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SEVILLA EXPO 92

La caída de los hombres voladores

Andrés Fernández Rubio

"No se siente nada", dice el hombre volador Leoardo Tiburcio, de 49 años, 30 de ellos sujeto a una cuerda dejándose caer cabeza abajo de algún poste de 30 metros, de madera o hierro, describiendo círculos con otros tres voladores, mientras que arriba queda el quinto tocando la flauta de carrizo y el tosco tambor de conejo.

Se repite la pregunta y es idéntica la respuesta: 11 no se siente nada". Ahora llevan atuendos dieciochescos de influencia española, pero en otros tiempos iban vestidos de aves, pues representan halcones o águilas mensajeras del sol que vuelven a la tierra reencarnando a los guerreros sacrificados o muertos en batalla. También existe la interpretación simbólica de las "águilas que caen", en referencia al nombre Cuauhtémoc, último emperador mexica. La ceremonia, perfeccionada cronológicamente, establece 13 vueltas, que multiplicadas por los cuatro voladores son 52, número de los años del calendario mesoamericano.

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En Tenochtitlán, Hernán Cortés encontró una plaza especial para los voladores, y en las ruinas de El Tajín próximas a Papantla diariamente se sigue celebrando la ceremonia mágica con un vuelo a la una de la tarde.

Antes de escalar el poste, se inclinan ante la representación del árbol de la vida y bailan "al son del círculo". Una vez arriba, en una estructura cuadrada o hexagonal apoyada en una plataforma de unos 30 centímetros, el músico tocará y danzará para el sol y los puntos cardinales. El drama ritual termina cuando los voladores se dejan caer de espaldas y giran con los brazos abiertos durante dos o tres minutos de una intensidad inexplicable.

Los voladores de Papantla se convirtieron en uno de los grandes espectáculos de la Expo. Volverán en julio.

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