A Salinas se le hiela la sonrisa
La desidia de la vieja guardia del PRI complica la tarea modernizadora del presidente mexicano
Carlos Salinas de Gortari, el presidente más joven de la historia de México, ha perdido esa sonrisa, unas veces de complicidad y otras de triunfador, que le ha caracterizado en sus primeros cuatro años de mandato. Ha comprobado que esta etapa de esfuerzos por presentar a su país, sobre bases creíbles, indisolublemente unido a la modernidad y al cambio, se le puede echar abajo cualquier oscuro e incompetente funcionario, como ha ocurrido en Guadalajara al comprobarse que hubo negligencia en una de las catástrofes más dantescas de la década. Salinas ha actuado con firmeza y energía a la hora de desenmascarar a los culpables, pero en su rostro se vislumbra amargura.
Ya desde poco antes de la catástrofe de Guadalajara, las cosas no le venían saliendo muy bien a Salinas. El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, la joya que este joven presidente pretende dejar para la historia de México asociada a su sexenio, andaba muy atascado en su actual negociación. Formaba parte del forcejeo electoral de Estados Unidos y ya en una fase avanzada de su redacción, sufría el lógico impacto de las presiones de los países más fuertes por hacerlo más acomodaticio a sus intereses.
México, y en suma Salinas, se lo han jugado todo en el Tratado de Libre Comercio, el futuro mercado único que pretende emular a la Comunidad Europea (CE), pero a la americana.
Es raro el día que los periódicos mexicanos no dedican las ocho columnas de sus titulares a las actuales negociaciones, y es raro también el día que los habitantes del país no sueñan que, con su alianza comercial con sus vecinos del norte, van a entrar en un paraíso similar a El Dorado.
El New York Times, en su resumen de la década de los ochenta, no registraba la llegada de Salinas al poder. Tampoco hacía referencias políticas a su vecino del sur respecto de los sexenios de José López Portillo o de Miguel de La Madrid, antecesores de Salinas. Asociaba a México a las grandes catástrofes naturales o a los más dantescos sucesos, como el terremoto de 1985 o la también explosión de San Juanico, en 1984, que se cobró 500 muertos.
Esto es lo que Salinas ha querido cambiar desde el primer día de su llegada al poder. En su afán porque México sea conocido de otra forma en el mundo, y en su afán también por cambiar el país, mandó a prisión a grandes corruptos que hasta entonces gozaban de impunidad, destituyó por miles a policías y aduaneros, inició un proceso de jubilación, aunque lento y prudente, de las viejas mafias que controlan al deteriorado PRI, realizó inversiones millonarias para remediar los podridos mecanismos electorales del país y se dedicó, con grandes dificultades a buscar por toda la república a gente limpia y competente para incorporarla a su equipo reformista. Comenzó así lo que hoy se conoce como el salinismo, una estrategia con bases sólidas destinada a conseguir que México no regrese jamás atrás.
Males atávicos
La explosión de Guadalajara ha puesto al descubierto que junto a estos logros innegables subsisten grandes males atávicos en el país. Negligencia criminal, desidia de anteriores administraciones a la hora de prevenir el desarrollo urbano y la masificación, políticos que se proponen como meta acabar a modo de caciques como gobernadores de sus Estados natales tras décadas de vivir y enriquecerse ilícitamente a costa de las siglas del PRI, forcejeos de poder entre viejas y nuevas formas de hacer la política y, en suma, lo peor: el deterioro de la empresa pública más presentable de cara al exterior, Petróleos Mexicanos (Pemex). La amargura de Salinas es visible, pese a que sus más inmediatos colaboradores intenten maquillarla públicamente estos días. Pemex, propietaria de un 5% de la empresa petrolera española Repsol, estaba siendo cuidadosamente preparada y vestida de domingo para convertirla en el gran atractivo de México de cara al Tratado de Libre Comercio y hacerla aparecer en las grandes secciones de finanzas de los periódicos norteamericanos. Pese al empeño de Salinas, Pemex ha entrado en Estados Unidos estos días por el lugar que México jamás hubiera deseado: las secciones de sucesos de la prensa.
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