), sigue pesando en la situación general. Dos años después, los ciudadanos del Este siguen sintiéndose discriminados y se encuentran lejos del prometido nivel de la antigua Alemania del Oeste. Los orientales ya han anunciado que a las actuales tensiones sindicales añadirán pronto las que ellos provocarán en demanda de la igualdad que les fue garantizada.

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