El 'glamour' de la belleza sin fuego
Como toda mi generación -nací 15 años después que María Magdalena von Losch, verdadero nombre de Marlene Dietrich-, puedo fácilmente sentirme subyúgado con la fascinación de la primera vez al ver El ángel azul. Fue en 1930, y la película, en una versión que alternaba la dificultad de los diálogos en inglés y alemán, descollaba entonces por una cierta crudeza de ejecución. Pero Emil Janniñgs destacaba como el profesor seducido, y Marlene, de voz grave, sensual, instruyendo al mundo entero sobre la magia de un par de piernas cubiertas con medias de seda, se convirtió en una imagen sagrada.Tuvo la suerte de que su director, Josef von Sternberg, sa bía qué podía hacerse con ella mientras ambos trabajaban en la fallida República de Weimar. Pero tras emigrar a Hollywood la magia de la Dietrich se convir tió en algo artificial, en cierto sentido mecánico. Hollywood nunca la hizo quedar suficiente mente bien. Todavía conservaba el glamour, con las cejas depila das, sus increíbles piernas, la ca bellera rubia metálica, su inglés grave y soberbios vestidos. Pero la magia natural de la sirena teu tónica se había esfumado. Dejó de ser alemana, pero era dema siado individualista para ser americana. Era como Greta Garbo: parecía flotar por encima en un mundo de personajes nacionales, pero, al contrario que Greta Garbo, nunca volvió a hacer una buena película.
El ángel azul está basada en una magnífica novela del hermano de Thomas Mann, Heinrich. La elegancia psicológica de ese libro fue trasladada al lenguaje cinematográfico, pero la mayoría de los papeles de Marlene en Hollywood fueron de segunda fila. La Venus rubia era una mera explotación de su físico. En su encarnación de Catalina la Grande de Rusia [Capricho ímperial] fue obligada a realizar una horrible parodia de la historia, cuya música insulsa todavía produce escalofríos al ser recordada. En Destry rides again [Arizona] hacía de camarera de un saloon del salvaje Oeste llamada Frenchie -Hollywood había reconocido que era más aceptable en papeles de extranjera-; demostraba tener dotes para la comedia y cantaba con su voz ronca. Pero esa aureola de maldad que adornaba su primer glamour se había evaporado.
Quizá sea cierto que su falta de ambición fue parcialmente responsable de la mediocridad si comparamos su trabajo en Hollywood. Tenía una gran capacidad para burlarse de sí misma. La recordamos en varias películas. La abismal Marruecos, por ejemplo, en la que aparecía con sombrero de copa y frac, y fumaba con elegancia el eterno cigarrillo, cantaba sus roncas canciones, nada notables, y transmitía una inquietante androginia. Tenía una imagen sexual complicada: era sabido que había iniciado a varias actrices de Hollywood en los misterios del lesbianismo. Pero era sexualmente algo fría, y se notaba.
Lo demostraba en su fracaso para despertar la concupiscencia de los hombres. Era una belleza (hábilmente iluminada en muchos filmes y fotografías de estudio) ante la cual el observador masculino sentía que debía sentirse atraído como siempre lo fue por Jean Harlow o Lana Turner-, pero de alguna forma nunca lo lograba. Su belleza era indiferente, distante; era luz, pero no fuego.
Era muy inteligente, lo que no es una de las mejores calificaciones para una estrella de Hollywood. Nunca le sedujo el régimen nazi, y tras la II Guerra Mundial, vestida con el unifonne militar americano, jugó un papel importante en la rehabilitación alemana. En la película A foreign affair, que presentaba un Berlín devastado como fondo para una comedia americana, hacía de cantante de cabaret (In the ruinen von Berlin, era el número fuerte), cínicamente preocupada por su propio bienestar, que un momento se lo proporcionaba el régimen nazi y después la ocupación americana. Ella conocía Alemania y conocía América. Era demasiado inteligente para encontrar muchas virtudes en las ideologías. Su personaje en A foreign affair enfatiza el eterno valor del sexo. La última imagen de la película es la de sus piernas provocadoras, un modelo de seducción. Sabía le que era la seducción, pero era difícil seducirla.
En sus últimos días, siendo ya mayor, cantaba por todo el mundo y conservaba el antiguo glamour de la melena rubia, las lentejuelas y las pieles. Como Bette Davis, era una distinguida fumadora de cigarrillos, y para fumadores como yo permanece come matrona de la adicción. Tenía un toque masculino, duro, que le hacía cautivadora para Ernesi Hemingway, el cual la llamaba the kraut (la alemana). Era una superviviente. Sobrevivió como una diosa, una imagen intocabIe de la belleza, una Helena de Troya que no se dignaba abrazar a, doctor Faustus. Esta no es su época. Es posible que veamos la reposición de sus películas en televisión y es también probabIe que nos sintamos defraudados Hasta que veamos El ángel azul La magia llegó sólo una vez en si vida. Pero una vez fue suficiente
Traducción: Juan Carlos Blanco.
Babelia
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