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Reportaje:

Del Libro Rojo al Mercedes

Una élite de ejecutivos aspirantes a 'yuppies' surge en China al amparo de la reforma económica

En las ciudades chinas, y auspiciada por la reforma económica de los últimos años, una élite de ejecutivos que no han renunciado a su estado de funcionarios del Estado experimenta nuevas tácticas de administración de empresas. Otro sector de jóvenes e inquietos profesionales que carecen de familias que pueden garantizarles un buen puesto, opta por una vía más arriesgada: la empresa privada. Unos y otros consiguen beneficios que les sitúan a años luz de la mayoría de los chinos. El abismo entre estos incipientes capitalistas rojos y el resto del país es cada día más evidente.

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Fiebre consumista

Zhao Zhangguang, prototipo del nuevo sector híbrido entre empresario y funcionario del Estado producto de la China posmaoísta, confiesa ser un hombre satisfecho mientras cruza las calles de Pekín en su Mercedes con teléfono. La razón de su éxito profesional ha sido la invención de un crecepelo a base de hierbas tradicionales que le ha convertido de la noche a la mañana en uno de los magnates de la industria cosmética local y en asesor capilar de dirigentes con problemas de calvicie.Los ecos de su fama rebasan las fronteras y le llueven los pedidos del extranjero. Los japoneses acuden en peregrinación para someterse a tratamiento y visitar personalmente el santuario de su creador. Pero la misteriosa botellita de aspecto algo kitsch es todavía un tesoro casi inaccesible para la mayoría de los chinos. Por un precio que supone un mes del salario medio ofrece sólo tratamiento para dos semanas.

Zhao, nacido en una familia campesina de la zona montañosa de Zhejiang, fue médico descalzo -durante la Revolución Cultural. Su fama como dermatólogo de pueblo le animó a invertir. sus ahorros en buscar un remedio para los problemas de calvicie. Después de 10 años consiguió por fin la fórmula del éxito. El Gobierno, consciente del boom de los productos de estética tras la austeridad de la Revolución Cultural, le apoyó en el montaje de sus laboratorios en la capital, ofreciéndole unas privilegiadas condiciones de elaboración.

Zhao ha encajado gustoso la llamada del éxito y del dinero, y está decidido a hacer participar de él a su prolífica familia. La empresa que dirige reproduce el engranaje de cuñados, tíos y primos procedentes del lejano Zhejiang, propio de los antiguos negocios de clan familiar.

Beneficios sabrosos

A Zhao no le interesa la política. Se limita a repetir insistentemente que desde que el Gobierno lanzó su programa de liberalización económica, las cosas no le podían ir mejor. Esquivando temas espinosos como Tiananmen, asegura que paga puntualmente todos los impuestos, que no son pocos. Pero a pesar de la draconiana ley fiscal, el pasado año la empresa que preside recaudó 100 millones de yuanes. Aunque ésta pertenece al Estado, Zhao -como reconocimiento a su invención- puede llevarse un 10% de los beneficios.En un país donde el sueldo medio es de apenas de 150 yuanes (6.000 pesetas), sonríe con cierto sonrojo al reconocer sus privilegios: tres coches, un apartamento de más de 100 metros cuadrados en una zona residencial de Pekín (la superficie media de vivienda de una familia china es de 12 metros cuadrados) y luz verde para salir al extranjero por cuenta del Estado cada vez que lo considere conveniente. Al preguntarle cuánto gana al mes, responde: "Diez mil yuanes". Uno de sus auxiliares, siempre vigilante, le corrige: "Su sueldo es sólo de 300". Zhao sonríe: "No me interesa el diriero".

Contrastando con la espontaneidad provinciana de Zhao encontramos otro estilo de directivo que ha aspirado aún más profundamente los efluvios de la contaminación occidental, síndrome de esta última década. Da¡ Xiaoming es un claro representante: a pesar de su juventud -un verdadero obstáculo para la ascensión profesional en la sociedad china- es ya presidente de uno de los holdings más potentes del país, la Hua Yuan Economic Development Corporation, que agrupa empresas de turismo, alta tecnología, construcción y hostelería.

Hablando un impecable inglés, es el prototipo de la eficiencia en un país donde la inoperancia y la abulia laboral son todavía la lacra nacional. Lejos quedan las tendencias nepotistas del patrón Zhao. Entramos en otro mundo donde el refinamiento refleja claramente la imagen de empresa que Da¡ persigue. Sólo contrata gente joven, bien preparada y con ganas de trabajar, seleccionada con criterios más impersonales que el del parentesco. Promete también más incentivos que las empresas estatales tradicionales y se asegura el derecho de despedir al que no vale. Hua Yuan, aunque más prudente y cautelosa en el terreno de las simpatías políticas, sigue la dinámica del grupo Stone, pionero en lanzar la imagen de una empresa estatal eficiente. Stone, a pesar de su demostrada rentabilidad, cayó en desgracia tras prestar su apoyo económico y moral al movimiento democrático de 1989. Zhao y Dai, cada uno a su estilo, dirigen empresas del Estado. Son el eslabón perdido entre funcionario y ejecutivo, producto de una apertura al exterior por el momento sólo económica.

La otra alternativa

Pero paralelamente, en el complejo escenario de la China de los noventa, donde el control del Gobierno flota como aceite sobre la extendida anarquía, crece una comunidad cada vez más activa: los pequeños empresarios autónomos, propietarios de restaurantes, zapaterías y peluquerías, comerciantes de los mercados libres, que se han convertido en la alternativa de futuro para aquellos que asumen el riesgo de un cambio más radical.Muchos jóvenes prefieren hoy olvidarse de los exámenes universitarios para dedicarse a los negocios. Las motivaciones que les arrastran a dar el paso tímido hacia la economía privada son contundentes: la falta de promoción profesional, el incremento del paro juvenil, la constante inflación y el anquilosamiento de los sueldos, especialmente entre la clase intelectual, hacen que muchos lo tengan claro a la hora de elegir su futuro.

Es el caso de Wang Xiaoxian, hijo de una familia de profesores universitarios, que soñaba de niño con ser arquitecto. Ahora tiene un puesto de ropa en el mercado libre: "Al principio intenté salir al extranjero, pero luego todo se complicó con las restricciones para conseguir el pasaporte y el visado. De manera que no me arrepiento, cuento con mucho más dinero del que han visto nunca mis padres y del que tendría si me hubiera dedicado a acabar una carrera aquí". Y sus padres, desencantados por la situación general, han superado el disgusto inicial y empiezan a pensar si no tendrá razón...

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