Mucha sed de mal
Hay quien hace trampa para conservar el mito que un día fue. Así, Greta Garbo se ocultÓ hasta la muerte. Unos decían que porque quería vivir en paz. Es posible. Pero también es una estrategia perfecta para que no se desmorone el recuerdo que se tuvo un día de ella.Otras, como Gloria Swanson, redactan su propia necrológica, y aceptan aparecer en Sunset Boulevard como una actriz que Hollywood ha guardado en el garaje, en compañía de otro espléndido trasto: Buster Keaton. En esa película, Swanson era una actriz desbancada por el cine moderno que sólo vivía de mentirse a sí misma y de pensar. que el paso del tiempo admite excepciones y que una de las excepciones era ella.
Marlene Dietrich no tuvo miedo a su propia vejez. Ahí está en Sed de mal (1958), maleada por la vidA que, sin embargo, sigue queriendo vivir aunque sea para maldecirla. Orson Welles, el director de la cinta, la usó, además, para despedirse como lo hacía él de las mujeres que había amado.
Disfrazada de bruja
En La dama de Shangai había hecho añicos a Rita Hayworth y ahora vestía a Marlene como Dolores del Río, es decir, la disfrazaba de bruja. Marlene podía haberse despedido de su público en los años cuarenta, después de sus bolos, más de quinientos, entre las tropas aliadas, militando como berlinesa y como mujer contra el nazismo. Y no lo hizo. Aquel ángel seductor y vicioso que altera fatalmente el pacífico corazón del profesor Unrat (El ángel azul, 1930) siguió aleteando.
Y cuando Marlene volvía a ponerse delante de una cámara -calculando muy bien con quién lo hacía, por qué y cómo- jamás renunciaba al encanto- de antaño, a la lánguida sensualidad que conservaba su mirada. En 1961 rodó Juicio de Nuremberg, pero es que en 1978 todavía era capaz de aparecer en Just a Gigolo, con casi ochenta años a cuestas. A esa edad, menguada su capacidad de seducción, todavía puede dar, sin embargo, lecciones a David Bowie. En este sentido, Marlene fue tan pertinaz como Mae West.
Marlene, además, nunca fue una seductora inocente. Sabía muy bien qué iba a pasarle a los hombres que se le acercaban y no se arrepentía porque era de las que pensaban que quién algo quiere algo le cuesta. Y en estos menesteres del amor estamos hablando de precios fáusticos. La espléndida y fatal Lola de Stenberg siempre pensó que el pecado debe tener su penitencia pero que, según como, sigue valiendo la pena haber cometido ese pecado. Por eso mismo, si en algunos filmes los trasiegos del amor estaban envueltos en aires de melodrama, también le puso a ese costoso amor el celofán de la comedia. Sed de mal es el título de una de sus películas pero también define a alguno de sus más contundentes personajes. Seguramente, sólo Bette Davis ha llegado más lejos que Marlene sobreviviéndose a su propio mito de los tiempos de lozanía. Pero Davis no ha sido tan vieja dama indigna como Marlene.
En 1957, por ejemplo, en Testigo de cargo, de Billy Wilder, no sólo era la mala sino que además era una hipócrita perjura. En este filme dio una muestra de despecho sentimental muy poco conveniente para quien había destrozado tantos corazones. Fabrica pruebas falsas para exculpar a su marido de un asesinato pero cuando éste, proclamado inocente, la abandona, Marlene no se lo perdona y lo asesina. Con lo que el atribulado abogado Charles Laughton, que había defendido a su marido, debe coger el caso de la asesina de su cliente. Marlene, decían, tenía cara de vicio y unas cejas escandalosamente trabajadas, delineadas. No era una belleza natural, se ayudaba explícitamente con los postizos de la cosmética. Y es lógico que fuera así porque su personaje, casi siempre, era voluntariamente responsable de los estropicios sentimentales que causaba. Fue un mito erótico, pero especialmente valiente. Ella jamás habría podido ser la novia de América porque el cómodo amor do méstico no era su especialidad. Sed de mal, pero de un mal muy feliz.
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